martes, 24 de mayo de 2011
LA PLAYA PANAMEÑA DE LAS ESTRELLAS
viernes, 29 de abril de 2011
EL TORTUGUERO
Al Tortuguero solo
se podía llegar en barca o en avión por un pequeño aeropuerto. En el
embarcadero de La Pavona cogimos una barca entoldada con otras veinte personas,
ticos y guiris. El trayecto duró dos horas y fue una maravilla, atravesando el
bosque tropical húmedo. El río Suerte llevaba poca agua y varias veces el
casco tocó el lecho arenoso. Uno de los boteros impulsaba con una pértiga, y
otros bajaron a empujar. Las aguas eran marrón chocolate y arrastraban hojas,
ramas y algunos troncos sobre los que crecían plantas. La vegetación en las
orillas era frondosa.
El Tortuguero nos
pareció un pueblo tranquilo y aislado, en la costa Atlántica de Costa Rica. Su
calle principal estaba encajada entre el mar Caribe y el río Tortuguero. Las
casas eran de planta baja, pintadas de colores azul cielo, verde manzana o
amarillo. Tenía raíces afrocaribeñas que se reflejaban en la población. La
playa era bastante salvaje, con palmeras y arena negra. El Mar Caribe tenía
bastante oleaje y se veían las crestas de espuma blanca. Nos bañamos y
comprobamos la fuerte resaca.
El Parque Nacional Tortuguero abarcaba la costa, con senderos en el bosque tropical y canales fluviales. Era uno de los lugares más importantes de desove de la tortuga verde y la tortuga laúd.
Cogimos un bote de
remo, sin motor, para navegar por el río Tortuguero, Caño Chiquero y Caño
Mora. Fue un placer deslizarse por las aguas tranquilas de los canales en
medio del silencio, solo roto por los sonidos de la jungla. Por todas partes había
heliconias, las plantas rojas.
Mariposas morpho azules revoloteaban por los canales. El más estrecho era Caño Mora con 3km de largo y 10m de ancho. Vimos la entrada del Caño Harold, reservado para las embarcaciones a motor, y por eso mismo con menos posibilidades de ver vida animal por el ruido.
Vimos varios tipos
de aves: la garza tigre juvenil, la aniaga o la oropéndola Montezuma.
También monos Congo agitando las altas ramas de los árboles. Comían 10%
frutos y 90% de hojas. En el Parque había otros dos tipos de monos, los monos
araña y los monos carablanca o capuchinos. Vivían en grupos de 15 a
20 ejemplares. Vimos un basilisco verde con su cresta, intentando pasar
desapercibido entre las hojas.
Encontramos varios
caimanes. No eran tan grandes como otros de sus primos, como los
cocodrilos australianos, pero no dejaban de impresionar. No solía ser
peligrosos; se alimentaban de peces, anfibios y otros animales. Flotaban por la
superficie del agua apenas unos centímetros y se distinguía su lomo, la cabeza
con el ojo atento, y la mandíbula dispuesta a abrirse en cualquier momento.
Alguno de ellos se volteó al acercarnos, y oímos el chapoteo en el agua de
otros. Después de tres horas navegando en el bote de remos contemplando la
naturaleza exuberante, regresamos a El Tortuguero.
Contratamos una excursión para ver a las tortugas. Partimos a las diez de la noche con Roberto, nuestro guía, y otras cuatro personas. Caminamos por la playa en total oscuridad, no había luna y apenas distinguíamos algún tronco en la arena. Roberto llevaba una linterna de luz roja, pero apenas la encendió. Caminamos a buen paso durante una hora sin ver ninguna tortuga hasta llegar al aeropuerto. Allí nos sentamos en un tronco para escuchar a Roberto.
La excursión no garantizaba ver tortugas, eran sinceros. La mejor época para ver a la tortuga verde era julio y agosto. Pero en abril y mayo desovaba la tortuga laúd, la mayor del mundo, que podía llegar a medir 2m y pesar 500kg. Nos explicó que la mayoría de las tortugas hembra comparten un instinto que las hace volver a la playa en que nacieron para poner sus huevos. Anidan cada dos o tres años y, en función de las especies, pueden volver a la costa a poner huevos hasta diez veces en una temporada.
Emprendimos el
camino de regreso pensando que ya no las veríamos. Estábamos un poco
decepcionados y, de repente Roberto se agachó y se quedó inmóvil. Había visto
una tortuga laúd enorme. Medía 1,6m y pesaba 400kg. La iluminó brevemente con
su linterna de tenue luz roja, y nos situamos a su espalda. El caparazón y la
cabeza eran muy grandes, con papada, ojos llorosos por la irritación de la sal,
y llena de motas blancas. La cola terminaba en pico, y con las aletas excavaba
un hoyo circular en la arena. La arena que echaba hacia atrás llegó a mis piernas.
Nos contaron que cada tortuga depositaba de 80
a 120 huevos. Luego los cubrían con la arena para protegerlos, e
incluso podían llegar a crear un falso nido en otro lugar para confundir a los
depredadores. El periodo de incubación variaba de 45 a 70 días, después las
crías rompían los huevos con la ayuda de unos dientes temporales y se dirigían
al océano en pequeños grupos, moviéndose lo más rápido posible para evitar la
deshidratación y los depredadores. Una vez llegan al mar, aún tenían que nadar
un mínimo de 24 horas para alcanzar aguas profundas.
martes, 28 de abril de 2009
EL RÍO NILO EN FALUCA Y TEMPLO PHILAE
En Asuán vimos
el mítico río Nilo y paseamos por la Corniche. En la otra orilla se
veían mástiles de barcos y velas de falucas entre el verde de las palmeras, con
colinas arenosas de fondo. Contratamos una excursión de dos días por el río
Nilo en faluca, las embarcaciones tradicionales de velas blancas. Lo
preferimos a la opción de un gran crucero.
El Nilo era el mayor río de África y el segundo río más largo del mundo tras el Amazonas, con 6650 km de longitud. Nacía en Burundi y tenía dos ramales o fuentes principales: el Nilo Blanco y el Nilo Azul. El Nilo Blanco atravesaba los Grandes Lagos de África, teniendo su fuente más distante en Ruanda, y fluía hacia el norte por Tanzania, el lago Victoria, Uganda, Sudán del Sur y Sudán. El Nilo Azul nacía en el lago Tana, en Etiopía, y cruzaba el sudeste de Sudán.
El río fue fundamental para el florecimiento de la civilización del Antiguo Egipto. La mayor parte de sus ciudades se encontraban en el valle del Nilo y en su Delta, al norte de Asuán. Seguía siendo una arteria vital.
La navegación en faluca era
relajante y suave, y la brisa se agradecía y aliviaba el calor. Apenas se
notaba el movimiento de la embarcación. El paisaje era bonito, había tramos que
conservaban una franja verde con muchos árboles y palmeras, y otros tramos eran
desérticos. Entre el verdor apenas se distinguían pequeños poblados de casas de adobe y algunas color añil. Vimos algunas aves blancas, tipo grulla, entre los humedales, y algún
camello en las orillas.
Desembarcamos para
ver el Templo de Philae (o Filé), en una isla en el Nilo. Palmeras y flores rojas
entre el verdor rodeaban al templo. En el s. XIX ya era una de las atracciones
turísticas legendarias de Egipto y no nos decepcionó. Era un conjunto de
templos con avenidas con columnas. El Templo de Isis era el principal, y
alrededor estaba el Quiosco del Faraón Nectanebo, y los Templos de Imhotep y de
Augusto. Isis fue una de las diosas principales del panteón egipcio y su culto
perduró hasta el s.VI.
El conjunto de templos formaba parte del Museo al Aire Libre de Nubia y Asuán, declarado Patrimonio de la Humanidad. Tenían grabados de figuras, jeroglíficos y grafitis antiguos de los primeros exploradores británicos que llegaron hasta allí. Estuvimos recorriéndolo con calma y disfrutando del entorno de las aguas azules del lago Nasser, creado artificialmente al construir la presa de Asuán entre 1958 y 1970.
Íbamos con tres tripulantes y doce pasajeros. Los barqueros hablaban entre ellos, fumaban y tomaban té. Le pregunté al capitán por la profundidad del río y me dijo que unos 25m. En las horas de oración colocaron sus alfombrillas y rezaron en la faluca, girándose según soplaba el viento.
El cocinero preparó la comida y comimos a bordo, en la cubierta de la faluca: falafel (croquetas vegetales), un guiso de habas, picadillo de tomate, pepino y queso fresco, acompañado del pan árabe y té.
Dormimos en colchonetas sobre la cubierta. El deslizarse suavemente con el viento en la faluca fue muy agradable y poético, pero al ausentarse el dios Ra empezó a hacer frío, eso y la dureza de los tablones le restó algo de poesía al trayecto. Pero el Nilo y sus orillas seguían siendo bellas. Disfrutamos de la puesta de sol. Y por la noche contemplamos el cielo estrellado, como polvo brillante esparcido sobre el Nilo.
jueves, 9 de noviembre de 1995
LA ISLA DE LAMU
En noviembre de 1995 viajamos a Kenya y la Isla de Lamu. Pertenecía al Archipiélago de Lamu formado por las islas Lamu, Manda, Pate, Kiwayu, Kiunga y Lama. Pasamos varios días en Lamu, la isla principal. No tenía aeropuerto, así que desde Malindi volamos a la isla Manda con un pequeño avión de la compañía Eagle. Fue un trayecto corto de 35 minutos y vimos las islas en el Océano Indico.
En Manda cogimos
una barca para cruzar hasta Lamu. En el Puerto se veían los dhowns, las
embarcaciones árabes tradicionales, de velas blancas.
Las
callejuelas de su casco antiguo eran estrechas y laberínticas. Era Patrimonio
de la Humanidad. El ambiente era el de una población musulmana, con
mezquitas y sus minaretes asomando entre los tejadillos de las casas.
Las casas estaban hechas de piedra coralina y madera de mangle. Las fachadas estaban pintadas de blanco y algunas con la mitad inferior de color azul o verde manzana. Algunas puertas eran de madera labrada con adornos de latón, como las de isla de Zanzíbar.
Las mujeres vestían
el caftán negro, con más o menos rigor, algunas se adornaban con un pañuelo
discreto en la cabeza y otras solo mostraban la ranura de los ojos. Solo las
niñas llevaban vestidos y velos de colores. Las vimos saliendo del colegio.
Los hombres iban más variados: vestían el caftán blanco largo con el casquete musulmán, o el pañuelo que llaman kanga a modo de falda larga, y encima una camisa o camiseta.
Las calles
estaban llenas de burros que campaban a sus anchas sin ser molestados, como
las vacas en la India. También comía los restos y desperdicios que encontraban.
En la isla había un orfanato y un hospital de burros. Los burros jóvenes
prestaban servicio como animales de carga, ya que en toda la isla no había
vehículos. Paseando de vez en cuando nos sorprendía algún rebuzno.
El Fuerte de Lamu
fue construido por los árabes en el s.XIX. Tenía muros almenados y varios
cañones en el patio. Visitamos el Museo que exhibía las joyas y ropajes
antiguos que llevaban los habitantes de Lamu, fotos de otros tiempos y maquetas
de barcos árabes. Reproducían habitaciones amuebladas como antaño, con
influencias de la cultura swahili, árabe o hindú. Muebles de madera labrada,
mesitas bajas con teteras y tazas para el té, esterillas en el suelo, camas con
dosel, cojines y divanes para reclinarse.
Dimos un paseo hasta
la Playa de Shela, bordeando el mar. Tardamos unos cuarenta minutos.
Encontramos unas playas inmensas y desiertas, de arena blanca y con un gran palmeral. Eran 15km de
playas. Había más oleaje porque aquel recodo se abría al Océano Índico, y rugía
con fuerza. Frente a Lamu el mar estaba mas calmado porque se formaba un canal
entre las islas y el continente. Nos bañamos totalmente solos.
El pequeño poblado de Shela tenía casas blancas también hechas de piedra coralina, con muros almenados. Su mezquita tenía el minarete con forma redondeada.
Otro día fuimos en dhown a la isla de Manda, para pescar, hacer un poco de submarinismo y visitar las ruinas de Takwa. Las orillas estaban llenas de manglares con su maraña de raíces aéreas, hundidas en una zona pantanosa. En las raíces se veía ostras pequeñas que se adherían con fuerza a ellas. Nos adentramos en un canal que nos llevó hasta las ruinas de Takwa flanqueado por manglares. Takwa fue una ciudad swahili que prosperó en los s.XV-XVII y llegó a tener 2500 habitantes. Tenía un centenar de casas de piedra caliza y coral, y una mezquita, rodeadas por una muralla que derribaron los elefantes cuando la ciudad fue abandonada. Una historia fantástica. Entre las ruinas había enormes baobabs, con sus ramas retorcidas y troncos de varios metros de diámetro. Uno de ellos tenía 800 años de antigüedad. Probamos su fruto que tenía textura de corcho.
Hicimos buceo con tubo en los arrecifes Manda Toto. Tuvimos al alcance de la mano peces, corales, conchas y caracolas gigantescas. Había peces azul eléctrico con una cresta amarilla, anaranjados, con rayas a lo cebra. Una fantasía submarina.
Al día siguiente cogimos otro dhown a la Isla Paté. Su población se mantenía como hacía siglos, sin agua corriente ni electricidad. Se veía mucho más antigua que Lamu. Todas las casas estaban hechas de coral y con tejadillos de caña. Estaba repleta de niños que nos perseguían con sus saludos y sus risas. Por todas partes oíamos un coro de “Jambo, jambo!” (hola en swahili). Los viejecitos nos sonreían y saludaban con el “Karibuni” (bienvenidos). Comimos en la playa un guiso de pescado con patatas, verduras y arroz. Y de postre jugosas papayas, bananas y naranjas. Luego regresamos a la la isla de Lamu con el dhown y el viento a favor. Fueron unos días estupendos en el archipiélago, imposibles de olvidar.
(* Fotos hechas en papel en 1995)