En Sri Lanka alquilamos bicicletas por unas cuantas rupias para visitar Polannaruwa. Las ruinas de la antigua ciudad se extendían a lo largo de unos doce kilómetros, según leímos. Fue la capital de los reyes cingaleses del s. XI al XII, y estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. El sendero de tierra atravesaba un bosque con grandes árboles que ofrecían una sombra que agradecimos en un día muy caluroso.
El Palacio Real había
tenido cincuenta habitaciones soportadas por treinta columnas, pero poco
quedaba de eso. Junto a él permanecían los Baños Reales, el Hall e la Audiencia,
y varios templos hindúes. Uno de los templos de estructura circular tenía
acceso por escalerillas por los cuatro puntos cardinales, con una estatua de
Buda sentado en cada lado, y figuras de apsaras grabadas en la piedra.
Lo que más ganas teníamos
de ver eran los cuatro Budas de Gal
Vihara. Los habían protegido de lluvias y soles con un tejadillo que los
mantenía a la sombra. Cuando estuvimos había soldados vigilando por allí,
empuñando sus metralletas. Estábamos próximos a la zona norte de la isla, la
del conflicto separatista entre los Tigres
Tamiles y los Nadires. Posteriormente la guerrilla tamil fue derrotada,
después de 25 años de lucha.
Los cuatro Budas de Gal
Vihara estaban tallados en una pared rocosa: el más imponente estaba de pie con
sus 7m. de altura, el reclinado de 14m. de longitud descansaba su cabeza en un
duro cojín de piedra, otro sentado en posición de meditación, y el cuarto en una
pequeña cueva. Me hice una foto junto al Buda reclinado y al momento vino un
soldado a decirnos que no estaba permitido.
Regresamos con las bicis a
través del precioso bosque cuando ya oscurecía, vigilados por la atenta mirada
de los Budas.