Recorrimos la Península
de la Guajira desde Riohacha. En el paseo llamado Malecón se veían
indígenas de la Guajira vendiendo artesanías y coloridos bolsos. Las mujeres
vestían largas túnicas estampadas y alguna blanca. En Uribia, la capital
indígena, compramos bebidas y dulces para dar a los niños.
Atravesamos el Desierto
de Carrizal, un paisaje árido y arenoso, con matorrales y muchos cactus altos. Se veían algunos burros guiados por niños o
mujeres, transportando fardos y bidones de agua. En el camino
los niños cortaban el acceso poniendo una cuerda atada a ambos lados, y pedían
dulces, bollos o galletas.
Almorzamos en una
ranchería de Cabo de la Vela, frente al mar. Pescado con arroz, ensalada y patacones. Unos niños sesteaban en una hamaca chinchorro y
jugaron con nosotros. Cabo de la Vela era una aldea junto al mar Caribe, bastante polvorienta y adormilada, con cabañas alineadas a lo largo de una
calle principal. La electricidad era de generador.
Por la tarde fuimos
a la Playa Ojo de Agua, nos bañamos y la recorrimos subiendo a unas
colinas de roca que cerraban un lado de la playa.
La Playa Pilón
de Azúcar, era la más bonita, una lengua de arena anaranjada y fina, con
acantilados y con un peñasco en forma de pirámide. Sobre el Pilón de azúcar
había una Virgen que se veía en la distancia. Subimos el caminito para
contemplar las vistas.
Al día siguiente
seguimos la ruta por la Guajira. La primera parada fue Bahía Forteta y luego
fuimos a la Laguna Gran Vía, llena de flamencos rosas con el pico
amarillo y negro. Había un grupo de entre treinta y cuarenta flamencos. El
color rosa se debía a su alimentación de pequeños camarones. Los flamencos más
jóvenes eran blancos porque no había comido suficientes camarones.
Otra parada fue en
las Dunas de Taroa, de 60m de altura. Subimos a la cresta y al otro lado
la duna caía hacia el mar. Espectacular. Descendimos y caminamos por una larga
playa con oleaje. Una de las playas más salvajes y que más nos gustó en Colombia. Unos metros más allá unas rocas formaban una laguna natural
de aguas más tranquilas. Allí nos dimos un largo y placentero baño.
Luego fuimos a un
mirador y finalmente a la mítica Punta Gallinas, el punto geográfico más al
norte de Sudamérica. Allí estaba el Faro, una caseta con una simple torre metálica en forma de “A”,
alimentada por paneles solares. Junto al mar había un montón de túmulos de
piedras apiladas por los que visitaban el lugar.
Contemplamos la
puesta de sol en Punta Agujas. Y dormimos en la Ranchería Luzmilla, en Bahía
Hondita. Al día siguiente regresamos a Riohacha y Santa Marta. Nos llevamos un buen recuerdo de la Península de Guajira y su gente.
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