jueves, 24 de agosto de 2017
LAS CASCADAS DE IVINDO
sábado, 14 de octubre de 2000
MIANDRIVAZO Y EL RÍO TSIRIBIHINA
Llegamos a
Miandrivazo a las once y media de la noche, tras un trayecto infernal en taxi-brousse
desde Morondava, por pistas llenas de socavones. El vehículo parecía un barco,
en continuo vaivén hacia un lado y otro.
Al día siguiente vimos el pueblo de Miandrivazo, que nos gustó mucho. En la calle principal se conservaba alguna casa destartalada con los balcones con tablillas de madera labrada. Tenía un par de Iglesias Adventistas, que eran los edificios de mejor construcción, aparte del Palacio de Justicia. Había mucho ambiente y pequeños comercios. Solo necesitaban una madera para montar un puesto de venta ambulante de buñuelos, cacahuetes, pinchitos de carnes, huevos, mangos…Vimos un almacén de mazorcas de maíz. Había cientos de mazorcas doradas. Estaban amontonadas, las metían en sacos y las cargaban en un camión. Por las casas también colgaban hileras de mazorcas.
En las calles vimos mujeres y niñas peinándose unas a otras, haciéndose trencitas que luego agrupaban en moños caprichosos, con peinados muy variados e imaginativos. Algunas llevaban pamelas blancas o de colores.
Al atardecer paseamos por las orillas del río Tsiribihina, viendo el ambiente local. Mujeres y niños se lavaban enjabonándose, otras mujeres lavaban la ropa y la extendían en el suelo para que se secara, formando un mosaico de colores.
Había una excursión por el río de tres días, pero decidimos hacer un trayecto en piragua más corto. La piragua era un tronco de árbol vaciado, con cuatro maderos transversales para sentarse. Fuimos con dos remeros. Rio arriba había una zona de rocas y se formaban rápidos, estrechándose el caudal. Dejamos la canoa atada y caminamos por las rocas hasta llegar a unas cascadas donde el agua saltaba con fuerza entre las piedras. Nos bañamos en un remanso del río. Disfrutamos un montón y fue muy relajante.
domingo, 7 de noviembre de 1993
RAFTING EN EL ZAMBEZE
Cruzamos la frontera con Zambia, desde Zimbawe, para hacer el rafting por el río Zambeze. Embarcamos en un tramo tranquilo de aguas verdosas, en una imponente garganta de roca negra. El río engañaba, nada hacía presagiar la fuerza y la violencia de los rápidos que nos esperaban. Íbamos en una zodiac que dirigía un remero en la parte central. Cuando nos metíamos en las olas los cuatro que estábamos en la parte delantera debíamos tirarnos con todas nuestras fuerzas hacia delante para impedir que la punta de la zodiac se levantara y volcáramos. Los rápidos tenían nombres tan sugerentes como “la escalera hacia el cielo” o “la lavadora”. Parecía divertido. Y lo fue.
Pero en el rápido nº 18 sucedió. El bote volcó por el lado derecho y antes de volcar sentí el peso de Javier y los otros dos chicos que han caído sobre mi brazo. Sentí dolor, y me vi en medio del rápido, entre remolinos de espuma. La corriente me arrastraba y me dejé llevar con los pies adelante. Javier me ofrecía una mano, pero no pude cogerla. Así que el río me arrastró unos metros hasta la altura de otro bote que me tiró una cuerda. Como me dolía el brazo izquierdo, tuve que cogerme a la cuerda sólo con el derecho, e intentar avanzar hasta el bote. Luego me subieron ellos.
Paramos en unas rocas, y casualmente entre la gente de los
botes había una doctora, que me echó un vistazo pero no se atrevió a
diagnosticar si era una fractura o no. De momento, lo inmovilizaron con una
férula y después de un pequeño mareo por el dolor, volví a mi bote, donde me
esperaban todos.
Lo peor era que los rápidos no se habían acabado, y no me hacía mucha ilusión pasarlos con el brazo así. Pero tuve que pasarlos, claro. Suerte que eran menos fuertes que el 18. Fueron cinco más, en los que me agarré a las cuerdas lo más fuerte que pude con la derecha, mientras Javier me cogía del chaleco. Cuando llegamos al final, después del 23, me esperaba un camino de subida por el cañón, de una media hora.
Vimos un
helicóptero, y Jules, que era nuestro guía propuso hacerle señales para que me
recogiera, pero desapareció antes de que pudiera intentarlo. De todos modos, no
sé qué hubiera sido peor, porque el helicóptero no tenía sito para aterrizar y
me hubiera recogido con una silla por encima del agua. Después de la subida a
pie todavía nos esperaba el regreso en camión por pistas sin asfaltar, por lo
que el camión no paraba de dar botes y mi brazo lo sentía. Me llevaron a un
consultorio y después a un hospital. El dr. Vivian me hizo una radiografía y
diagnosticó fractura de radio.
Tras el accidente, y con el brazo enyesado, en el
pueblo me hice famosa y todos me preguntaban qué había pasado. Los entendidos
preguntaban directamente en que rápido había sido.
Al día siguiente decidimos ver las Cataratas
Victoria en ultraligero, aún con el brazo enyesado
pensé que ya no me podía suceder ningún otro accidente. Steve me enseñó los
rápidos que habíamos pasado el día anterior, y también el famoso nº 18. Volamos
bajo y me señaló cocodrilos en las orillas del río. Casi vimos
la puesta de sol desde el aire. La contemplamos en tierra, junto al hangar.
Después de eso, el viaje siguió durante cuarenta
días, con calor, con picores, con incomodidades cotidianas, pero con ilusión.
Los niños se acercaban a mí, tocaban el brazo y me sonreían y hasta me
dibujaron un mapita de África en el yeso. Siempre recordaré la amabilidad,
generosidad, cariño y ayuda de todos aquellos con los que me crucé por los
caminos africanos.
Viaje y fotos del año 1993