Desde Luxor fuimos a visitar el Valle de los Reyes, en la orilla occidental del Nilo. Era una Necrópolis Tebana con tumbas de faraones, de nobles y algunos templos. También habían enterrado reinas, príncipes y princesas y hasta algunas mascotas como perros, monos y aves. Formaba parte del conjunto llamado Antigua Tebas, declarado Patrimonio de la Humanidad.
El paisaje era
totalmente desértico y seco. Un pequeño tren nos acercó a la entrada para
evitar cansarse antes del recorrido. Había que pagar la entrada principal y el
acceso a cada tumba adicionalmente.
La primera que visitamos fue la nº 62, la Tumba de Tutankhamón, el rey niño de la dinastía XVIII. Aunque la guía de Lonely Planet avisaba de que no era la más grande ni la más espectacular, estaba claro que era la más mítica. Habíamos leído con interés el libro de Howard Carter sobre el descubrimiento de la tumba, financiado por Lord Carnavan. Cuando Carter estaba a punto de abandonar, descubrió la entrada y le envió un telegrama a Lord Carnavan. Y el resto era historia. El primer escalón se descubrió el 4 de noviembre de 1922.
Fue el hallazgo
arqueológico más importante del s. XIX. Se encontraron cuatro cámaras con
un auténtico tesoro, repletas de joyas, muebles, estatuas, carros, instrumentos
musicales, armas, cajas, jarrones. Gran parte de todo ello había sido
trasladado al Museo de Arqueología de El Cairo, que visitamos. La momia de
Tuthankamon se exhibía en una vitrina precintada. Era una momia delgada,
pequeña y negruzca, con los pies bastante carcomidos.
Visitamos la Tumba de Ramsés IX con una amplia entrada con un largo pasillo en cuesta. Decorada con dibujos de animales, serpientes y demonios, y dos grandes figuras de sacerdote vestido con túnica de piel de pantera.
La Tumba de Tutmosis III, estaba oculta entre altos precipicios de piedra caliza y accesible solo por una empinada escalera. Tutmosis III estaba considerado “el Napoleón del Antiguo Egipto”, y fue uno de los primeros en construir su tumba en el valle. Las paredes estaban adornadas por cientos de dioses y semidioses.
La Tumba de Tutmosis IV era una de las más grandes y profundas. Fue la primera sobre la que se aplicó el fondo amarillo. La recordaré por los vestidos adornados con cuentas de colores de la diosa Hator.
Ascendimos por
colinas para ver la panorámica del Valle de los Reyes, totalmente árido en
contraste con las orillas del Nilo con campos verdes cultivados que se distinguían a lo lejos. Las tumbas de
Amenhotep II y Horembeb, que recomendaban, estaban cerradas por trabajos de
arqueología.
El Templo de
Deir el-Bahri era impresionante, erigido bajo una montaña de roca arenisca.
Era el templo de la reina Hatshepsut de la dinastía XVIII, el más monumental del
valle, con una construcción porticada con columnas, de tres niveles. Se accedía
por una rampa central con escalinatas. Tenía hileras con figuras gigantes de
faraones coronados con los brazos en cruz.
Luego visitamos las Tumbas de los Nobles, la de Mona y Nakht, y otras cuyo nombre no recuerdo. Los nobles eran escribas y los encargados de recaudar o contar los impuestos. Estaban dispersas por una colina bastante abandonada. Algunas de las tumbas de los nobles no tenían nada que envidiar a las de los faraones. Recuerdo una en particular, con una gran sala con columnas, mucho más grande que la tumba de Tutankhamon.
Las tumbas del Valle de los Reyes permanecieron abiertas desde la antigüedad. fueron visitadas por turistas griegos y romanos. Con la conquista de los musulmanes el valle se sumió en el silencio y el olvido. Muy pocos viajeros europeos harían aparición en el Valle hasta la llegada de la expedición francesa de Napoleón en 1799, cuyo grupo de historiadores exploró y cartografió el lugar por primera vez e incluso identificó algunas tumbas que permanecían olvidadas, como la de Amenhotep III.
Después llegaron
otros arqueólogos como Champollion, Lepsius, Maspero y Carter, entre muchos
otros. Y decían que el Valle de los Reyes tal vez escondía más tesoros desconocidos.
Un lugar lleno de historia y misterio.