Dicen que el paraíso
existe. Para algunos está en Cabo Polonio, Uruguay. Para llegar al pueblo en la
costa atlántica, la única manera durante años era en un carro de caballos a
través de las dunas. Ahora hay camiones que te llevan en el tramo final.
El pueblo lo forman casitas dispersas alrededor de un faro que inmortalizó Jorge Drexler en su
canción “Doce segundos de oscuridad”, el tiempo que tarda el faro en dar la
vuelta.
Por detrás del faro, en
una zona rocosa, habita una colonia de lobos marinos. Estaban muy tranquilos,
tumbados al sol, y no se inmutaban ni por los embates de las olas que rompían
en espuma. Había un león marino enorme, el macho, de pelo rojizo. Los lobos
eran algo más pequeños y oscuros. Alguno se mimetizaba con la roca. Despedían
un fuerte olor.
De vez en cuando dos de
ellos se peleaban y emitían ruidos fuertes levantando el morro. Hubo un momento
en que se sobresaltaron y se levantaron todos alzando el morro puntiagudo, como
olfateando en el aire la presencia de dos extraños.
Se distinguían sus
bigotes blancos y los ojillos negros brillantes. Vimos alguno caminar oscilante
sobre sus aletas para arrojarse al mar, emergiendo con la piel reluciente.
El origen de Cabo
Polonio fue una base para la explotación de lobos marinos, por la piel y otros
subproductos. Actualmente está suspendida y la última captura fue en el
invierno de 1991.
Estuvimos un par de
tardes observando a los lobos entre un silencio sólo interrumpido por sus
gruñidos esporádicos y por el sonido de las olas. Fue un lujo poder
contemplarlos desde tan cerca en su hábitat natural. Drexler decía que lo
importante del faro no era la luz, sino la oscuridad; es un poeta. Lo
importante de Cabo Polonio es que estando en él todo parece perder importancia,
y la Naturaleza cobra importancia allí.
© Copyright 2015 Nuria Millet
Gallego