Pohang era una ciudad
costera coreana con un bonito paseo marítimo con mucho ambiente, con músicos
callejeros y restaurantes de pescado. Desde allí cogimos un ferry hasta la Isla
Ullaungdo, en el Mar del Japón. Durante el trayecto de tres horas y media
nos acompañaron grupos de gaviotas juguetonas, que revoloteaban alrededor. Seguían
la estela del barco y les gustaba sumergirse en la espuma de la estela, para
ellas debía ser como un jacuzzi.
La isla era volcánica y la
vegetación había crecido generosamente en sus montañas y acantilados.
Atracamos en una bonita y resguardada bahía. La montaña más alta tenía casi 1000m
de altura. En su cima estaba el Observatorio, y en otros puntos se erigían estatuas
blancas de Buda y tablillas verticales con caracteres coreanos.
Estuvimos un par de días en la isla. Nos
apuntamos a un crucero alrededor de la isla. El paisaje era precioso con el mar
azul intenso y los altos acantilados tapizados de vegetación verde. El sueño de
un náufrago en la distancia, o su pesadilla por los abruptos acantilados. Había
peñascos rocosos separados de la costa, como guardianes de la isla. El mar
rompía en espuma contra las negras rocas. Por cierto, que la isla era disputada
por los japoneses, y los coreanos defendían que era de su territorio.
Recorrimos el camino de pasarelas por los
acantilados, atravesando grutas donde se adentraba el mar,
erosionándolas y formando hendiduras. En el camino había algunos pequeños bares
que ofrecían pulpo y mejillones. Luego llegamos hasta el Faro subiendo por el
bosque. Desde allí se veía el otro lado de la isla, la bahía con un muelle.
Llegó el momento de despedirnos de la
luminosa isla. Las gaviotas nos acompañaron de nuevo en el regreso al
continente; nuestro viaje por Corea seguía y nos esperaba Hahoe.
© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego
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