El lago Khovsgol nos dio los buenos días. Habíamos llegado después de diecisiete
horas de viaje en furgoneta colectiva desde Ulan Bator hasta Moron, más otro
tramo de dos horas y media hasta Khatgal,
la población a orillas del lago. En Mongolia cuando se acababa el asfalto las
carreteras eran pistas de tierra en mal estado, y el trayecto se convertía en
una batidora de huesos.
Nos alojamos en una
coqueta y sencilla cabaña de madera con estufa de carbón, que encendimos, y
dormimos doce horas seguidas. El baño estaba en otra cabaña exterior y era
ecológico, a falta de cisterna había que echar una pala de serrín. La segunda noche nos alojamos en una ger, la tienda tradicional, con la estufa central.
Al lago lo llamaban la Perla Azul de Mongolia, y estaba considerado el hermano menor del lago Baikal, con sus 23 millones de años de antigüedad. Estaba rodeado de altas montañas y sus aguas eran profundas y claras. Además era el segundo lago de Mongolia, con 2.760 km2 y estaba repleto de peces como el esturión, que vendían en salazón.
Decidimos coger un
barco tipo ferry atracado en el muelle, que llegaba a Khank a 20km. de la
frontera rusa. Subimos a bordo con varias familias de mongoles, algunos nos
pidieron que posáramos con ellos para sus fotos, les resultábamos exóticos.
Entre la tripulación estaba una señora gordita madura, uniformada con gorra de
plato, a quien bautizamos “la Capitana”. Más tarde, la Capitana hizo de
animadora del trayecto, y micrófono en mano animó a los pasajeros a cantar. Uno
de esos momentos naïfs de los viajes.
El barco navegó hacia
el norte del lago y contemplamos en las orillas los campamentos de blancas gers, las tiendas tradicionales de los
nómadas. El paisaje era verde y casi alpino, montañas y colinas salpicadas de
bosques de abetos. Por algo llamaban a la región de Khovsgol la Suiza de Mongolia. El agua azul
brillaba con los rayos de sol intermitente. Cerca del lago pastaban rebaños de
ovejas y enormes yaks de pelo largo,
como en el Tibet. En Mongolia, con una superficie equivalente a casi tres veces
la superficie de España y una población de menos de tres millones de habitantes,
había más animales que personas. Un territorio solitario y misterioso.
Por la tarde dimos un paseo a caballo de tres horas por los alrededores del lago. El guía era un señor mayor de piel curtida por soles y vientos, y con vestimenta tradicional, el del marrón con dibujos y cinturón amarillo y botas de piel. Su nombre era Ekhumé y no hablaba una palabra de inglés, pero nos entendimos bien. Apretó las cinchas de los caballos y emprendimos el paseo.
Nos acercamos a la orilla del lago y los caballos bebieron agua. Luego fuimos por inmensa pradera verde con algunas flores blancas, lilas y amarillas. Encontramos algún rebaño de ovejas y yaks pastando. Paramos en un Ovoo, el lugar de oración entre árboles, donde habían anudado cientos de pañuelos azul cielo, el símbolo de conexión con lo divino para los mongoles. Los tres lo rodeamos tres veces en el sentido horario, pidiendo un buen viaje, deseo que nos fue concedido. Luego nos sentamos en la hierba y Ekhumé lió un cigarrillo mientras nos sonreía. Nos llevamos un buen recuerdo del bonito Lago Khovsgol.
© Copyright 2012 Nuria Millet
Gallego