Nuestro viaje por
las Antillas Menores empezó en la Isla Guadalupe. Guadalupe era una
isla en forma de mariposa con las alas desiguales. En realidad, eran dos
islas distintas que quedaron unidas después de un cataclismo sísmico y que
estaban comunicadas por un puente que cruzaba la Rivière Salée.
La Catedral
tenía fachada amarilla. Había un coro de niños y jóvenes, vestidos de blanco.
Nos quedamos a escucharlos un rato. La iglesia estaba bastante llena, con los
feligreses vestidos de colores con sus mejores galas. La población era negra y
mulata.
Visitamos el Museo de la Esclavitud (Memorial ACTe). Era un edificio con entramado metálico blanco, muy parecido al Estadio de Beijing, que llamaban “El Nido”. Eran varias salas con cuadros, fotografías, vídeos interactivos e instalaciones con el tema de la esclavitud. Me llamó la atención la frase de Napoleón Bonaparte: “La libertad es un alimento para el que los estómagos negros no están preparados”.
Los murales explicaban que todas las culturas y países del mundo habían tenido, y seguían teniendo, esclavitud. Aunque se abolió en 1865, el tráfico de esclavos en barcos no se prohibió hasta 1815. En cada barco se hacinaban hasta 320 esclavos. Los llevaban a las plantaciones de algodón, caña de azúcar, minas de carbón. Desde los griegos, romanos, egipcios, los países asiáticos, las Américas y la propia África, todos tenían sistemas de esclavitud. Los abolicionistas defendían el final de esa crueldad y tenían su rincón en el museo.
Había un espacio
dedicado a la música, que les servía de válvula de escape, los rituales del
vudú y el Carnaval. También hablaban de Malcom X, Nelson Mandela, Martin Luther
King o Ángela Davis, las figuras simbólicas de la lucha contra la esclavitud.
Un Museo muy interesante.
En un mural pintado en una fachada un joven rompía una cadena, un símbolo del pasado, que las nuevas generaciones de antillanos rechazaban.