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lunes, 17 de febrero de 2025

LAGOS DE CRÁTER DE KASENDA

Desde Fort Portal fuimos a los lagos de cráter de Kasese. Había unos 50 lagos volcánicos en la zona, en un entorno repleto de vegetación. El primero que vimos fue el Lago Nukuruba, de aguas verde intenso. Bajamos a sus orillas.


Alrededor del lago había armadillos y muchos monos sobre las ramas de los árboles. Los monos tenían una larga cola blanca y peluda, como un plumero.


El paisaje era muy verde. Atravesamos bosquesplantaciones de té y plataneros.

El mirador Top of the World ofrecía unas magníficas vistas de tres lagos: Nyamiriya, Nyinabulitwa y Nyabikere.




El Lago Nyiambuga salia en los billetes de 20.000 schillings. 




Después de los lagos visitamos la cueva y las cascadas Mahoma, donde nos remojamos un poco para quitarnos el calor del día. Fue una excursión muy completa y disfrutamos todo el día.


lunes, 18 de marzo de 2019

EL PUENTE COLGANTE

En el viaje por Costa de Marfil cruzamos un puente colgante de lianas evocador de aventuras africanas. Para llegar atravesamos varias aldeas con casas de adobe entre plataneros y caminos de tierra roja, con montones de niños jugando por los alrededores. Desde Man partimos hacia a Danane, a 65km. y luego a Vatuo. Allí estaba el puente sobre el río Cavaly. El río arrastraba aguas lodosas color café con leche. 









Las gruesas lianas estaban sujetas a dos grandes árboles de nudosas raíces que se aferraban a la tierra de la orilla. Las lianas eran rígidas y formaban un entramado de red sobre el río. Pasaban mujeres cargando palanganas sobre la cabeza, y algún niño llevando a sus espaldas un enorme racimo de plátanos. El puente formaba un estrecho paso central, con espacio mínimo para colocar la planta del pie. Todos iban descalzos, y nos dijeron que era tradicional descalzarse para cruzarlo. Oscilaba menos de lo que podía imaginarse, pero nosotros tuvimos que sujetarnos a los laterales del puente para mantener el equilibrio.




Las gruesas lianas estaban sujetas a dos grandes árboles de nudosas raíces que se aferraban a la tierra de la orilla. Las lianas eran rígidas y formaban un entramado de red sobre el río. Pasaban mujeres cargando palanganas sobre la cabeza, y algún niño llevando a sus espaldas un enorme racimo de plátanos. El puente formaba un estrecho paso central, con espacio mínimo para colocar la planta del pie. Todos iban descalzos, y nos dijeron que era tradicional descalzarse para cruzarlo. Oscilaba menos de lo que podía imaginarse, pero nosotros tuvimos que sujetarnos a los laterales del puente para mantener el equilibrio.



 Llegamos a la otra orilla y vimos un grupo de mujeres lavando ropa. Se agachaban y la golpeaban con energía. La transportaban en grandes palanganas sobre la cabeza. Luego extendían la ropa en la hierba para que se secara al sol. Con sus vestidos estampados formaban una escena de gran colorido.




Luego fuimos al bosque tropical sagrado Saigne, habitado por numerosos monos. Había varios bosques sagrados por todo el país. Les ofrecimos a los simios bananas cortadas, y desde las ramas bajas las cogían de nuestra mano. Estuvieron un rato jugado con nosotros hasta que se saciaron de comer bananas y treparon a las ramas altas. Fue un día relajado y estupendo en el viaje por Costa de Marfil.



© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego

sábado, 19 de agosto de 2017

EL PARQUE NACIONAL LOPÉ

En la estación Owendo de Libreville cogimos un tren nocturno hasta Lopé, un trayecto de seis horas. Llegamos de madrugada y nos dijeron que tuvimos suerte porque a veces había retrasos de horas porque se daba prioridad al tren que transportaba manganeso. Gabón era el primer productor mundial de manganeso. Era el inconveniente de tener tramos ferroviarios de una sola vía.

Nos alojamos en el Hotel Lopé con tres pabellones de cañizo y tejados triangulares, y habitaciones dispuestas alrededor de un jardín. El pueblo de Lopé parecía el viejo oeste americano, con anchas calles arenosas y polvorientas, con casitas de tablones de madera como pequeños ranchos con porche, muy dispersas. Muchas eran pequeños colmados que vendían un poco de todo: pasta, galletas, bombillas, artículos de higiene, latas de carne y sardinas, entre otras cosas.




El Parque Nacional Lopé era Patrimonio de la Humanidad. Contratamos un safari de caminata por la sabana y una excursión de dos días por el parque. Fuimos en un jeep abierto. Entramos en una zona de sabana con hierba alta amarilla. La pista tenía baches y estaba hundida por las ruedas y las lluvias, íbamos dando botes. El primer encuentro fue con una manada de búfalos, con sus crías. Se quedaron mirándonos fijamente unos momentos y corretearon un poco. Los seguimos hasta que volvieron a parar, varias veces. Tenían cuernos pequeños y unos pájaros sobre el lomo, descansando plácidamente.

Luego vimos una familia de elefantes. La hembra paseaba con su cría. El macho tenía la piel con manchas de barro. Estuvimos un buen rato observándolos. Movían sus orejas y comían brotes verdes con la trompa, indiferentes a nuestra presencia.









Para la excursión de dos días fuimos en un Toyota. Nuestro guía se llamaba Saturno, como el planeta. Fuimos por una pista roja con selva a ambos lados, hasta llegar al campamento Mikongo. Tenía bungalows de madera, rodeados de bosque selvático. 

Desde allí emprendimos una marcha a pie. Seguimos un sendero de hojarasca y raíces, paralelo al río. Luego nos desviamos. Los árboles eran altísimos y las copas formaban una verde bóveda sobre nosotros. Había gigantescas ceibas, con la base del tronco triangular. Algunos troncos estaban forrados de plantas trepadoras y tenían largas lianas que buscaban la humedad del suelo. Había un olor dulzón de putrefacción de las hojas del suelo. Oíamos cantos de pájaros tropicales y el silencio roto por el crujir de nuestros pasos. Saturno iba cortando las ramas que cerraban el camino.


Vimos unos monos de larga cola en lo alto de los árboles, saltando de rama en rama. Queríamos ver gorilas y un momento emocionante fue cuando encontramos excrementos frescos de gorila y Saturno los examinó. El silencio se hizo más profundo y todos miramos a nuestro alrededor. Estábamos atentos a cualquier movimiento de las ramas y la hojarasca. Pero ningún gorila apareció, tal vez nos espiaran desde la espesura. Seguimos la marcha y en un claro de la selva hicimos un pequeño picnic. Por la tarde tuvimos nuestra recompensa. De repente Saturno se paró, nos quedamos inmóviles y señaló un árbol. Se movieron las ramas y vimos descender una masa negra, emitiendo algún gruñido de aviso. Dijo que era la hembra. De otro árbol cercano descendió por el tronco el gorila macho. A este lo vimos mejor, pero fue muy rápido. Huyeron por tierra en la espesura del bosque.

 

Nos sorprendió que los gorilas estuvieran en los árboles; solo subían para comer brotes, solían caminar por tierra. Con su peso de más de 100kg rompían las ramas. Habíamos visto gorilas en su hábitat, pero había sido una visión demasiado rápida y fugaz. La naturaleza tenía sus propias leyes. Tras seis horas de marcha regresamos al campamento Mikongo y nos dimos un baño en un recodo del río. En el campamento no había electricidad ni agua corriente. Cenamos pollo con arroz y verduras, a la luz de las velas. Y dormimos muy bien en las cabañas en el corazón de la selva gabonesa. 

viernes, 29 de abril de 2011

EL TORTUGUERO

Al Tortuguero solo se podía llegar en barca o en avión por un pequeño aeropuerto. En el embarcadero de La Pavona cogimos una barca entoldada con otras veinte personas, ticos y guiris. El trayecto duró dos horas y fue una maravilla, atravesando el bosque tropical húmedo. El río Suerte llevaba poca agua y varias veces el casco tocó el lecho arenoso. Uno de los boteros impulsaba con una pértiga, y otros bajaron a empujar. Las aguas eran marrón chocolate y arrastraban hojas, ramas y algunos troncos sobre los que crecían plantas. La vegetación en las orillas era frondosa. 




El Tortuguero nos pareció un pueblo tranquilo y aislado, en la costa Atlántica de Costa Rica. Su calle principal estaba encajada entre el mar Caribe y el río Tortuguero. Las casas eran de planta baja, pintadas de colores azul cielo, verde manzana o amarillo. Tenía raíces afrocaribeñas que se reflejaban en la población. La playa era bastante salvaje, con palmeras y arena negra. El Mar Caribe tenía bastante oleaje y se veían las crestas de espuma blanca. Nos bañamos y comprobamos la fuerte resaca.

El Parque Nacional Tortuguero abarcaba la costa, con senderos en el bosque tropical y canales fluviales. Era uno de los lugares más importantes de desove de la tortuga verde y la tortuga laúd. 

Cogimos un bote de remo, sin motor, para navegar por el río Tortuguero, Caño Chiquero y Caño Mora. Fue un placer deslizarse por las aguas tranquilas de los canales en medio del silencio, solo roto por los sonidos de la jungla. Por todas partes había heliconias, las plantas rojas.

Mariposas morpho azules revoloteaban por los canales. El más estrecho era Caño Mora con 3km de largo y 10m de ancho. Vimos la entrada del Caño Harold, reservado para las embarcaciones a motor, y por eso mismo con menos posibilidades de ver vida animal por el ruido.






Vimos varios tipos de aves: la garza tigre juvenil, la aniaga o la oropéndola Montezuma. También monos Congo agitando las altas ramas de los árboles. Comían 10% frutos y 90% de hojas. En el Parque había otros dos tipos de monos, los monos araña y los monos carablanca o capuchinos. Vivían en grupos de 15 a 20 ejemplares. Vimos un basilisco verde con su cresta, intentando pasar desapercibido entre las hojas.




Encontramos varios caimanes. No eran tan grandes como otros de sus primos, como los cocodrilos australianos, pero no dejaban de impresionar. No solía ser peligrosos; se alimentaban de peces, anfibios y otros animales. Flotaban por la superficie del agua apenas unos centímetros y se distinguía su lomo, la cabeza con el ojo atento, y la mandíbula dispuesta a abrirse en cualquier momento. Alguno de ellos se volteó al acercarnos, y oímos el chapoteo en el agua de otros. Después de tres horas navegando en el bote de remos contemplando la naturaleza exuberante, regresamos a El Tortuguero.

Contratamos una excursión para ver a las tortugas. Partimos a las diez de la noche con Roberto, nuestro guía, y otras cuatro personas. Caminamos por la playa en total oscuridad, no había luna y apenas distinguíamos algún tronco en la arena. Roberto llevaba una linterna de luz roja, pero apenas la encendió. Caminamos a buen paso durante una hora sin ver ninguna tortuga hasta llegar al aeropuerto. Allí nos sentamos en un tronco para escuchar a Roberto. 

La excursión no garantizaba ver tortugas, eran sinceros. La mejor época para ver a la tortuga verde era julio y agosto. Pero en abril y mayo desovaba la tortuga laúd, la mayor del mundo, que podía llegar a medir 2m y pesar 500kg. Nos explicó que la mayoría de las tortugas hembra comparten un instinto que las hace volver a la playa en que nacieron para poner sus huevos. Anidan cada dos o tres años y, en función de las especies, pueden volver a la costa a poner huevos hasta diez veces en una temporada.

Emprendimos el camino de regreso pensando que ya no las veríamos. Estábamos un poco decepcionados y, de repente Roberto se agachó y se quedó inmóvil. Había visto una tortuga laúd enorme. Medía 1,6m y pesaba 400kg. La iluminó brevemente con su linterna de tenue luz roja, y nos situamos a su espalda. El caparazón y la cabeza eran muy grandes, con papada, ojos llorosos por la irritación de la sal, y llena de motas blancas. La cola terminaba en pico, y con las aletas excavaba un hoyo circular en la arena. La arena que echaba hacia atrás llegó a mis piernas. 

Nos contaron que cada tortuga depositaba de 80 a 120 huevos. Luego los cubrían con la arena para protegerlos, e incluso podían llegar a crear un falso nido en otro lugar para confundir a los depredadores. El periodo de incubación variaba de 45 a 70 días, después las crías rompían los huevos con la ayuda de unos dientes temporales y se dirigían al océano en pequeños grupos, moviéndose lo más rápido posible para evitar la deshidratación y los depredadores. Una vez llegan al mar, aún tenían que nadar un mínimo de 24 horas para alcanzar aguas profundas. Fue fantástico contemplar a la tortuga en su entorno natural.

Foto cortesía de Google