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sábado, 19 de octubre de 2019

EL NIDO DEL TIGRE

Una de las atracciones del viaje por Bután era el Monasterio Taktsang, conocido como Tiger’s Nest. Decían que el gurú Rimpoche llego allí en la espalda de un tigre y meditó en el monasterio. La estructura principal era de 1692, pero sufríó graves daños en un incendio en 1998 y se restauró posteriormente. Era un lugar de peregrinación para los butaneses, al que ir al menos una vez en la vida.

Empezamos la ascensión a través de bosques de pinos que se abrían ofreciendo magníficas vistas. Encontramos tramos con coloridas banderolas de oración ondeando al viento, y pabellones con ruedas de oración. El Monasterio se veía diminuto sobre la montaña rocosa, cerca de la cima. La subida era muy empinada, a tramos casi un ángulo de 45º. 



El monasterio estaba a 3100m de altitud y ascendimos 900m de desnivel en una caminata de varias horas. El primer tramo fue el más duro, una hora hasta llegar a una cafetería colgada en la roca. Había caballos que hacían esa ruta para los que no quisieran cansarse. Tomamos un té allí contemplando las vistas y reposamos un poco. Lucía el sol y el día estaba espléndido. Llevábamos anorak y forro polar, pero pronto entramos en calor y nos quedamos en manga corta.



El segundo tramo fue algo menos cansado, aunque también subía y subimos 700 escaleras haciendo zig-zag en la parte final. La vista del Monasterio del Nido del Tigre de cerca fue impresionante. Eran varios edificios escalonados sobre la roca de la montaña. Tuvimos que dejar las mochilas, la cámara y el móvil en unas taquilllas. La fotografía en el interior estaba prohibida, eran muy rigurosos y lo respetamos. Nos descalzamos, ascendimos por escalera interiores, atravesamos galerías y entramos en santuarios ancestrales.


Los imponentes muros eran de un blanco cegador. En los santuarios ardían lámparas de mantequilla, para hacer ofrendas. Había estatuas del Buda de la Compasión (el de cuatro cabezas con cuatro caras cada una) y otras manifestaciones de Buda. Estaba representado también el Padma Sama sobre un tigre rayado. Estuvimos en ocho templos o salas de oración, que nos recordaron el ambiente del Monasterio del Potala en Lhassa. Todos estaban decorados con Tangkas, telas amarillas y los colgantes de tiras de colores.


Desde los diferentes niveles del monasterio se tenían vistas del valle y de una cascada muy próxima que les proporcionaba agua. Entre los peregrinos había una monja con la cabeza rapada de Taiwán. Había turismo indio. Aunque había gente, el ambiente era de misticismo y soledad. No podía negarse que estaba aislado, en lo alto de la montaña. Y muchas salas las vimos totalmente solos. Los monjes estaban retirados del bullicio en sus aposentos. Había puertas cerradas al visitante y tenía ganas de curiosear las entrañas ocultas del monasterio. Era un lugar único y especial.

              

miércoles, 16 de octubre de 2019

EL PASO DOCHULA


El Dochula Pass estaba a 3100m de altitud. Era un puerto de montaña en la cordillera del Himalaya, en la ruta de Timbhu a Punakha. Llegamos por una carretera que atravesaba montañas boscosas. Había tramos con banderolas de oración.

Sobre un montículo había 108 chortens dispuestos en forma circular. Chorten era el nombre en butanés y tibetano de las stupas budistas. No tenían la forma de campana habitual de las stupas; eran como torres blancas con tejadillo triangular. Fueron construidas por encargo de la última reina madre de Bután en 2004. Los llamaban chörtens de la victoria, por ser un monumento en honor a los soldados butaneses que murieron en la batalla de diciembre de 2003 contra los insurgentes de Assam de la India.







Un grupo de mujeres butanesas pararon y se hicieron fotografías en el entorno. Vestían la kira, su traje tradicional de chaquetilla de seda y falda larga. Los chortens estaban rodeadas de verdes jardines y con el día luminoso que hacía el conjunto se veía precioso. Hicimos un alto en el camino y tomamos un té. Las vistas de las montañas desde allí eran magníficas y en la lejanía se veían los picos nevados del Himalaya.



martes, 15 de octubre de 2019

BUTÁN, LA LLEGADA Y EL CHORTEN TIMBHU

 

Bután nos atraía hacía mucho tiempo, pero durante años nos resistimos a viajar por la obligación de pagar las caras tasas diarias. Formaba parte de la política de “Felicidad Nacional Bruta” que rige el país. Una parte era la Tasa de Desarrollo Sostenible, destinada a invertir en educación y asistencia sanitaria gratuitas para los butaneses. Como vimos que no cambiaba la normativa, decidimos viajar desde Nepal, era más económico, incluso pudimos regatear el precio final. 

Volamos con Drukair, la compañía butanesa. El vuelo desde Kathmandú apenas duró una hora y fue espectacular. Estábamos en el lado izquierdo que tenía mejores vistas de la Cordillera del Himalaya con sus picos nevados. El cielo estaba completamente azul, sin una sola nube. Y las montañas parecían cercanas. Un panorama único y magnífico.

Bután contaba con 18 picos de más de 7000m de altitud. Sólo uno de ellos estaba abierto a los alpinistas. Decían que el Gagkhor Puensum de 7451m era el monte más alto sin escalar del mundo. No estaba permitido por razones religiosas.

El Aeropuerto de Paro era el más bonito que habíamos visto. Leímos que era uno de los diez más peligrosos del mundo. En medio de la cinta transportadora del equipaje había una maqueta gigante de un Dzong, la mezcla de Monasterio y Fortaleza. El Aeropuerto estaba en Paro, a 48km de Timbhu, la capital.

Nos recogió Tashi, un chico joven vestido con el go, el traje tradicional. Tashi fue nuestro guía en los días que pasamos en Bután. Como gesto de bienvenida nos ofreció dos pañuelos blancos de seda, como hacían en el Tibet.


Lo primero que vimos en Bután fue el National Memorial Chorten, conocido como Chörten Timbu, un monumento religioso budista construido en 1974. Era una estupa blanca coronada por un capitel dorado. Al entrar vimos unas grandes ruedas de oración, de unos 2m de altura. El ambiente era de misticismo y devoción.

Lo más interesante fue la gente que había alrededor y sentados en esteras sobre el suelo. Eran peregrinos butaneses, la mayoría muy ancianos, con el pelo canoso y rostros surcados por arrugas. Giraban sus molinillos de oración. Llevaban su comida y comían con calma. Algunos nos sonreían al pasar y otros seguían a lo suyo. También había monjes budistas de túnica granate, con el hombro derecho al descubierto.








                     


domingo, 13 de octubre de 2019

EL HIMALAYA DESDE NAGARKOT

 

El trayecto desde Katmandú a Nagarkot era de solo 32km. Tardamos algo más de una hora en recorrerlos. El presidente chino estaba de visita oficial y la ciudad estaba tomada por la policía y el ejército con metralletas, y cortaron muchas calles. 

El paisaje era montañoso y muy verde, con terrazas de arroz escalonadas y campo de cultivo de patatas, con tallos verdes. Vimos algunas mujeres campesinas trabajando. Nagarkot era un pequeño pueblo a los pies del Himalaya, a 2.195m de altitud, con pocos habitantes y casas dispersas. Tenía fama merecida de ser el mejor lugar para disfrutar de las vistas del Himalaya. 




Paramos en el mirador, donde había una atalaya metálica con escalera vertical. Subimos y contemplamos las vistas de la Cordillera del Himalaya, una larga cresta con los picos del Dhaulagiri (8167m), el Kandenjunga (8586m), el Langtang Lirung (6966m), el Shisha Pangma (8012m), el Dorja Lakpa (6966m) el Gauri Shankar (7134m) y la montaña más conocida y mítica, el Everest de 8848m de altitud. El Himalaya era la cordillera más alta de la tierra, con más de cien cimas que superan los 7000 metros y catorce cimas de más de 8000 metros de altura. 

En aquellas montañas nacían algunos de los mayores ríos del mundo: el río Ganges, el río Indo, el río Brahmaputra, río Yamuna o el río Yangtsé. No era extraño que fueran unas montañas sagradas para el hinduismo y el budismo. Impresionaban.


El nombre de Himalaya derivaba del sánscrito y significaba “morada de la nieve”. El día estaba espléndido, con cielo azul intenso y una franja de nubes blancas por debajo de los picos nevados. La nieve blanquísima destacaba en el azul del cielo. Nos quedamos un rato en la torre, pese al poco espacio de la plataforma, mirando los picos nevados con los prismáticos, viendo como se movían las nubes dejando asomar un trozo más de montaña u ocultándolo, y haciendo múltiples fotos de las magníficas vistas. 

Desde la base de la torre también se tenían buenas vistas de las montañas, y podían encuadrarse con el verde de la vegetación de alrededor. La terraza del Hotel Country Villa ofrecía unas fantásticas vistas del valle y la cordiellera. Habíamos visto el Himalaya desde Sikkim, desde Bután y desde Tibet en otros viajes. Desde todos los lugares la mítica cordillera impresionaba y dejaba huella. Un paisaje espectacular.


domingo, 12 de agosto de 2018

TRANSIBERIANO 3. ALTAI Y LAGO TELEKSKOE

 

El Transiberiano nos dejó en Novosibirsk y después de visitar Tomsk, pasamos varios días en la región montañosa de Altai. Desde Novosibirsk cogimos un autobús hasta Gorno Altaisk, la capital de la región de Altai, y otro autobús a Artibash. Atravesamos bosques de taiga y varios ríos de anchura considerable. En Rusia todo era grande. 

Artibash era la base para ver el Lago Telekskoe. Era el mayor lago de la región de Altai, con una profundidad de 325m, uno de los 25 lagos más profundos del mundo. Situado a 434m sobre el nivel del mar, tenía 78km de largo de 5 a 20km de ancho. En él desembocaban unos 70 ríos y 150 arroyos. Estaba rodeado de montañas de 1700m a 2400m de altura al sur, y de 600m a 1300m de altura al norte.




Paseamos por las orillas del lago. Tenía cabañas de madera con tejados triangulares para la nieve, rodeadas de hierba y con algunos caballos, que alquilaban para dar un paseo. Nos dimos un baño breve, porque el agua estaba bastante fría. Era un lugar de turismo ruso local. Vimos varias tiendas de arenques secos, a los rusos les gustaban mucho. 

Las tiendas de artesanía vendían todo tipo de objetos de madera tallada, cajas, cestas, amuletos, llaveros, miel y jabones con aromas de frutos del bosque. Cenamos en un restaurante de estilo rústico de montaña. Pedimos sopa, trucha y pollo con champiñones gratinados. Todo muy rico. 




Al día siguiente contratamos una excursión en barco por el lago. Hicimos varías paradas y caminamos por el bosque, viendo cinco cascadas durante el recorrido. También vimos numerosos torrentes que bajaban por las laderas de las montañas como hilos blancos entre la vegetación, hojarasca y verdes helechos. A veces parecía más un paisaje más tropical húmedo que lo que cabía esperar de la taiga rusa.



En algunas paradas nos ofrecieron empanadas, buñuelos y té muy especiado y sabroso, con sabor a hierbas del bosque. En rincones del bosque habían colgado tiras de colores, como ofrendas, ya que el 90% de los buriatos eran budistas. Llegamos hasta el extremo sur del lago y paramos en una playa llena de leños de madera usada para hacer fogatas. Había rusos acampados y otros en cabañas. El paisaje del lago nos gustó mucho, pero nos faltaba conocer el Lago Baikal en otra etapa del Transiberiano.