sábado, 24 de febrero de 2024
EL MERCADO DE CAMELLOS DE NUAKCHOT
domingo, 29 de mayo de 2022
LA PENÍSULA DE KARPAS
Quisimos conocer la Península de Karpas, una zona poco poblada y tranquila, al noreste de la isla de Chipre. Desde Famagusta fuimos en autobús a Kimyali. Nos alojamos en el Nitovikla Garden, donde nos recibió Zecai, el propietario, un personaje amable y peculiar. Estaba cuidando el jardín con árboles frutales y una piscina, y nos ofreció albaricoques y moras. Nos sentamos con él y su mujer en el jardín a tomar limonada y charlar.
Zecai había sido profesor universitario y había escrito
varios libros sobre la cultura gastronómica y tradicional de la isla de Chipre.
Montó su hotel ecológico hacía unos diez años y les había ido muy bien,
con reconocimientos, hasta la pandemia. En 2021 empezaban a recuperarse poco a
poco.
Después de un rato de charla nos acompañaron a la habitación. Estaba en la segunda planta de una galería con arcos. Tenía cama con dosel, bonito mobiliario y un baúl.
El comedor del Nitovikla tenía una galería con arcos, decorada con objetos agrícolas: un trillo, calabazas colgantes, cacillos de metal, alacenas con platos de cerámica, aperos de labranza, y mucho más.
Llegamos al extremo de la península, donde estaba el Monasterio del Apostolous Andreas, frente al mar. Era de piedra blanca, con un campanario. En el interior había un iconostasio con muchos iconos del s. XIX. Andreas era el patrón de los sastres, famoso por sus milagros. Leímos que había sido uno de los lugares más importantes de peregrinación de la isla antes de 1974, cuando los turcos invadieron y se produjo la partición de la isla. Las autoridades turcas habían abierto la frontera para recuperar el peregrinaje, pero decían que no había vuelto a ser lo que era.
Luego fuimos a la Golden Beach, una preciosa y alargada playa, apenas sin gente. El mar estaba verde azulado, con aguas transparentes y muy calmas, como una piscina. Nos bañamos prácticamente solos. Caminamos hasta un recodo en curva, donde la playa quedaba cortada por las rocas.
Por la tarde nos despedimos agradecidos de
Zecai y su mujer, unos excelentes anfitriones y de la Península de Karpas.
jueves, 9 de noviembre de 1995
LA ISLA DE LAMU
En noviembre de 1995 viajamos a Kenya y la Isla de Lamu. Pertenecía al Archipiélago de Lamu formado por las islas Lamu, Manda, Pate, Kiwayu, Kiunga y Lama. Pasamos varios días en Lamu, la isla principal. No tenía aeropuerto, así que desde Malindi volamos a la isla Manda con un pequeño avión de la compañía Eagle. Fue un trayecto corto de 35 minutos y vimos las islas en el Océano Indico.
En Manda cogimos
una barca para cruzar hasta Lamu. En el Puerto se veían los dhowns, las
embarcaciones árabes tradicionales, de velas blancas.
Las
callejuelas de su casco antiguo eran estrechas y laberínticas. Era Patrimonio
de la Humanidad. El ambiente era el de una población musulmana, con
mezquitas y sus minaretes asomando entre los tejadillos de las casas.
Las casas estaban hechas de piedra coralina y madera de mangle. Las fachadas estaban pintadas de blanco y algunas con la mitad inferior de color azul o verde manzana. Algunas puertas eran de madera labrada con adornos de latón, como las de isla de Zanzíbar.
Las mujeres vestían
el caftán negro, con más o menos rigor, algunas se adornaban con un pañuelo
discreto en la cabeza y otras solo mostraban la ranura de los ojos. Solo las
niñas llevaban vestidos y velos de colores. Las vimos saliendo del colegio.
Los hombres iban más variados: vestían el caftán blanco largo con el casquete musulmán, o el pañuelo que llaman kanga a modo de falda larga, y encima una camisa o camiseta.
Las calles
estaban llenas de burros que campaban a sus anchas sin ser molestados, como
las vacas en la India. También comía los restos y desperdicios que encontraban.
En la isla había un orfanato y un hospital de burros. Los burros jóvenes
prestaban servicio como animales de carga, ya que en toda la isla no había
vehículos. Paseando de vez en cuando nos sorprendía algún rebuzno.
El Fuerte de Lamu
fue construido por los árabes en el s.XIX. Tenía muros almenados y varios
cañones en el patio. Visitamos el Museo que exhibía las joyas y ropajes
antiguos que llevaban los habitantes de Lamu, fotos de otros tiempos y maquetas
de barcos árabes. Reproducían habitaciones amuebladas como antaño, con
influencias de la cultura swahili, árabe o hindú. Muebles de madera labrada,
mesitas bajas con teteras y tazas para el té, esterillas en el suelo, camas con
dosel, cojines y divanes para reclinarse.
Dimos un paseo hasta
la Playa de Shela, bordeando el mar. Tardamos unos cuarenta minutos.
Encontramos unas playas inmensas y desiertas, de arena blanca y con un gran palmeral. Eran 15km de
playas. Había más oleaje porque aquel recodo se abría al Océano Índico, y rugía
con fuerza. Frente a Lamu el mar estaba mas calmado porque se formaba un canal
entre las islas y el continente. Nos bañamos totalmente solos.
El pequeño poblado de Shela tenía casas blancas también hechas de piedra coralina, con muros almenados. Su mezquita tenía el minarete con forma redondeada.
Otro día fuimos en dhown a la isla de Manda, para pescar, hacer un poco de submarinismo y visitar las ruinas de Takwa. Las orillas estaban llenas de manglares con su maraña de raíces aéreas, hundidas en una zona pantanosa. En las raíces se veía ostras pequeñas que se adherían con fuerza a ellas. Nos adentramos en un canal que nos llevó hasta las ruinas de Takwa flanqueado por manglares. Takwa fue una ciudad swahili que prosperó en los s.XV-XVII y llegó a tener 2500 habitantes. Tenía un centenar de casas de piedra caliza y coral, y una mezquita, rodeadas por una muralla que derribaron los elefantes cuando la ciudad fue abandonada. Una historia fantástica. Entre las ruinas había enormes baobabs, con sus ramas retorcidas y troncos de varios metros de diámetro. Uno de ellos tenía 800 años de antigüedad. Probamos su fruto que tenía textura de corcho.
Hicimos buceo con tubo en los arrecifes Manda Toto. Tuvimos al alcance de la mano peces, corales, conchas y caracolas gigantescas. Había peces azul eléctrico con una cresta amarilla, anaranjados, con rayas a lo cebra. Una fantasía submarina.
Al día siguiente cogimos otro dhown a la Isla Paté. Su población se mantenía como hacía siglos, sin agua corriente ni electricidad. Se veía mucho más antigua que Lamu. Todas las casas estaban hechas de coral y con tejadillos de caña. Estaba repleta de niños que nos perseguían con sus saludos y sus risas. Por todas partes oíamos un coro de “Jambo, jambo!” (hola en swahili). Los viejecitos nos sonreían y saludaban con el “Karibuni” (bienvenidos). Comimos en la playa un guiso de pescado con patatas, verduras y arroz. Y de postre jugosas papayas, bananas y naranjas. Luego regresamos a la la isla de Lamu con el dhown y el viento a favor. Fueron unos días estupendos en el archipiélago, imposibles de olvidar.
(* Fotos hechas en papel en 1995)