Una furgoneta colectiva
nos llevó desde Bishkek, la capital de Kirguistán, a Kochkor. El trayecto duró
tres horas. Kochkor estaba a 1800 m.
de altitud y se veía un pueblecito agradable de montaña, con casas de una
planta. Tenía sólo 14.000 habitantes, según leímos. Allí contratamos un
todoterreno hasta el Lago Song Khöl, nuestro objetivo, para dormir en una yurta
de pastores nómadas.
Fuimos por pistas de
tierra entre montañas. Algunas estaban tapizadas de verde y otras áridas, pura
roca de tonos arenosos, entre picos nevados. Tuvimos la nieve a pocos pasos del
coche. Tardamos dos horas en llegar a nuestro campamento de yurtas. Habíamos elegido
Batai-Aral, el mayor asentamiento en el lago, por estar más cercano al agua.
El
Lago Song Khöl estaba a 3000 m. de altitud. Aunque lucía el
sol, el ambiente se notaba fresco y la temperatura fue descenciendo durante la
tarde. Nos alojamos en un grupo de tres tiendas, una de ellas era de los
anfitriones, otra la cocina y la tercera la nuestra. Era una familia con un
niño y la abuela.
Dimos un paseo
alrededor del lago. El color era azul claro y reflejaba las nubes y picos de
las montañas de alrededor. La hierba del terreno formaba montículos esponjosos,
y entre el verde había algunas florecillas lilas y rojas. También había boñigas
de los caballos y el ganado. A lo lejos se veían rebaños de ovejas y caballos libres pastando. En una caseta
encontramos un grupo de tres hombres que estaban esquilando ovejas con unas
tijeras grandes. Las sujetaban con sus rodillas o con el cuerpo y recortaban la
lana espesa y áspera. Parecía mentira que luego pudiera transformarse en lana
suave. Y era increíble la cantidad de lana que se obtenía de una sola oveja.
Por la noche refrescó
bastante, la temperatura bajó a unos 5º y el aire era helado. Cenamos en la
yurta de la familia. El hombre había encendido la estufa de carbón, cuya
chimenea salía por un agujero en el techo de la tienda. La estancia estaba
cálida y colorida con los edredones y mantas doblados y amontonados, y el suelo
alfombrado. Había luz eléctrica que obtenían de una pequeña placa solar y un
generador. La cena fue excelente: sopa de carne, patata y zanahoria, y trucha fresca del lago con ensalada,
acompañado de té calentito. Y de postre dátiles y otros frutos secos, galletas
y bombones que compartimos con el niño de la familia.
A la mañana siguiente
el día amaneció soleado y con un cielo azul limpio con nubes blancas
algodonosas. Dimos un paseo a caballo
sin guía, contemplando el paisaje. Mi caballo era un poco rebelde y se paraba
constantemente a comer hierba, echar una meadita o echar unas cuantas boñigas. Aunque
tiraba de las riendas, lo espoleaba y le animaba diciendo “Shu, shu”, como nos
habían indicado, no había manera de que me obedeciera y dejé que eligiera él el
camino. Vimos niños galopando sus caballos, ellos sí sabían dominarlos desde
pequeños y montaban y trotaban con naturalidad, como habíamos visto en
Mongolia. Aquella fue nuestra despedida del Lago Song Khól.
© Copyright 2016 Nuria Millet
Gallego
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