Desde Kota
Kinabalu, la capital de Sabah, fuimos en autobús a la ciudad de Sandakan. A
18km estaba el Santuario de Orangutanes de Sepilok. Allí nos mostraron
un vídeo que explicaba como los orangutanes iban perdiendo su hábitat natural,
la jungla boscosa, ya que cada vez había más plantaciones de palmeras y cultivos.
Si encontraban algún orangután en una zona de jungla aislada, lo capturaban
durmiéndolo con un dardo narcótico y los trasladaban a otra zona de jungla más
extensa. También mostraban la labor del orfanato de orangutanes, que se
ocupaba de alimentar y cuidar a las crías.
Sepilok era uno de
los cuatro grandes santuarios de orangutanes que había en el mundo, y
los ejemplares de pelo rojizo eran característicos de Borneo. “Orang”
significaba “persona” en bahasa malayo. Y “Orang-utans” significaba “gente del
bosque”
Después nos
trasladamos a unas plataformas de madera entre los árboles, donde
diariamente ofrecían comida a los orangutanes. Llegaron columpiándose por las
ramas y moviéndose entre nosotros. Eran de pelaje muy rojizo, que
brillaba al sol, y tenían la cara oscura. Empezaron a comer las bananas.
El orangután más
grande que vimos tendría tal vez mi tamaño. Decían que algunas hembras podían
llegar a medir 2,4m de altura y pesar unos 100kg, pero no vimos ejemplares tan
grandes. Las crías se abrazaban por los hombros y no dejaron de abrazarse ni
para comer. El más grande cogía las bananas con una sola mano, las pelaba con
la boca y ayudándose con la lengua las engullía, como si comiera pipas. Cuando
se saciaron estuvieron saltando entre las ramas, colgándose de un brazo o de
una pierna, balanceándose, rascándose y mirándonos.
Dimos un paseo sin
guía por la jungla. Antes nos registramos en el libro del parque, indicando
nuestros nombres, nacionalidad y hora. Nos advirtieron que no les ofreciéramos
comida, ni intentáramos tocarlos y que vigiláramos nuestras mochilas. Seguimos las
pasarelas elevadas, cruzando algún puente sobre zonas pantanosas. Era
emocionante escuchar los sonidos de la jungla y mirar las alturas de los
árboles por si veíamos algún orangután.
Encontramos dos
orangutanes jóvenes, caminando hacia nosotros. Nos quedamos parados y se
acercaron hasta casi tocarnos. Pudimos hacerles varias fotos y primeros planos
de su cara. Pero uno de ellos estiró la mochila de Javier y le rompió un asa.
Nos confiamos demasiado. Podían haber dado un estirón más fuerte y llevarse la
mochila. Retrocedimos discretamente y los dejamos tranquilos en su hábitat, mientras
nos miraban alejarnos sin inmutarse. Nos pareció que sonreían.
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