Villa de Leyva de estilo
y arquitectura colonial, y rodeada de montañas, nos impresionó. La guía de la
Lonely Planet la describía así. “La fotogénica y aletargada Villa de Leyva
parece haber quedado anclada en el pasado. Declarada Monumento Nacional en
1954. Ha conservado sus calles adoquinadas y sus edificios encalados”.
La Plaza Mayor
era inmensa, una de las mayores y más bellas plazas principales de las
Américas. Tenía unas dimensiones colosales y los edificios del otro lado se
veían como una línea blanca diminuta, como una maqueta. Frente a la Iglesia
Parroquial, en el centro de la plaza había una fuente Mudéjar.
Los edificios
coloniales, muchos del s.XVI, tenían balcones y porches de madera, y patios
interiores con jardines. Destacaban casas históricas como la Hospedería Roca,
la Casa de Juan Castellanos y la Casona La Guaca, convertidas en
tiendas de artesanía, bajo los soportales. O la Casa Museo de Antonio
Ricaurte, que visitamos, luchó a las órdenes de Bolívar y es recordado por
su sacrificio en la batalla de San Mateo en Venezuela en 1914. Exhibía armas y
mobiliario. El jardín era precioso, con un pozo y repleto de flores.
También visitamos
la Casa Museo de Antonio Nariño, uno de los pioneros de la Independencia
de Colombia, y defensor de los derechos humanos.
Luego fuimos
paseando hasta la Hostería del Molino de Mesopotamia, con un molino de
1586. Eran varias edificaciones bajas pintadas de rojo terracota y amarillo
intenso, alrededor de jardines. Había un estanque circular de piedra, donde nos
dijeron que se bañó Bolivar.
Callejeamos viendo
los comercios: pequeños cafés, panaderías y pastelerías, jugos de frutas, roas
y artesanía, algunas peluquerías y numerosos restaurantes con encanto. Cenamos
trucha y mazarcada, un gratinado de carne mechada de pollo y ternera, con maíz
y queso. Delicioso.
Al día siguiente
fuimos con una furgoneta a Barichara, otra ciudad colonial
española de 300 años de antigüedad. Era más pequeña y menos majestuosa que
Leyva, pero coqueta y con mucho encanto. Apenas vimos turismo. Decían que en el
pueblo se filmaban muchas telenovelas, al ser tan pintoresco. Las casas eran
blancas con tejados rojos y puertas y ventanas verdes o azules. Las calles empedradas
tenían bastante pendiente y eso las hacía más fotogénicas.
Recorrimos las
callecitas admirando los tejadillos voladizos con travesaños y faroles
colgantes, balcones de madera con algunas macetas, las ventanas con celosías de
madera. Algunos muros estaban adornados por buganvillas.
En la Plaza estaba
la Iglesia Catedral Inmaculada Concepción, del s.XVIII, de piedra arenisca labrada,
y de un dorado anaranjado, según la luz.
Había tiendas tipo
colmados que ofrecían todo tipo de mercancías expuestas en las estanterías. En
algunas vimos letreros de venta de hormigas culonas, la especialidad
culinaria de Barichara y el Departamento de Santander. La tradición se
remontaba a 5000 años atrás, cuando los guabos criaban y comían hormigas fritas
o asadas por sus supuestas propiedades afrodisíacas y curativas. Decían
que sabían como polvo crujiente mezclado con granos de café. Pero no las
probamos porque preguntamos en varios sitios y en todos nos dijeron que no
había cosecha, q1ue todavía no habían salido.
Guane era un pequeño pueblo, similar a Barichara, con apenas dos calles alrededor de la plaza. En el pueblo había motocarros pequeños amarillos, aunque apenas había tráfico. Nos sentamos en la plaza y tomamos bebidas y helado casero de coco. Cartagena de Indias era la ciudad colonial colombiana por excelencia, la más conocida. Pero Leyva, Barichara y Guane nos enamoraron, conservaban su encanto colonial