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lunes, 4 de octubre de 1999

LOS ORANGUTANES DE SEPILOK EN BORNEO

Desde Kota Kinabalu, la capital de Sabah, fuimos en autobús a la ciudad de Sandakan. A 18km estaba el Santuario de Orangutanes de Sepilok. Allí nos mostraron un vídeo que explicaba como los orangutanes iban perdiendo su hábitat natural, la jungla boscosa, ya que cada vez había más plantaciones de palmeras y cultivos. Si encontraban algún orangután en una zona de jungla aislada, lo capturaban durmiéndolo con un dardo narcótico y los trasladaban a otra zona de jungla más extensa. También mostraban la labor del orfanato de orangutanes, que se ocupaba de alimentar y cuidar a las crías.

Sepilok era uno de los cuatro grandes santuarios de orangutanes que había en el mundo, y los ejemplares de pelo rojizo eran característicos de Borneo. “Orang” significaba “persona” en bahasa malayo. Y “Orang-utans” significaba “gente del bosque”

Después nos trasladamos a unas plataformas de madera entre los árboles, donde diariamente ofrecían comida a los orangutanes. Llegaron columpiándose por las ramas y moviéndose entre nosotros. Eran de pelaje muy rojizo, que brillaba al sol, y tenían la cara oscura. Empezaron a comer las bananas.


 

El orangután más grande que vimos tendría tal vez mi tamaño. Decían que algunas hembras podían llegar a medir 2,4m de altura y pesar unos 100kg, pero no vimos ejemplares tan grandes. Las crías se abrazaban por los hombros y no dejaron de abrazarse ni para comer. El más grande cogía las bananas con una sola mano, las pelaba con la boca y ayudándose con la lengua las engullía, como si comiera pipas. Cuando se saciaron estuvieron saltando entre las ramas, colgándose de un brazo o de una pierna, balanceándose, rascándose y mirándonos.



Dimos un paseo sin guía por la jungla. Antes nos registramos en el libro del parque, indicando nuestros nombres, nacionalidad y hora. Nos advirtieron que no les ofreciéramos comida, ni intentáramos tocarlos y que vigiláramos nuestras mochilas. Seguimos las pasarelas elevadas, cruzando algún puente sobre zonas pantanosas. Era emocionante escuchar los sonidos de la jungla y mirar las alturas de los árboles por si veíamos algún orangután. 


Encontramos dos orangutanes jóvenes, caminando hacia nosotros. Nos quedamos parados y se acercaron hasta casi tocarnos. Pudimos hacerles varias fotos y primeros planos de su cara. Pero uno de ellos estiró la mochila de Javier y le rompió un asa. Nos confiamos demasiado. Podían haber dado un estirón más fuerte y llevarse la mochila. Retrocedimos discretamente y los dejamos tranquilos en su hábitat, mientras nos miraban alejarnos sin inmutarse. Nos pareció que sonreían.



Viaje y fotos realizados en 1999