sábado, 20 de mayo de 2017

LA COREA RURAL

















Hahoe era una pequeña población tradicional con mucho encanto, junto al río Nakdong y entre arrozales, parcelas de viñas, maíz y chile verde. Estaba considerada Patrimonio de la Humanidad. Conservaba las casas centenarias llamadas minbak, de los tiempos de la dinastía Joseon, que se fundó en 1392. Nos alojamos en una de esas casas, con ventanas de papel de arroz y edredones apilados en el suelo de tarima a modo de colchón. Era el sistema llamado “ondol”.

Los muros eran de adobe arenoso con tejadillos negros y puertas de madera color miel oscura, que se abrían a patios llenos de arbustos y macetas de plantas. Algunas eran casas-museo, aunque sin apenas mobiliario. Visitamos la casa de un estudioso de Confucio, que exhibía libros con caligrafía coreana.  





























Paseamos totalmente solos por las callejuelas del pueblo, atravesando huertos con aperos de campo y tinajas, y corbertizos de paja entre los tejadillos orientales de tejas negras. El sol de la mañana lo inundaba todo. En el centro del pueblo había un gran y nudoso árbol de 600 años de antigüedad. La gente había atado a su alrededor papelitos blancos con deseos escritos. También escribimos nuestros deseos en un fino papel de arroz, entre ellos el deseo de seguir viajando y conociendo gentes y lugares.

 

















Visitamos el Museo de Máscaras, coreanas y de todo el mundo: Indonesia, Thailandia, Papua, Filipinas, Islas del Pacífico, Venecia, India, indios de América del Norte, Sudamérica, África…Una exposición muy interesante y completa. En las tiendas turísticas del pueblo vendían máscaras tradicionales de recuerdo.

Al atardecer cruzamos el río Nakdong con una pequeña barca y vimos las Escuelas Confucianas, un conjunto de pabellones. En la orilla opuesta había un peñasco escarpado al que subimos. Desde arriba se contemplaban las bonitas vistas del pueblo. Era fácil imaginar la vida en los pueblos coreanos en épocas antiguas.








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domingo, 14 de mayo de 2017

LA ISLA ULLAUNGDO




Pohang era una ciudad costera coreana con un bonito paseo marítimo con mucho ambiente, con músicos callejeros y restaurantes de pescado. Desde allí cogimos un ferry hasta la Isla Ullaungdo, en el Mar del Japón. Durante el trayecto de tres horas y media nos acompañaron grupos de gaviotas juguetonas, que revoloteaban alrededor. Seguían la estela del barco y les gustaba sumergirse en la espuma de la estela, para ellas debía ser como un jacuzzi.

La isla era volcánica y la vegetación había crecido generosamente en sus montañas y acantilados. Atracamos en una bonita y resguardada bahía. La montaña más alta tenía casi 1000m de altura. En su cima estaba el Observatorio, y en otros puntos se erigían estatuas blancas de Buda y tablillas verticales con caracteres coreanos. 




Estuvimos un par de días en la isla. Nos apuntamos a un crucero alrededor de la isla. El paisaje era precioso con el mar azul intenso y los altos acantilados tapizados de vegetación verde. El sueño de un náufrago en la distancia, o su pesadilla por los abruptos acantilados. Había peñascos rocosos separados de la costa, como guardianes de la isla. El mar rompía en espuma contra las negras rocas. Por cierto, que la isla era disputada por los japoneses, y los coreanos defendían que era de su territorio.

Recorrimos el camino de pasarelas por los acantilados, atravesando grutas donde se adentraba el mar, erosionándolas y formando hendiduras. En el camino había algunos pequeños bares que ofrecían pulpo y mejillones. Luego llegamos hasta el Faro subiendo por el bosque. Desde allí se veía el otro lado de la isla, la bahía con un muelle.

Llegó el momento de despedirnos de la luminosa isla. Las gaviotas nos acompañaron de nuevo en el regreso al continente; nuestro viaje por Corea seguía y nos esperaba Hahoe.











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jueves, 11 de mayo de 2017

TEMPLOS COREANOS


El Templo Saanggye-sa estaba en el Parque Nacional Jirisan, en medio de un paisaje boscoso de pinos y cedros, junto a un arroyuelo. Llegamos en autobús desde Busan, en dos horas de trayecto. Tenía edificaciones y pabellones a diferentes niveles, comunicados por escaleras. Los tejadillos negros y rojos asomaban entre las copas de los árboles. Atravesamos dos puertas de entrada con grandes figuras de guardianes, parecidos a los de la mitología hindú. Los techos estaban pintados de verde y decorados con cenefas con motivos geométricos y figuras de Buda. Bajo un pabellón había una gran campana y un tambor aún más grande. Desde el templo partía un sendero hasta las cascadas Buril Popko.





El Templo Beomeo-sa era el más importante de Busan. Construido en el s.VII, fue destruido durante la invasión japonesa y reconstruido en 1713. Estaba envuelto en la espesura del verde bosque. La puerta de entrada era muy bonita, con dos grandes columnas de piedra. El recinto estaba formado por varias edificaciones con una gran plaza central. Encontramos a los monjes reunidos, con sus rezos y música rítmica. En algunas zonas había cientos de farolillos de colores colgando. Estaban de celebración y se juntaron en la plaza para fotografiarse. Vestían túnicas granate suave y por debajo camisolas grises.

En los interiores del templo había imágenes de Budas dorados con flores, y en cada sala oraban los fieles. El monasterio, como muchos en Corea, admitía estancias de visitantes que quisieran compartir la experiencia de convivir con los monjes. Lo hicimos en Japón y fue interesante ser testigos de la vida de los monjes. Esta vez no tuvimos oportunidad por falta de tiempo.






















Caminando desde la Fortaleza de Busan llegamos al Templo Monasterio Seokbul-sa estaba en una garganta con grandes imágenes talladas en la roca. Eran casi el doble de nuestro tamaño. Una diosa sujetaba un ánfora, y sobre la cabeza tenía esculpidas doce minicabezas. Como curiosidad vimos varias esvásticas en los muros, la cruz gamada que simboliza la fertilidad en Asia. Había escaleras que subían a cuevas más altas con otras esculturas en la roca. Fue una sorpresa encontrar el templo en la garganta. Un rincón realmente especial.

 



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martes, 9 de mayo de 2017

MERCADOS Y COMIDAS COREANAS

J
 















El Mercado de Pescado Jalgachi en Busan era el más grande de Corea, según leímos. Busan era una moderna ciudad costera en la desembocadura del río Nakdong. Su mercado era impresionante, con mucho ambiente. Había una variedad enorme de pescados: anguilas, salmonetes, pulpos, atunes, rapes, pepinos de mar y babosas, langostas y gambas, ostras, almejas y mejillones gigantes de 30cm (¡) Alrededor había puestos callejeros con peces vivos en cubetas y peceras, y restaurantes dentro del mercado, que cocinan lo que se elige.

Cenamos en el restaurante de Jackie en el segundo piso, una deliciosa sopa de pescado y gambas braseadas, acompañadas del montón de platillos habituales. Jackie nos explicó que su octogenaria madre fue la fundadora, y que llevaban varias generaciones de su familia en el mercado.







Las comidas coreanas pueden reunir hasta 17 platillos, formando una estética composición. Es típico el kimchi, una preparación fermentada con diferentes vegetales, principalmente col, pero también pepinos, berenjenas, calabaza o rábanos, de sabor avinagrado. A veces usaban anchoas o gambas en salmuera para la fermentación. Era un método para conservar los vegetales en invierno. Como curiosidad el kimchi está considerado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. También es típico el Panjeon, especie de tortilla con cebollinos y a veces gambas. El Bibimbap es un plato de arroz, carnes, huevo y verduras con salsa picante.

 A los coreanos les gustan las parrilladas de carne y pescados como el Mackerel, un tipo de caballa. En los puestos callejeros ofrecen gambas en tempura, repollo, berenjenas marinadas, acelgas, tofu, arroz, noodles y dumplings, las empanadillas chinas. En cuanto a bebidas, probamos el Makgeoli, un vino de arroz. La gastronomía coreana fue una parte importante del viaje.

 








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