“No dejéis de ir a la
Star Beach”, nos recomendaron en nuestra estancia en Panamá. Estábamos en Bocas
del Toro, un archipiélago cercano a la frontera con Costa Rica. Desde Almirante cogimos una lancha hasta la isla Colón. Nos alojamos en un hostal
de madera pintada de vivos colores, propiedad de un catalán de Vilassar de Mar,
que cambió el Mediterráneo por el Caribe. Era una de las típicas casas
caribeñas, de madera con porche y dos plantas de altura. En la plaza de la isla
cogimos un autobús local hasta Bocas del Drago, donde estaba la Star Beach.
Confieso que desconocía
que las estrellas de mar son animales (equinodermos) con estómago e
intestino. También tienen pequeños pies que les permiten el desplazamiento. Las
estrellas estaban muy cercanas a la orilla, de aguas transparentes. Puro Caribe. Mientras estábamos tumbados en
la arena dorada de la preciosa playa de Bocas
del Drago, las estrellas se desplazaron lenta, pero constantemente, respecto
a nuestra posición. Los pies móviles se denominan “pies ambulacrales”. Nos
divertía comprobar que la que estaba junto a nosotros llegaba hasta una barca
varada, o que otra de ellas se movía hasta la palmera inclinada. Porque
la playa de Bocas del Drago tenía decenas
de palmeras inclinadas hacia la orilla del agua.
Se alimentan de
moluscos, crustáceos y otros animales marinos. Tienen un cuerpo formado por un
disco pentagonal con cinco brazos o más.
Se conocían más de 2000 especies, y las de esta zona eran anaranjadas, aunque en África las habíamos visto de color azul
eléctrico.
Un cartel advertía de
la prohibición de tocar las estrellas, para evitar dañarlas. La tentación era
grande, pero respetamos su bella fragilidad. Creo que nos lo agradecieron,
quedándose más tiempo junto a nosotros.
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Nuria Millet Gallego