martes, 15 de agosto de 2017

LAS CASCADAS DE IVINDO




Gabón era nuestro destino, en la costa oeste de África central. Pura naturaleza selvática y ríos.
El Parque Nacional Ivindo fue uno de los que visitamos. Desde Makokou contratamos una excursión de tres días con la FIGET (Fondation Internationale du Gabon). Partimos de un embarcadero con una larga piragua hecha de un tronco vaciado. Llevábamos víveres, bidones de gasolina, el barquero lo envolvió todo junto con nuestras mochilas, en un plástico en la popa para que no se mojara en el trayecto. La vegetación en las orillas del río Ivindo era selvática y densa, altos muros vegetales con los troncos forrados de verde hojarasca. El agua era de un color verde oscuro, lisa como un espejo. La canoa cortaba las aguas tranquilas y avanzábamos entre los reflejos de la vegetación de las orillas.



Atravesamos tramos de varios rápidos donde el agua formaba espuma y remolinos. El barquero apagaba el motor y sus ayudantes utilizaban las pértigas. A veces tuvieron que bajarse y vadear el terreno, empujando la piragua. A las tres horas de trayecto llegamos al campamento. Tenía varias cabañas dispersas, todas vacías. Las camas tenían colchones y pusieron sábanas limpias y mosquiteras.
El campamento estaba junto a unas cascadas que caían con un ruido estrepitoso. Las rocas estaban cubiertas de musgo verde y helechos que resistían el empuje del agua, como si fueran cabelleras en movimiento. En un recodo nos bañamos y lavamos algo de ropa.



Por la tarde emprendimos una caminata a través de la selva hasta otras cataratas todavía más espectaculares. El agua caía en múltiples chorros espumosos entre la verde vegetación.. Al fondo había otra catarata más alta y con el agua turbulenta marrón. Caminamos entre las rocas de alrededor para ver las cascadas desde diferentes ángulos. Nos sentamos en las rocas y nos quitamos las botas para refrescarnos los pies.  Allí pasamos la tarde, escribiendo y contemplando el paisaje. Mientras tanto, nuestros barqueros pescaban con éxito. Pescaron una especie de siluro con bigotes que medía casi un metro y fue nuestra cena, con vegetales y banana frita.



Al día siguiente nos adentramos nuevamente en la selva hasta llegar a las Cataratas  Kongou, las más impresionantes del parque y las de mayor altura, que caían desde unos sesenta metros, las más altas del África ecuatorial y tenían un gran valor espiritual para la gente local, según leímos. El sonido era un estruendo Primero las vimos desde la parte alta y con la fuerza que llevaba el agua daba vértigo asomarse. Luego bajamos hasta la base y avanzamos con cuidado por las resbaladizas rocas tapizadas de musgo hasta estar a una distancia de diez metros de la parte frontal. Un fino rocío de gotas nos empapaba cuerpo, cara y pelo. Una ducha refrescante. La naturaleza cobraba su fuerza en lugares como aquel. Una auténtica maravilla!



© Copyright 2017 Nuria Millet Gallego

martes, 30 de mayo de 2017

PALACIOS DE SEÚL

En Seúl había cinco palacios construidos durante la dinastía Joseon, que reinó en Corea durante cinco siglos desde 1392. En ese periodo se afianzó la doctrina de Confucio.

El Santuario Confuciano Jongmyo albergaba las tablillas espirituales de los ancestros, de reyes y reinas. Era Patrimonio de la Humanidad no sólo por su arquitectura, sino por las ceremonias especiales y ritos funerarios que seguían celebrándose allí, en el interior y en su gran patio empedrado. Vimos fotos de una ceremonia con cientos de participantes ataviados con ropajes granates y altos sombreros negros. El pabellón principal era una larga estructura con columnas y puertas rojas, con persianas atadas con cuerdas.



















Frente al santuario estaba el Palacio Chandeokgung, construido a principios del s.XIV, Patrimonio de la Humanidad. Decían que era el más bonito de los cuatro. Nos gustaron sus pabellones, las escalinatas de piedra labrada y el Huwon, un jardín secreto que cultivaban el emperador y la emperatriz, con estanques de aguas verdosas con nenúfares, donde se reflejaban las pagodas. Pasear por la zona boscosa era muy relajante.  






El Palacio Gyeongbokgun fue el primer palacio de Seúl y renació varias veces de las cenizas de la destrucción. Era un gran recinto amurallado, una ciudadela donde vivían en la época los oficiales del gobierno, estudiantes, eunucos, concubinas, soldados y sirvientes. Tenía varios pabellones entre jardines. En una estancia mostraban el trono real y algo de mobiliario. En el jardín visitamos el interesante Museo Folklórico. El recinto del Palacio era tan grande que caminamos unas dos horas, fijándonos en los detalles, las puertas con celosías, paneles de madera labrada o las tejas con motivos florales. Allí vimos la ceremonia del cambio de guardia.







El último que visitamos fue el Palacio Deoksung, en un parque rodeado de los altos edificios de la capital. Fue otra de las residencias de los reyes durante la dinastía Joseon. Nos pareció menos espectacular que los anteriores. Albergaba el Museo de Historia, que exhibía mobiliario antiguo. Leímos que había sido tres veces mayor, pero fue destruido durante la guerra. Por fortuna se conservaban esos palacios, que nos permitieron hacer un viaje en el tiempo por la historia de Corea. Un viaje apasionante que superó nuestras expectativas.









miércoles, 24 de mayo de 2017

BARRIOS TRADICIONALES DE SEÚL





En la moderna ciudad de Seúl se conservan barrios tradicionales, como el Barrio Buchkon. Era un laberinto de callejuelas con casi 900 hanoks, las casas tradicionales de más de 600 años de antigüedad, de madera oscura con tejadillos negros. Como estaba sobre una colina los tejados quedaban escalonados a diferentes niveles y formaban una bonita composición. El barrio era Patrimonio de la Humanidad.

Las puertas de madera estaban rodeadas de macetas con flores, y los patios interiores ajardinados estaban repletas de plantas. El barrio tenía un Centro de Cultura Tradicional, teterías y talleres de artesanía y manualidades.


















Cerca estaba el Barrio Insa, con casas bajas, galerías de arte, pequeños restaurantes, casas de té y tiendas de artesanía. Ofrecían papel hanji, sellos de mármol labrado, mobiliario antiguo, joyas, lámparas de papel de arroz, dulces de pasta hilada y frutos secos. Nos gustó especialmente una tiendecita abarrotada de pinceles de todos los tamaños. Insa era otro buen lugar para alojarse en la capital, cerca de los magníficos Palacios con siglos de historia que nos esperaban.



































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sábado, 20 de mayo de 2017

LA COREA RURAL

















Hahoe era una pequeña población tradicional con mucho encanto, junto al río Nakdong y entre arrozales, parcelas de viñas, maíz y chile verde. Estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. Conservaba las casas centenarias llamadas minbak, de los tiempos de la dinastía Joseon, que se fundó en 1392. Nos alojamos en una de esas casas, con ventanas de papel de arroz y edredones apilados en el suelo de tarima a modo de colchón. Era el sistema llamado “ondol”.

Los muros eran de adobe arenoso con tejadillos negros y puertas de madera color miel oscura, que se abrían a patios llenos de arbustos y macetas de plantas. Algunas eran casas-museo, aunque sin apenas mobiliario. Visitamos la casa de un estudioso de Confucio, que exhibía libros con caligrafía coreana.  





























Paseamos totalmente solos por las callejuelas del pueblo, atravesando huertos con aperos de campo y tinajas, y corbertizos de paja entre los tejadillos orientales de tejas negras. El sol de la mañana lo inundaba todo. En el centro del pueblo había un gran y nudoso árbol de 600 años de antigüedad. La gente había atado a su alrededor papelitos blancos con deseos escritos. También escribimos nuestros deseos en un fino papel de arroz, entre ellos el deseo de seguir viajando y conociendo gentes y lugares.

 

















Visitamos el Museo de Máscaras, coreanas y de todo el mundo: Indonesia, Thailandia, Papua, Filipinas, Islas del Pacífico, Venecia, India, indios de América del Norte, Sudamérica, África…Una exposición muy interesante y completa. En las tiendas turísticas del pueblo vendían máscaras tradicionales de recuerdo.

Al atardecer cruzamos el río Nakdong con una pequeña barca y vimos las Escuelas Confucianas, un conjunto de pabellones. En la orilla opuesta había un peñasco escarpado al que subimos. Desde arriba se contemplaban las bonitas vistas del pueblo. Era fácil imaginar la vida en los pueblos coreanos en épocas antiguas.








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