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jueves, 9 de agosto de 2018

TRANSIBERIANO 2. TOMSK

 

El trayecto de Novosibirsk a Tomsk fue de 4 horas. La estación era un bonito edificio clásico, de fachada amarilla y tejados de pizarra negra. Tomsk era una de las ciudades siberianas más antiguas, fundada en 1604. Considerada capital cultural de Siberia desde los años sesenta cuando artistas, escritores y actores de cine y de teatro fueron invitados a establecerse allí. Muy bonita, pero era una ciudad donde nevaba cuatro meses seguidos sin interrupción! También leímos que era uno de los más importantes centros de producción de plutonio y uranio de Rusia. 


Era un conjunto de más de setecientas casas tradicionales de madera, en su mayoría de más de 250 años o más. Pero también tenía edificios de piedra, construidos a finales del s. XIX. Las casas eran de planta baja o dos plantas, construidas con grandes troncos horizontales, oscurecidos por las lluvias y las inclemencias del clima. Las altas ventanas sobresalían de las fachadas y tenían adornos de filigrana de carpintería. En la parte superior de las casas también había cenefas de madera labrada, como bordados. Las contraventanas pintadas de color azul, blanco o verde, adornaban las fachadas.


La calle Krasnarmeyskaya era la que tenía mayor concentración de casas tradicionales de madera. Estaban habitadas y algunas restauradas. Una de ellas era una clínica odontológica. Delante de las casas crecía hierba y florecillas. A veces no parecía ser una ciudad, sino un tranquilo pueblo de la taiga.





La Embajada Ruso-Alemana era una de las casas más bonitas, de color azul con marcos y filigranas blancas. Tenía balcón que daba al jardín, y un gran torreón. Los adornos de filigrana de carpintería eran geométricos y muy estéticos. El interior tenía una habitación con mobiliario y objetos antiguos como una rueca, una máquina de coser Singer, un acordeón, una máquina de escribir, muñecas, un avión, cama y armario. 

Otra casa bonita era una de color verde y blanco, construida en 1904, como indicaba en su fachada. Tenía torres estilizadas con tejadillos cónicos negros y filigranas de carpintería. Bastante imponente.






Las casas de construcción de piedra también eran bonitas. Algunas tenían una marquesina de hierro forjado sobre la entrada de la puerta principal, y tenían torres con tejadillos triangulares. Destacaban la Duma (Parlamento), de ladrillo rojo y cúpulas verdes, y la Casa Peacock, de color amarillo con ventanas blancas y tejadillos rojos.


La ciudad conservaba sus viejos trolebuses. Vimos varias iglesias ortodoxas, algunas de madera y otras de piedra. Paseamos por la céntrica Plaza Lenina y por las orillas del río Tom en la confluencia con el río Obi. Junto al río encontramos una estatua de un personaje con sombrero, gabán, anteojos y descalzo; era el escritor Chejov. Tomsk nos gustó mucho, una ciudad muy agradable, acogedora y con encanto.






domingo, 4 de febrero de 2018

EL PUEBLO ANTIGUO DE AL HAMRA




En el pueblo antiguo de Al Hamra las casas eran de adobe y altas, de dos o tres pisos. La mayoría estaban en estado ruinoso. Quedaban pocos pueblos así en Omán, otro similar era Misfat en la montaña. Los omaníes preferían vivir en la parte nueva, en los chalets de construcción moderna, aunque por lo menos la arquitectura conservaba su sabor árabe manteniendo las casas bajas, colores arenosos y ventanas arqueadas.




Las ruinas de Al Hamra con sus viejas puertas de madera con adornos de latón gastado tenían su estética. La joya del pueblo era la casa que habían transformado en Museo, para mostrar la forma de vida tradicional. A la entrada tuvimos que descalzarnos. Todas las habitaciones tenían altos techos, estaban alfombradas y tenían coloridos cojines alrededor para apoyarse. La sala principal tenía vigas de madera pintada en el techo y ventiladores. Grandes baúles de madera decoraban la estancia. Las paredes tenían hornacinas con vasijas, teteras, calabazas, quinqués y todo tipo de recipientes y objetos de uso cotidiano en la época.




Tres hombres jóvenes y sonrientes eran los anfitriones. Llevaban sus túnicas blancas llamadas dishdashas impolutas y casquetes o turbantes, con una elegancia natural. Nos invitaron a tomar té con dátiles y conversamos con ellos sobre la vida en Omán. En alguna habitación había fotos antiguas que mostraban como hacían melaza con los dátiles hirviéndolos en un gran caldero. Nos enseñaron la casa donde había tres mujeres vestidas con pañuelos de colores y haciendo diferentes tareas: una cocinando frente al fuego, otra tejiendo cestas y otra elaborando una pasta naranja de sándalo y azufre de uso cosmético, con la que me untó la frente.


La casa tenía infinidad de detalles y no nos cansábamos de curiosear. Era fácil imaginar la vida de una familia tradicional omaní. Nos encantó la visita.



© Copyright 2018 Nuria Millet Gallego

sábado, 20 de mayo de 2017

LA COREA RURAL

















Hahoe era una pequeña población tradicional con mucho encanto, junto al río Nakdong y entre arrozales, parcelas de viñas, maíz y chile verde. Estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. Conservaba las casas centenarias llamadas minbak, de los tiempos de la dinastía Joseon, que se fundó en 1392. Nos alojamos en una de esas casas, con ventanas de papel de arroz y edredones apilados en el suelo de tarima a modo de colchón. Era el sistema llamado “ondol”.

Los muros eran de adobe arenoso con tejadillos negros y puertas de madera color miel oscura, que se abrían a patios llenos de arbustos y macetas de plantas. Algunas eran casas-museo, aunque sin apenas mobiliario. Visitamos la casa de un estudioso de Confucio, que exhibía libros con caligrafía coreana.  





























Paseamos totalmente solos por las callejuelas del pueblo, atravesando huertos con aperos de campo y tinajas, y corbertizos de paja entre los tejadillos orientales de tejas negras. El sol de la mañana lo inundaba todo. En el centro del pueblo había un gran y nudoso árbol de 600 años de antigüedad. La gente había atado a su alrededor papelitos blancos con deseos escritos. También escribimos nuestros deseos en un fino papel de arroz, entre ellos el deseo de seguir viajando y conociendo gentes y lugares.

 

















Visitamos el Museo de Máscaras, coreanas y de todo el mundo: Indonesia, Thailandia, Papua, Filipinas, Islas del Pacífico, Venecia, India, indios de América del Norte, Sudamérica, África…Una exposición muy interesante y completa. En las tiendas turísticas del pueblo vendían máscaras tradicionales de recuerdo.

Al atardecer cruzamos el río Nakdong con una pequeña barca y vimos las Escuelas Confucianas, un conjunto de pabellones. En la orilla opuesta había un peñasco escarpado al que subimos. Desde arriba se contemplaban las bonitas vistas del pueblo. Era fácil imaginar la vida en los pueblos coreanos en épocas antiguas.








© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego