Uluru, en el centro de Australia, era el monolito más grande del mundo, con 9km de contorno, 348m de altura y 2,5km bajo tierra. Uluru era el nombre aborigen de la roca; los europeos la bautizaron como Ayers Rock. Leímos que era una roca sagrada para los aborígenes australianos. Era Patrimonio de la Humanidad.
Yulara era un pueblo artificial que se creó como base para visitar el Parque Nacional de Uluru. Llegamos desde Alice Springs, en un trayecto de bus de seis horas. El pueblo era pequeño y dedicado al turismo. Tenía un centro comercial con carpas, imitando las tiendas del desierto.
La roca estaba formada por piedra arenisca y se veía de color rojo y anaranjado según la luz del sol. La rodeamos con el autobús y observamos que no era tan compacta como parecía: tenía cuevas y diferentes oquedades, casi como cráteres que le daban un aspecto misterioso. Gente de todo el mundo veníamos a verla. Paramos en el Centro Cultural Aborigen. Además, teníamos información del Museo Aborigen de Darwin, y de la guía de la Lonely Planet.
Estábamos deseando
rodearla a pie. Seguimos un camino marcado que llamaban Liru,
acercándonos a la base. Vimos más de cerca la gran roca y sus oquedades. Un
grupo de cuevas tenía la forma de un cráneo, destacando más oscuro sobre la
pared. Otras cuevas parecían ventanitas. Cuando fuimos en 2004 advertían de que
por respeto a la cultura aborigen era mejor no realizar la ascensión a la roca.
Nosotros no subimos, pero vimos gente que lo hacía. Posteriormente, no se
permitió la ascensión.
Luego recorrimos el camino Mutyulu hasta llegar a una pequeña piscina natural, considerada sagrada, por lo que el baño estaba prohibido. Cuando llovía el agua caía por la roca formando torrentes y pequeñas cascadas. Se distinguían en la pared la huella oscura de los torrentes de agua. Decían que era todo un espectáculo ver Uluru bajo la lluvia o con una tormenta eléctrica. Aquel día el cielo tenía un azul intenso, sin una sola nube.
El plato fuerte fue la puesta de sol, que contemplamos con una copa de vino blanco en la mano, cortesía de la agencia. El color rojizo cambió a tonos anaranjados y ocres, con matices malvas. Poco a poco se fue difuminando y la roca quedó rosa azulado.