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viernes, 3 de noviembre de 2023

SAO ANTAO, DE CRUZINHA A PONTA DO SOL

Cabo Verde es un archipiélago volcánico en el Océano Atlántico, formado por 10 islas. Las islas de Barlovento son Sao Antao, Sao Nicolau, Sal y Boa Vista. Las islas de Sotavento son Maio, Santiago, Fogo y Praia, Por el tiempo de viaje, y por la combinación de ferrys, decidimos visitar 4 de las islas de Barlovento. El resto será en otro viaje.

Sao Antao es la isla más montañosa y verde, ideal para hacer senderismo por el camino costero y por el Valle de Paul, pasando por pueblecitos y plantaciones de caña de azúcar, plataneros o mandioca.

Tomamos como base la población de Ribeira Grande y desde allí hicimos excursiones. Un dia fuimos desde Cruzinha hasta Ponta de Sol, 15km. El pueblo de Cruzinha era muy pequeño, con casas decoradas con murales coloridos y barcas de pescadores en la playa.



Fuimos por el sendero costero empedrado  que llaman "de pave", encajado entre las altas montañas y el mar. Eran unos peñascos enormes, formando acantilados con picos puntiagudos y de formas curiosas.
Desde Cruzinha a la aldea de Formiguinhas había 6,6km. Tardamos 2,5 en recorrerlos, parando a hacer multitud de fotos. Pasamos por Aranhas, con una playa de arena negra volcánica, con mucho oleaje rompiendo en espuma blanca. 




En Formiguinhas paramos a comer en el porche de un bar pintado de azul marinero con vistas al mar. Los bocadillos de tortilla y plátanos nos supieron a gloria.




Seguimos caminando, con el rugido del mar de fondo, pasando por Corvo. El sendero hacía subidas y bajadas, con tramos llanos. Fue más empinado los últimos 4km hasta llegar al pueblo de Fontainhas. Había señalizado un Vía Crucis con 14 estaciones. Las vistas eran magníficas. El pequeño pueblo estaba entre terrazas de cultivo escalonadas en las laderas, formando un bonito mosaico. Destacan los colores de las casas. Decían que Fontainhas era la aldea más recóndita de Sao Antao y la más bonita de Cabo Verde. 




Paramos a beber en el bar del pueblo. El chico tocaba la guitarra relajado. Le pregunté cuanta gente vivía en el pueblo y contestó que unas 60 personas. Trabajaban en la agricultura y en la construcción. Él combinaba el bar con el trabajo en el campo. Dijo que en Cabo Verde se jubilaban pronto, con 24 años de trabajo, aunque cobraban poco de pensión.

Continuamos el sendero hasta Ponta do Sol, nuestro destino final. Era una población grande con algunas casas coloniales. Nos gustó su plaza con una Iglesia blanca y el Ayuntamiento, una casona amarilla entre palmeras. Disfrutamos mucho la belleza de los paisajes de la ruta. Fue un buen día de viaje.


domingo, 14 de mayo de 2017

LA ISLA ULLAUNGDO




Pohang era una ciudad costera coreana con un bonito paseo marítimo con mucho ambiente, con músicos callejeros y restaurantes de pescado. Desde allí cogimos un ferry hasta la Isla Ullaungdo, en el Mar del Japón. Durante el trayecto de tres horas y media nos acompañaron grupos de gaviotas juguetonas, que revoloteaban alrededor. Seguían la estela del barco y les gustaba sumergirse en la espuma de la estela, para ellas debía ser como un jacuzzi.

La isla era volcánica y la vegetación había crecido generosamente en sus montañas y acantilados. Atracamos en una bonita y resguardada bahía. La montaña más alta tenía casi 1000m de altura. En su cima estaba el Observatorio, y en otros puntos se erigían estatuas blancas de Buda y tablillas verticales con caracteres coreanos. 




Estuvimos un par de días en la isla. Nos apuntamos a un crucero alrededor de la isla. El paisaje era precioso con el mar azul intenso y los altos acantilados tapizados de vegetación verde. El sueño de un náufrago en la distancia, o su pesadilla por los abruptos acantilados. Había peñascos rocosos separados de la costa, como guardianes de la isla. El mar rompía en espuma contra las negras rocas. Por cierto, que la isla era disputada por los japoneses, y los coreanos defendían que era de su territorio.

Recorrimos el camino de pasarelas por los acantilados, atravesando grutas donde se adentraba el mar, erosionándolas y formando hendiduras. En el camino había algunos pequeños bares que ofrecían pulpo y mejillones. Luego llegamos hasta el Faro subiendo por el bosque. Desde allí se veía el otro lado de la isla, la bahía con un muelle.

Llegó el momento de despedirnos de la luminosa isla. Las gaviotas nos acompañaron de nuevo en el regreso al continente; nuestro viaje por Corea seguía y nos esperaba Hahoe.











© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego

 

martes, 2 de mayo de 2017

LOS ACANTILADOS DE LA ISLA DE YEYU


Un Ferry nos llevó desde la población de Wando a la isla de Yeyu, en un trayecto de tres horas. Yeyu era una isla volcánica, formada a partir de un derramamiento de lava. Era conocida por sus mujeres buceadoras, sus acantilados de basalto, el volcán Seogsan Ilcheon-bong, las cuevas de lava Mangjang-gul, y el Parque Hallasan, los dos últimos Patrimonio de la Humanidad.

Los acantilados de lava basáltica tenían un nombre complicado, Jusangjeollidae. Eran formaciones espectaculares, enmarcadas por pinos y flores amarillas junto al mar. Las columnas rectangulares se formaron al enfriarse y contraerse la lava al contacto con el mar. Se extendían a lo largo de 2km de costa y tenían entre 140.000 y 250.000 años de antigüedad. Las columnas eran poligonales y tenían cinco o seis lados.

Recorrimos las pasarelas contemplando los acantilados desde diferentes ángulos. Eran un precioso ejército de columnas entre aguas verdes y azuladas.

 


Alrededor, y esparcidas por toda la isla, había algunas “piedras de abuelo”, estatuas de piedra negra fálicas con un carácter protector. Decían que eran primos lejanos de los moai de la isla de Pascua, en pequeño.




Las cuevas de lava Manjang-gul eran grandes túneles de 7,3km de longitud, aunque sólo podían recorrerse 1km. La entrada era una gran boca y la altura variaba entre 2m y 23m en la gran Allí vivían murciélagos, arañas y otras especies. Las rocas estaban húmedas y formaban estalactitas y estalagmitas. Los niveles de lava se marcaban en la pared con diferentes colores por los carbonatos de su composición, acanalando la roca. Al final de la cueva había un gran pilar de 7,6m de altura. Leímos que en la isla de Yeyu había 160 túneles de lava.



Otra curiosidad de la isla eran las mujeres buceadoras, que aprendieron a bucear a pulmón libre. Como el arroz no crecía en la isla y cuando los hombres desaparecían durante semanas en los barcos de pesca, las mujeres se dedicaron a pescar entre las rocas. La edad media era de 65 años, incluso algunas con 80 años, aunque cada vez quedaban menos. Una muestra de adaptación y del carácter del pueblo coreano.  



© Copyright 2021 Nuria Millet Gallego




domingo, 22 de enero de 2017

LAS CHIMENEAS DEL LAGO ABBÉ



 

El paisaje era desértico, con algunos matojos esparcidos rodando al viento, pedreras y acacias aisladas. Encontramos algún camello y rebaños de corderos o cabras de los nómadas. La carretera cruzaba dos extensas llanuras que en su día fueron una lago, las llamaban la Grand Barre y Le Petit Barre. Tenían 27km. de largo y 12km. de ancho.  El Toyota cruzó sobre la Grand Barre de arcilla blanca seca y agrietada bajo el sol del desierto. Paramos y comprobamos que la superficie era dura, estable para conducir. Las grietas formaban dibujos geométricos, un puzzle que no debería haberse formado. 






La primera imagen fue una franja de formaciones rocosas picudas, siluetas extrañas recortadas contra el cielo. Nos aproximamos y nos rodearon las chimeneas del Lago Abbé. Caminamos entre ellas, admirando las extrañas formas de las rocas. Decían que era como una porción de paisaje lunar. En la puesta de sol una luz anaranjada, casi irreal, envolvió las chimeneas picudas. Dormimos en un curioso y sencillo campamento con chozas de esteras de cáñamo, tomamos té de canela y contemplamos el firmamento estrellado.




Al día siguiente nos levantamos temprano para contemplar la salida del sol entre las chimeneas. El paisaje era volcánico, con piedra oscura y porosa de lava. En las grietas de las rocas surgían riachuelos subterráneos de agua hirviente con burbujas. Alguna chimenea se elevaba más de 50m. de altura. La luz dorada bañó las aristas de las rocas picudas. Vimos varias fumarolas con el agua hirviente burbujeante. Para que se formara más humareda Alí echaba humo de un cigarrillo; debía producirse una reacción porque al instante se formaban nubes sulfurosas. Gran parte del Lago Abbé estaba seco y la superficie del suelo estaba cubierta de una costra de sal blanca, caminábamos por el lecho del lago. Nos llevamos un recuerdo imborrable de las picudas chimeneas del Lago Abbé.