Brest es una de las ciudades más antiguas de Bielorrusia, que celebró en 2019 los mil años de su fundación. Está ubicada muy cerca de la frontera de Polonia. Llegamos en tren desde Minsk, a 259km, un trayecto de 3,5h. La Estación de Tren tiene aire antiguo, con un mural con relieves con la hoz y el martillo.
La Fortaleza de Brest del s. XVIII, es uno de los principales atractivos de la ciudad. Comprende cuatro islas: una central con la Ciudadela amurallada, y tres islas alrededor conectadas por puentes.
Entramos a la Fortaleza por una puerta enorme con una gran estrella central recortada en el bloque de cemento. Se oían sonidos de bombas cayendo y música con himnos patrióticos. Caminamos por el jardín y encontramos un grupo de cuatro cañones, que recordaban la defensa de la Fortaleza de los ataques nazis, uno de los hitos heroicos de la nación. Los alemanes lograron atravesar la Fortaleza e invadieron Bielorrusia.
Llegamos a la icónica escultura "Valor", una roca gigantesca con la cabeza de un soldado tallada. Al otro lado hay relieves de la defensa del fuerte.
Alrededor hay lápidas de soldados caídos, una llama eterna, una corona de flores y un altísimo obelisco. Todo es grande en Bielorrusia. La escultura y su entorno es imponente y triste.
Al lado otra escultura con la figura de un soldado soviético gigante arrastrándose, sosteniendo su ametralladora y su casco. No era un arte que dejaba indiferente.
Junto a las esculturas está la Iglesia San Nicolás de fachada blanca con cúpulas verdes y estilo bizantino. En el interior vimos el oficio de tres sacerdotes ortodoxos de espaldas a los fieles. Tiene una bonita lámpara piramidal frente al altar.
Llegamos a la Puerta Kholmskie de ladrillo rojo, como la muralla, y cruzamos el puente hacis otra isla. Era muy relajante pasear por allí viendo los reflejos de los sauces llorones en las orillas. Un lugar bello y lleno de paz, con un pasado trágico.
La calle peatonal Sovietskaya es el centro de reunión y vida social de la ciudad, con tiendas, cafés y restaurantes. La recorrimos entera, viendo los edificios antiguos pintados en colores pastel y con alguna buhardilla. Tiene bonitas farolas y pérgolas.
Empezamos viendo el Winter Garden un invernadero con cubierta acristalada, con vidriera con forma de flor en la entrada. El interior recreaba diferentes ecosistemas, el trópico o el desierto, pero estaba cerrado.
Frente al invernadero está la Iglesia ortodoxa de San Nicolás, amarilla con cúpulas de bulbo azul oscuro. Se inauguró en 1906 para conmemprar el final de la guerra entre Rusia y Japón. El interior es recargado, con muchos iconos.
La plaza Lenina, con grandes edificios gubernamentales y el Banco Nacional de Bielorrusia, conserva una estatua de Lenin con flores rojas a sus pies, señalando la ciudad. En Rusia habían retirado todas sus estatuas.
Otro guiño al pasado es el Kafe Gagarin, que rinde homenaje al héroe nacional Yuri Gagarin, el primer astronauta en dar una vuelta a la órbita de la tierra.
El restaurante tiene ambiente soviético, con manteles rojos y blancos, y servilletas con una estrella roja Las paredes están forradas de recortes de periódico con noticias de la gesta. Y el mural central representa su cara sonriente con la escafandra. Cenamos pelmeni (los saquitos de masa rellenos de cordero), junto a Gagarin.
Antes de que anocheciera vimos al Farolero. Era una tradición que el farolero encendiera las antiguas farolas de queroseno. Habían mantenido el ritual con un grupo de 10 farolas al final de la calle.
Apareció el Farolero con su gorra y su uniforme antiguo, y una escalera. Subió a la farola y la encendió con una llama muy débil. El público aplaudió y querían hacerse fotos con él. Repitió el ritual con cada farola. Una curiosidad.
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