El Grand Popó, la población costera de Benín, estaba de fiesta. Eran
las celebraciones previas al 10 de enero, el día del Vudú, y nos dijeron que
era posible ver una ceremonia de vudú.
En la plaza había
cuatro armazones de paja de colores de forma cónica, como pajares, de los que
colgaban fetiches varios. Eran los llamados Zangbetos, los guardianes
de la noche tradicionales del vudú en Benín y Togo, en la religión yoruba. Estaban coronados por altares de figuras humanas o
animales (un elefante verde frente a otro amarillo). Un hombre esparció
alrededor de ellos y de toda la plaza un polvo amarillo, que era harina con
aceite de palma, bendiciendo el entorno. Otros hombres bebían y expulsaban el
líquido sobre los armazones cónicos de paja.
Un grupo de músicos,
tres tambores y varios metales tipo cencerros, animaban el ambiente. Era un
sonido rítmico que contagiaba las ganas de bailar. Empezaron bailando los niños
del pueblo y luego se unieron las mujeres. Movían hombros y pechos hacia atrás
y delante, y doblaban las rodillas sacando el cuelo y meneándose. Todo un
espectáculo. De repente se oyeron voces desde el interior de uno de los
armazones de paja. Llevábamos una hora allí y no habíamos visto a nadie
introduciéndose bajo los pajares. Entonces empezaron a moverse y girar. Giraban
con vueltas cada vez más rápidas, como los derviches giradores de Turquía.
Nos explicaron que era
la danza de los Zangbeto y los espíritus eran los que movían los armazones. Con
la música rítmica de fondo giraban a velocidad creciente levantado el polvo en
la plaza. Sólo los iniciados o asistentes, llamados kregbetos, podían tocar los Zangbetos. Eran un grupo de cuatro o cinco hombres, , corrían a su alrededor y parecían jugar con ellos. El
ambiente no era solemne, nos hacían reír con las paradas bruscas, era una
festividad para el pueblo.
El momento cumbre llegó con la demostración final. El Zangbeto estaba bailando y girando, de repente se paró en seco y uno de los asistentes levantó el armazón. Lo sorprendente fue que no había nadie dentro. No había manera de que hubiera salido una persona sin verla, ni tampoco parecía que podían esconderse entre la paja. Estábamos a pocos metros y nos quedamos atónitos. Eran los espíritus los que movían el Zangbeto.
© Copyright 2016 Nuria Millet Gallego
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