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domingo, 9 de agosto de 2015

LOS SALARES DE NATA

Desde Kasane, la base para visitar el Parque Nacional de Chobe, cogimos una combi hasta Nata. El trayecto duró tres horas, a través de terreno bastante árido con algunas acacias y altos cactus de flores rojas.

Nata era una pequeña población del norte de Bostwana, de apenas 6.800 habitantes, lindando con el Delta del Okavango y cerca de la frontera con Zimbawe. Desde allí visitamos en un jeep abierto el Parque Nacional Makgadikgadi, lindando con el Delta del Okavango.


Atravesamos la sabana que formaba parte del Desierto del Kalahari. Entramos en el Parque Makgadikgadi por el Santuario de Aves. Gran variedad de aves sobrevolaban la zona y se veían sus huellas sobre el terreno seco.  

En la zona había tres salares llamados Pan, eran lagos secos, blancos y agrietados. Leímos que la suma de los tres salares era mayor que la del Salar de Uyuni en Bolivia. Al pisar los salares crujían a nuestro paso, al romperse la costra superficial. Había huellas de aves. No eran de un blanco tan cegador como los de Uyuni, pero era un paisaje especial, aislado y en un territorio que pertenecía a los animales.

Paramos en el Delta del río Nata y encontramos un gran lago, cuya extensión no hubiéramos podido imaginar en un paisaje tan seco. El lago se perdía en el horizonte, aunque nos dijeron que no era muy profundo, apenas cubría las rodillas y en época de lluvias tal vez superaba el metro de profundidad. Dentro del lago, en una lengua de tierra próxima a la orilla, descansaban unos pelícanos de pico amarillo, mezclados con gaviotas


En los alrededores crecía hierba amarilla alta, entre la que pastaban manadas de ñús y búfalos, entre algunos baobabs.

Nos alojamos en el Nata Lodge, que renació de las cenizas tras un incendio. Era un pequeño oasis en el desierto, con piscina y rodeado de vegetación, con alguna palmera.





Al día siguiente, desde Nata fuimos a Gweta  en un trayecto de una hora. Allí hicimos otra excursión al Pan Netwetwe. Nos llamaron la atención los grupos de suricatas, pequeñas mangostas que tenían la peculiaridad de ponerse de pie, erguidos totalmente y colocando los bracitos en su parte delantera. Eran una especie de roedores con cola, tipo ardilla y correteaban a cuatro patas. Estuvimos un buen rato viéndolos corretear, erguirse mirando a su alrededor y excavando sus madrigueras. Eran realmente curiosos y muy graciosos.





Atravesamos el salar llamado Pan Netwetwe. La primera visión fue una larga franja blanca en el horizonte, tras la hierba amarilla. Cuando nos metimos dentro del salar Netwetwe con el jeep apreciamos su extensión. Bajamos del vehículo y el terreno crujía bajo nuestros pies. Era una fina costra superficial, con grietas de forma hexagonal. No se veía nada ni a nadie, era una inmensa superficie desierta. 



El paisaje era una franja de cielo azul, una franja blanca del salar y detrás la hierba amarilla. Empezamos a corretear y hacer fotos, jugando con la perspectiva, como en el Salar de Uyuni. Al no haber referencias podían percibirse ilusiones ópticas. Contemplamos la puesta de sol en la laguna. La salina se tiñó de tonos dorados, y la franja de cielo de alrededor cambió de los rojos a los rosados.





domingo, 12 de abril de 2015

LA GUAJIRA COLOMBIANA

Recorrimos la Península de la Guajira desde Riohacha. En el paseo llamado Malecón se veían indígenas de la Guajira vendiendo artesanías y coloridos bolsos. Las mujeres vestían largas túnicas estampadas y alguna blanca. En Uribia, la capital indígena, compramos bebidas y dulces para dar a los niños.



Atravesamos el Desierto de Carrizal, un paisaje árido y arenoso, con matorrales y muchos cactus altos. Se veían algunos burros guiados por niños o mujeres, transportando fardos y bidones de agua. En el camino los niños cortaban el acceso poniendo una cuerda atada a ambos lados, y pedían dulces, bollos o galletas.





Almorzamos en una ranchería de Cabo de la Vela, frente al mar. Pescado con arroz, ensalada y patacones. Unos niños sesteaban en una hamaca chinchorro y jugaron con nosotros. Cabo de la Vela era una aldea junto al mar Caribe, bastante polvorienta y adormilada, con cabañas alineadas a lo largo de una calle principal. La electricidad era de generador. 



Por la tarde fuimos a la Playa Ojo de Agua, nos bañamos y la recorrimos subiendo a unas colinas de roca que cerraban un lado de la playa.


La Playa Pilón de Azúcar, era la más bonita, una lengua de arena anaranjada y fina, con acantilados y con un peñasco en forma de pirámide. Sobre el Pilón de azúcar había una Virgen que se veía en la distancia. Subimos el caminito para contemplar las vistas. 



Al día siguiente seguimos la ruta por la Guajira. La primera parada fue Bahía Forteta y luego fuimos a la Laguna Gran Vía, llena de flamencos rosas con el pico amarillo y negro. Había un grupo de entre treinta y cuarenta flamencos. El color rosa se debía a su alimentación de pequeños camarones. Los flamencos más jóvenes eran blancos porque no había comido suficientes camarones.



Otra parada fue en las Dunas de Taroa, de 60m de altura. Subimos a la cresta y al otro lado la duna caía hacia el mar. Espectacular. Descendimos y caminamos por una larga playa con oleaje. Una de las playas más salvajes y que más nos gustó en Colombia. Unos metros más allá unas rocas formaban una laguna natural de aguas más tranquilas. Allí nos dimos un largo y placentero baño.



Luego fuimos a un mirador y finalmente a la mítica Punta Gallinas, el punto geográfico más al norte de Sudamérica. Allí estaba el Faro, una caseta con una simple torre metálica en forma de “A”, alimentada por paneles solares. Junto al mar había un montón de túmulos de piedras apiladas por los que visitaban el lugar.


Contemplamos la puesta de sol en Punta Agujas. Y dormimos en la Ranchería Luzmilla, en Bahía Hondita. Al día siguiente regresamos a Riohacha y Santa Marta. Nos llevamos un buen recuerdo de la Península de Guajira y su gente.





viernes, 16 de octubre de 2009

INCAHUASI Y EL SALAR DE UYUNI


 


El Salar de Uyuni es una maravilla natural, es la mayor extensión de sal del mundo, a 3600m. de altitud y con 12.106 km2. El blanco es cegador. Y el cielo del Altiplano boliviano era de un azul intenso. En alguna zona había pirámides de sal que apilaban los trabajadores. Tenían que picar fuerte con el pico porque la superficie era dura.
El lugar había sido originariamente un gran lago que se secó. El terreno estaba resquebrajado en fragmentos octogonales formando un mosaico hasta que se perdía la vista. Era inmenso.

 

Visitamos el Hotel-Museo de sal, con las camas y todo el mobiliario hecho de sal, además de algunas figuras talladas en piedra de sal,como una llama.



Otra sorpresa fue la Isla de Incahuasi situada en el centro del Salar, formada por rocas volcánicas, algo elevada, y cubierta por cientos de cactus gigantescos. Los cactus eran de la especie Trichocereus con alguna flor lila. Algunos eran enormes, de hasta seis metros de altura, y con varios brazos. Subimos a la cima de la isla y quedamos rodeados por un ejército de alargados cactus. Un paisaje realmente bello y curioso.

Cerca del Salar había un Cementerio de Trenes. En medio de la nada, en un terreno desolado, descansaban las viejas locomotoras y oxidados vagones. En uno de los vagones alguien había escrito "Así es la vida". Trepamos por las máquinas, al techo de los vagones y nos asomamos por todos los agujeros y rincones, imaginando el tren cuando circulaba. Un lugar bastante surrealista.

   


© Copyright 2009 Nuria Millet Gallego