El dueño de nuestro
pequeño hotel en Cabo Polonio se llamaba Alfredo. En nuestras charlas y en sus
gestos demostró una cierta ironía con toques poéticos. Por ejemplo en una de
las dunas frente al mar Atlántico habían colocado un viejo televisor plantado en la
arena: un guiño uruguayo. El televisor se veía desde las hamacas del porche,
mientras contemplábamos la puesta de sol. Creo que era la mejor programación
posible.
La duna del televisor
no era la única. En el pueblo estaba el complejo dunar más importante del sur
americano, según leímos. Pero curiosamente sus 40km2 de extensión
corrían alto riesgo de desaparecer por los planes de forestación que impedirían
la libre movilidad de las dunas. Hasta para eso eran originales los pobladores
del Polonio, no querían perder sus bellas dunas por verde vegetación.
Siguiendo la playa
junto al mar encontramos las primeras dunas doradas. Eran onduladas, con suaves
pendientes. Algunas tenían una altura considerable, llegar a la cima suponía
convertirse en un puntito para el que esperaba abajo. Después de subir y bajar
por unas cuantas dunas, seguimos caminando por la llamada Playa de la Calavera,
hasta llegar al llamado Cerro Buena Vista, con grandes rocas de formas curiosas.
Lenguas de mar se
adentraban en la arena empujadas por el viento, y se formaban olas constantes
de crestas espumosas. Era una costa bastante salvaje. De regreso al acogedor
hotel, nos tumbamos en las hamacas y contemplamos la puesta de sol junto al
viejo televisor, todo un símbolo difícil de olvidar.
© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego