domingo, 19 de abril de 2015

EL ENCANTO DE MOMPOX

Para llegar a Mompox desde Cartagena de Indias utilizamos tres transportes: bus, barca y taxi colectivo. El bus de la compañía Expreso Brasilia nos llevó de Cartagena a Magangué en cuatro horas de trayecto. En Magangué cogimos una embarcación por el río Magdalena. Las orillas se veían verdes con palmeras y arbolado con hojarasca, pero se notaba que el interior estaba deforestado para crear pastos para el ganado vacuno. En la zona había bastante ganado vacuno. El trayecto fue corto, desde Magangué a Bodega. En Bodega cogimos un taxi con otros dos pasajeros, un orfebre y su hijo. Tardamos una hora en llegar.

Santa Cruz de Mompox, que abrevian Mompox, fue fundado en el s.XVI por Alonso de Heredia, el hermano de Pedro de Heredia, fundador de Cartagena. No se podía negar que los dos hermanos tenían muy buen gusto. La primera impresión fue la del tiempo detenido y una tranquilidad infinita. Había poca gente por la calle y hacía un calor tórrido. Era una ciudad histórica y Patrimonio Mundial. Tenía arquitectura colonial con balcones, ventanas con rejas, faroles, adornos de escayola y porches con arcos en calles y plazas. 




La población estaba formada básicamente tres calles paralelas: la Albarrada, la Calle Real de en medio y la Calle Nueva. Empezamos el paseo por la calle Albarrada, paralela al río Magdalena. A través del río y del Dique pasaban todas las mercancías de Cartagena al interior de la colonia, lo que convirtió a Mompox en un importante puerto y núcleo mercantil. La ciudad prosperó, acuñó monedas para la colonia y se hizo famosa por sus orfebres, como el que habíamos conocido. Las aguas del río bajaban tranquilas. 



Nuestro rincón favorito fue el Portal de la Marquesa, una casona noble con grandes portalones, ventanas con rejas y un bonito porche con columnas pintadas de cuatro colores: rojo, amarillo, marrón y verde. 




Llegamos a una plaza con arcos amarillos y la bonita Iglesia de Santa Bárbara. En otra plaza la iglesia era rojo terracota y blanca, Las plantas y flores adornaban las fachadas y las casas tenían bonitos patios interiores. Nos fijamos en los detalles: tejadillos de tejas sobre las ventanas, picaportes de cobre de las puertas en forma de lagartijas o leones.




En la plaza un equipo filmaba la película “La Casica” y había un despliegue de camiones, focos y material de rodaje. Hablamos con unas chicas que llevaban mantilla y participaban como extras.

Cenamos en una de las plazas, bajo los arcos. Pedimos chuzo (pincho) de pollo adobado y salchipapas. Mientras, en la iglesia abierta el cura daba un sermón entre cánticos, y de repente se oyó el cumpleaños feliz y aplausos dentro de la iglesia. La celebración no estaba reñida con la devoción. Se encendieron los faroles y la gente salió a pasear y tomar el fresco. Mompox conservaba el encanto de tiempos pasados.




domingo, 12 de abril de 2015

LA GUAJIRA COLOMBIANA

Recorrimos la Península de la Guajira desde Riohacha. En el paseo llamado Malecón se veían indígenas de la Guajira vendiendo artesanías y coloridos bolsos. Las mujeres vestían largas túnicas estampadas y alguna blanca. En Uribia, la capital indígena, compramos bebidas y dulces para dar a los niños.



Atravesamos el Desierto de Carrizal, un paisaje árido y arenoso, con matorrales y muchos cactus altos. Se veían algunos burros guiados por niños o mujeres, transportando fardos y bidones de agua. En el camino los niños cortaban el acceso poniendo una cuerda atada a ambos lados, y pedían dulces, bollos o galletas.





Almorzamos en una ranchería de Cabo de la Vela, frente al mar. Pescado con arroz, ensalada y patacones. Unos niños sesteaban en una hamaca chinchorro y jugaron con nosotros. Cabo de la Vela era una aldea junto al mar Caribe, bastante polvorienta y adormilada, con cabañas alineadas a lo largo de una calle principal. La electricidad era de generador. 



Por la tarde fuimos a la Playa Ojo de Agua, nos bañamos y la recorrimos subiendo a unas colinas de roca que cerraban un lado de la playa.


La Playa Pilón de Azúcar, era la más bonita, una lengua de arena anaranjada y fina, con acantilados y con un peñasco en forma de pirámide. Sobre el Pilón de azúcar había una Virgen que se veía en la distancia. Subimos el caminito para contemplar las vistas. 



Al día siguiente seguimos la ruta por la Guajira. La primera parada fue Bahía Forteta y luego fuimos a la Laguna Gran Vía, llena de flamencos rosas con el pico amarillo y negro. Había un grupo de entre treinta y cuarenta flamencos. El color rosa se debía a su alimentación de pequeños camarones. Los flamencos más jóvenes eran blancos porque no había comido suficientes camarones.



Otra parada fue en las Dunas de Taroa, de 60m de altura. Subimos a la cresta y al otro lado la duna caía hacia el mar. Espectacular. Descendimos y caminamos por una larga playa con oleaje. Una de las playas más salvajes y que más nos gustó en Colombia. Unos metros más allá unas rocas formaban una laguna natural de aguas más tranquilas. Allí nos dimos un largo y placentero baño.



Luego fuimos a un mirador y finalmente a la mítica Punta Gallinas, el punto geográfico más al norte de Sudamérica. Allí estaba el Faro, una caseta con una simple torre metálica en forma de “A”, alimentada por paneles solares. Junto al mar había un montón de túmulos de piedras apiladas por los que visitaban el lugar.


Contemplamos la puesta de sol en Punta Agujas. Y dormimos en la Ranchería Luzmilla, en Bahía Hondita. Al día siguiente regresamos a Riohacha y Santa Marta. Nos llevamos un buen recuerdo de la Península de Guajira y su gente.





jueves, 9 de abril de 2015

EL PARQUE NACIONAL TAYRONA

Desde Santa Marta fuimos al Parque Nacional Tayrona. Estaba encajado entre la Sierra Nevada de Santa Marta y la costa del Caribe, desde la Bahía de Taganga hasta la desembocadura del río Piedras.

En el Centro de Acogida del Parque nos pasaron un vídeo sobre la naturaleza y fauna, y nos dieron algunas indicaciones sobre el recorrido ante un mapa que señalaba las playas.

Caminamos por un sendero iba paralelo a la costa y a tramos se adentraba pasando por zonas de grandes rocas, por pasarelas y palmerales. Por el camino encontramos alguna iguana descansando. Pasamos por la zona llamada Arrecifes, donde el baño estaba prohibido por el fuerte oleaje y las corrientes submarinas. Unos carteles advertían de las 100 o 200 víctimas, que no fueras una más.

Sólo estaba permitido el baño en las playas La Piscina, de aguas más tranquilas, y en Cabo San Juan, la última playa, donde acababa el camino, cortado por acantilados. Tardamos unas dos horas en llegar.




Nos alojamos en Cabo San Juan, en una de las carpas agrupadas bajo un palmeral. Era alojamiento para mochileros y parecía un campamento de un Festival de música, como decía la guía. de Lonely Planet. Tenía una zona de chinchorros. Lo primero que hicimos fue tomar zumos naturales de piña y refrescarnos con el baño.






La Playa de Cabo San Juan era de las más bonitas, dos playas en forma de media luna separadas por una colina con una cabaña-mirador en la cima, con grandes rocas a los lados y un palmeral denso y alto.






Al día siguiente fuimos temprano a Pueblito Chairama, la ciudad prehispánica, tierra de los indígenas Tayrona. Fuimos por un sendero en el bosque tropical, con lianas, mucha hojarasca, árboles de corteza pelada y raíces extendiéndose por el suelo. Luego fue una subida empinada saltando piedras, algunas enormes; una de ellas tuvimos que subirla con ayuda de una cuerda colgante. Fuimos totalmente solos y tardamos una hora y media en llegar.



En Pueblito quedaban ruinas arqueológicas con unas 250 terrazas circulares, donde estuvieron las cabañas. Hubo 500 viviendas que albergaron 4000 habitantes en su momento de máximo esplendor. Vimos un grupo de cabañas reconstruidas, con alguna mujer Tayrona y niños vestidos con túnicas blancas. Tenían el pelo liso negro y rasgos indígenas, y eran huidizos. Se respiraba tranquilidad en aquel entorno aislado.