Desde Santa Marta fuimos al Parque Nacional Tayrona. Estaba encajado entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la costa del Caribe, desde la Bahía de Taganga hasta la desembocadura del río Piedras.
Caminamos por un sendero iba paralelo a la costa y a tramos se adentraba pasando por zonas de grandes rocas, por pasarelas y palmerales. Por el camino encontramos alguna iguana descansando. Pasamos por la zona llamada Arrecifes, donde el baño estaba prohibido por el fuerte oleaje y las corrientes submarinas. Unos carteles advertían de las 100 o 200 víctimas, que no fueras una más.
Sólo estaba permitido el baño en las playas La Piscina, de aguas más tranquilas, y en Cabo San Juan, la última playa, donde acababa el camino, cortado por acantilados. Tardamos unas dos horas en llegar.
La Playa de Cabo San Juan era de las más bonitas, dos playas en forma de media luna separadas por una colina con una cabaña-mirador en la cima, con grandes rocas a los lados y un palmeral denso y alto.
Al día siguiente fuimos temprano a Pueblito Chairama, la ciudad prehispánica, tierra de los indígenas Tayrona. Fuimos por un sendero en el bosque tropical, con lianas, mucha hojarasca, árboles de corteza pelada y raíces extendiéndose por el suelo. Luego fue una subida empinada saltando piedras, algunas enormes; una de ellas tuvimos que subirla con ayuda de una cuerda colgante. Fuimos totalmente solos y tardamos una hora y media en llegar.
En Pueblito quedaban ruinas arqueológicas con unas 250 terrazas circulares, donde estuvieron las cabañas. Hubo 500 viviendas que albergaron 4000 habitantes en su momento de máximo esplendor. Vimos un grupo de cabañas reconstruidas, con alguna mujer Tayrona y niños vestidos con túnicas blancas. Tenían el pelo liso negro y rasgos indígenas, y eran huidizos. Se respiraba tranquilidad en aquel entorno aislado.