Gabón
era nuestro destino, en la costa oeste de África central. Pura naturaleza
selvática y ríos.
El Parque Nacional
Ivindo fue uno de los que visitamos. Desde Makokou contratamos una excursión de tres días con la FIGET (Fondation Internationale du Gabon). Partimos de un embarcadero con una
larga piragua hecha de un tronco vaciado. Llevábamos víveres, bidones de
gasolina, el barquero lo envolvió todo junto con nuestras mochilas, en un
plástico en la popa para que no se mojara en el trayecto. La vegetación en las orillas del río Ivindo era selvática y densa, altos muros
vegetales con los troncos forrados de verde hojarasca. El agua era de un
color verde oscuro, lisa como un espejo. La canoa cortaba las aguas tranquilas
y avanzábamos entre los reflejos de la vegetación de las orillas.
Atravesamos tramos de varios
rápidos donde el agua formaba espuma
y remolinos. El barquero apagaba el motor y sus ayudantes utilizaban las pértigas.
A veces tuvieron que bajarse y vadear el terreno, empujando la piragua. A las
tres horas de trayecto llegamos al campamento. Tenía varias cabañas dispersas,
todas vacías. Las camas tenían colchones y pusieron sábanas limpias y
mosquiteras.
El campamento estaba
junto a unas cascadas que caían con un ruido estrepitoso. Las rocas estaban
cubiertas de musgo verde y helechos que resistían el empuje del agua, como si
fueran cabelleras en movimiento. En un recodo nos bañamos y lavamos algo de
ropa.
Por la tarde emprendimos una caminata a través de la selva hasta otras cataratas todavía más espectaculares. El agua caía en múltiples
chorros espumosos entre la verde vegetación.. Al fondo había otra catarata más
alta y con el agua turbulenta marrón. Caminamos entre las rocas de alrededor
para ver las cascadas desde diferentes ángulos. Nos sentamos en las rocas y nos
quitamos las botas para refrescarnos los pies.
Allí pasamos la tarde, escribiendo y contemplando el paisaje. Mientras
tanto, nuestros barqueros pescaban con éxito. Pescaron una especie de siluro
con bigotes que medía casi un metro y fue nuestra cena, con vegetales y banana
frita.
Al día siguiente nos adentramos nuevamente en la selva hasta llegar a las Cataratas Kongou, las más
impresionantes del parque y las de mayor altura, que caían desde unos sesenta
metros, las más altas del África
ecuatorial y tenían un gran valor
espiritual para la gente local, según leímos. El sonido era un estruendo Primero
las vimos desde la parte alta y con la fuerza que llevaba el agua daba vértigo
asomarse. Luego bajamos hasta la base y avanzamos con cuidado por las resbaladizas
rocas tapizadas de musgo hasta estar a una distancia de diez metros de la parte
frontal. Un fino rocío de gotas nos empapaba cuerpo, cara y pelo. Una ducha
refrescante. La naturaleza cobraba su fuerza en lugares como aquel. Una
auténtica maravilla!
© Copyright 2017 Nuria Millet Gallego