Caminamos en silencio por
un estrecho desfiladero de paredes rocosas. Estábamos en el Cañón Sesriem, de 1km. de largo y 30m.
de profundidad. Habíamos leído en las guías que “era una enorme cicatriz en el
suelo reseco del desierto”. Entramos desde la parte alta y bajamos al cauce
seco del río Tsauchab. En algunas
zonas quedaban charcas, restos de lo que fue el río, de aguas verdosas y con
algunos peces. Los depósitos de arena y piedra conglomerada tenían 15 millones
de años de antigüedad.
De camino al campamento
de Solitaire vimos un nido gigante
en la rama de un árbol. Era un nido comunitario, hogar de varios pájaros, y
estaba construido con la oquedad hacia abajo, con pequeños orificios de
entrada, para dificultar el acceso a los depredadores como las serpientes mamba y cobra.
Más tarde tuvimos un
encuentro con una de estas grandes serpientes, que vimos a pocos metros de
nuestro vehículo. Cuando le hice una foto desde la ventanilla del coche me
pareció que me miraba, abrió su boca y sacó su lengua bífida amenazante, como
marcando su terreno. Impresionaba. Tenía una piel preciosa, con un dibujo
geométrico de escamas brillantes. La serpiente nos recordaba que nosotros
éramos los intrusos allí. Y
entendimos el afán de protección de las aves al construir sus nidos. Eran las
leyes de la Naturaleza para mantener su equilibrio.
© Copyright 2012 Nuria Millet Gallego