Soweto era uno de los distritos segregados de Johannesburgo,
también llamados townships, en el que
vivían entre 2,5 y 5 millones de sudafricanos. Se creó en 1904 para trasladar a
las personas no blancas fuera de la ciudad, sin enviarlas demasiado lejos para
poder mantenerlas como mano de obra barata, una especie de gueto. Se convirtió
en un símbolo y fue testigo de acontecimientos históricos.
Subimos a un punto
desde el que se tenían vistas de todo Soweto, dominado por la colina de las minas de oro. Johannesburgo fue durante
mucho tiempo fue la capital mundial de la producción de oro, pero la
explotación minera afectó al medio
ambiente y al suministro de agua potable. La consecuencia fueron aguas ácidas, que podían ser tratadas en
procesos que se encarecían demasiado. Por todas partes se veían casitas de
planta baja pintadas de colores con tejados rojos. Dos grandes torres de una
antigua central térmica, estaban decoradas con dibujos y unidas por un puente
colgante; desde ellas se tiraban acróbatas y equilibristas.
Las construcciones eran
de ladrillo o cemento, pero también vimos casetas sencillas de uralita con
peluquerías y pequeños comercios o bares, donde vendían la cerveza local en
envases de cartón. Un museo recordaba la protesta
de los estudiantes negros por la imposición del afrikaans como único idioma
en las escuelas, que trajo consigo la muerte por disparos de la policía de la
víctima más joven de la lucha: un niño de 13 años llamado Héctor Pieterson. En la protesta fallecieron 566 escolares.
En la zona de Orlando
West, estaba la casa de Nelson Mandela,
el hombre que más luchó contra el racismo y por los derechos de la raza negra.
Curiosamente la casa estaba junto a la del obispo Desmond Tutu, así que en un pequeño tramo de calle habían vivido
dos Premios Nobel de la Paz. La casa de Mandela se construyó en 1945 y vivió
con su primera mujer Evelyn, y con Winnie durante unos años más hasta que
Mandela fue llevado a prisión en 1960. Estuvo veintisiete años encarcelado. Era
una biografía emocionante y que impresionaba, todo el mundo quería y respetaba
a Maduba, como le llamaban cariñosamente. El
corazón de Mandela, maltrecho, sigue latiendo. Los jóvenes, como las mujeres
sentadas en el banco que me sonreían, escribirán el futuro de Soweto. Todos ellos
son el latido de Soweto. Escuché ese latido.
© Copyright 2013 Nuria Millet
Gallego