La puerta de entrada al Parque Nacional de Kakadú es Darwin, la zona tropical del continente. La primera noche la pasamos al raso, contemplando las estrellas del firmamento de las antípodas, la Cruz del Sur que orientaba a los antiguos navegantes. Australia tiene un territorio quince veces mayor que España y mucha naturaleza variada que ofrecer. En todo el país hay setecientos (¡) Parques Nacionales; nosotros sólo visitamos ocho de ellos.
Kakadú está repleto de cascadas que forman piscinas naturales, en las que puede disfrutarse de un baño delicioso. Llegamos a una garganta circular con altas paredes de roca. La catarata Jim Jim caía en una laguna de unos cincuenta metros de diámetro, con aguas profundas de color verde oscuro. Un cartel advertía de los peligros del baño por la presencia de cocodrilos. Nos dijeron que en aquella época no había, y nadamos con la esperanza de que no hubiera ningún cocodrilo despistado.
Cogimos un bote por el río Alligátor para ver los cocodrilos.
El barquero tenía las letras “L-O-V-E” tatuadas en los nudillos de la mano. Con
un pequeño espejo que reflejaba la luz solar nos señalaba las serpientes
enroscadas en las ramas de los árboles. El río estaba repleto de nenúfares,
algunos de más de dos palmos de diámetro, con flores lilas abiertas. A dos
metros de distancia vimos un cocodrilo medio sumergido en la superficie del
agua, como un tronco flotante, con la diferencia de que se distinguían sus
negros ojos y sus escamas. Otro tomaba el sol en la orilla fangosa, junto a los
manglares, totalmente inmóvil. También vimos iguanas, serpientes, y gran
variedad de aves.
Cerca de Darwin está el
Parque Nacional de Lichtfield con termiteros gigantes de varios metros de
altura. El que llaman la Catedral tiene 6 metros de altura. Son pináculos de
tierra rojiza endurecida. Las termitas construyen hacia arriba para mantener
una temperatura cálida constante. Introdujimos un palo en una de las galerías y
al momento salieron grupos de hormigas soldado que esparcieron un olor
especial.
También visitamos el asentamiento aborigen de Ubirr, con pinturas rupestres en la roca de 20.000
años de antigüedad. Los pigmentos eran de tonalidades amarillas, ocres y rojizas.
Se distinguían tortugas, peces y figuras humanas. Era la única huella de la
presencia del hombre entre aquella naturaleza exuberante.
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