Bután nos atraía
hacía mucho tiempo, pero durante años nos resistimos a viajar por la obligación
de pagar las caras tasas diarias. Formaba parte de la política de “Felicidad
Nacional Bruta” que rige el país. Una parte era la Tasa de Desarrollo
Sostenible, destinada a invertir en educación y asistencia sanitaria gratuitas
para los butaneses. Como vimos que no cambiaba la normativa, decidimos viajar
desde Nepal, era más económico, incluso pudimos regatear el precio final.
Volamos con Drukair,
la compañía butanesa. El vuelo desde Kathmandú apenas duró una hora y fue
espectacular. Estábamos en el lado izquierdo que tenía mejores vistas de
la Cordillera del Himalaya con sus picos nevados. El cielo estaba completamente
azul, sin una sola nube. Y las montañas parecían cercanas. Un panorama único y
magnífico.
Bután contaba con
18 picos de más de 7000m de altitud. Sólo uno de ellos estaba abierto a los
alpinistas. Decían que el Gagkhor Puensum de 7451m era el monte más alto sin
escalar del mundo. No estaba permitido por razones religiosas.
El Aeropuerto de Paro era
el más bonito que habíamos visto. Leímos que era uno de los diez más peligrosos del mundo. En medio de la cinta transportadora del
equipaje había una maqueta gigante de un Dzong, la mezcla de Monasterio y Fortaleza.
El Aeropuerto estaba en Paro, a 48km de Timbhu, la capital.
Nos recogió Tashi,
un chico joven vestido con el go, el traje tradicional. Tashi fue nuestro guía
en los días que pasamos en Bután. Como gesto de bienvenida nos ofreció dos
pañuelos blancos de seda, como hacían en el Tibet.
Lo primero que vimos en Bután fue el National Memorial Chorten, conocido como Chörten
Timbu, un monumento religioso budista construido en 1974. Era una estupa blanca coronada por
un capitel dorado. Al entrar vimos unas grandes ruedas de oración, de unos 2m
de altura. El ambiente era de
misticismo y devoción.
Lo más interesante fue la gente que había alrededor y sentados en
esteras sobre el suelo. Eran peregrinos butaneses, la mayoría muy ancianos, con el pelo canoso
y rostros surcados por arrugas. Giraban sus molinillos de oración. Llevaban su
comida y comían con calma. Algunos nos sonreían al pasar y otros seguían a lo
suyo. También había monjes budistas de túnica granate, con el hombro derecho al
descubierto.