Caminamos al borde de
los impresionantes acantilados
verticales de piedra caliza, de colores ocre y amarillo. Junto a ellos, en el
mar, había gigantescos pináculos o agujas marinas que llamaban los Doce Apóstoles. Estábamos en el Parque Nacional de Port Campbell,
próximo a Melbourne. Sólo quedaban
ocho apóstoles y decían que debido a la erosión marina acabarían por
desaparecer. Leímos que cada catorce
segundos la piedra recibía el impacto de una ola. Esa erosión formaba
cuevas y agujeros arqueados en las rocas. El mar tenía fuerza en aquella zona y
una franja de espuma blanca festoneaba los acantilados.
Vimos la ensenada donde
naufragó un barco que viajaba de Londres a Sidney en 1878, tras tres meses de
travesía. Estaba a punto de llegar y haciendo los preparativos de una fiesta
para celebrarlo, cuando naufragó. Sólo sobrevivieron dos personas. El lugar se
bautizó Loch Ard Gorge en recuerdo del barco. A pesar de lo
dramático de los sucesivos naufragios en aquellas costas, las
playas eran bellísimas.
Junto a la ensenada, una roca formaba un puente
natural sobre el mar. La llamaban London Bridge. Los apóstoles
se erguían imponentes resistiendo los embates de las olas, cuyo impacto
podíamos oír. Una muestra más del perfecto arquitecto que puede ser la erosión
en la naturaleza.