En Kirguistán los
hombres usaban sombreros altos de fieltro blanco con cenefas en negro. Eran una
especie de sombreros de copa, bastante peculiares.
Los Kirguisos con los
que nos cruzamos eran muy amistosos. Muchos preguntaban de dónde éramos, de “Hispania”,
repetíamos. Y cuando les pedíamos una foto sonreían halagados y sorprendidos.
Acababan dándonos las gracias a nosotros, “Rajmat”.
Encontramos una boda en
Osh y el novio y alguno de sus invitados también lucían orgullosos su sombrero
de fieltro blanco. Con sus rostros asiáticos de pómulos marcados, mezcla de
mongoles y coreanos, no costaba imaginar el pasado de los antiguos mercaderes
de la Ruta de la Seda, ataviados con aquellos sombreros ancestrales.
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Nuria Millet Gallego
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