sábado, 21 de enero de 2017
TADJOURA, EL PUEBLO DE PESCADORES
jueves, 6 de junio de 2013
SEÑALES VIAJERAS DE SUDÁFRICA
miércoles, 24 de abril de 2013
LA ISLA DE IBO
© Copyright 2013Nuria Millet Gallego
viernes, 12 de abril de 2013
ILHA DE MOÇAMBIQUE
viernes, 3 de noviembre de 2000
ISLA MAURICIO
Después de viajar un mes por Madagascar hicimos una parada de varios días en Isla Mauricio, aprovechando que el avión hacía escala. Era un archipiélago de origen volcánico en medio del Océano Índico. Era una interesante mezcla de culturas por las influencias migratorias de África, Oriente Medio, India, China o Europa.
El
Archipiélago comprendía las islas Rodrigues, Agalega y Saint Brandon, además de
Mauricio. Fue descubierto por los portugueses en 1505 y
colonizado posteriormente por holandeses, franceses y británicos. La lengua
oficial es el inglés y el francés, y la lengua principal es el criollo
mauriciano.
Un día fuimos a Curepipe. Lo que más nos gustó fue el Cráter de los Ciervos, el cráter de un antiguo volcán extinguido. Los vulcanólogos decían que el volcán estaba conectado con los de la Isla Reunión, que estaban activos, y cuando estos se apagaran era probable que el volcán de Curepipe recuperara su actividad.
El lugar era un buen mirador, con las montañas de formas picudas al fondo, que pertenecían al Parque Nacional de las Gargantas de Río Negro, con la montaña más alta de la isla el Piton de la Petite Rivière Noire de 828m de altitud. Un verde paisaje, con plantaciones de caña de azúcar, té, vainilla y tabaco, repartidas por toda la isla.
Port Louis era la capital de Mauricio. Paseamos por la Plaza de Armas, de altas palmeras, al final de la cual estaba el Parlamento. Cerca estaban los Jardines de la Compañía, llamados así porque fueron creados por la Compañía de Las Indias Orientales. Tenían árboles centenarios como las higueras de indias gigantes, con troncos retorcidos y lianas colgantes.
En el Paseo
Marítimo se veía gente de orígenes diversos, de piel clara, cobriza, mulatos,
negros o asiáticos. Había muchos bares y restaurantes variados desde pizzería a
hindúes, heladerías y puestos de zumos naturales. El Casino tenía la entrada a
través de un casco de barco de madera, con su mascarón de proa. Otro de los
bares era un barco tamaño natural, plantado en la acera. Una orquesta tocaba
música de jazz, mientras unos bailarines bailaban claqué. Era un ambiente muy
cosmopolita.
Chamarel era
conocida por la llamada “Tierra de siete colores”. Dunas en las que realmente
se apreciaban los distintos tonos: amarillo, ocre, rosado, rojo, morado, marrón
y anaranjado. Con la luz del atardecer se intensificaba el colorido. Leímos que
los colores se debían a los procesos de oxidación de minerales. La tierra
formaba ondulaciones entre el bosque y los cultivos de café. Un bonito paisaje
natural.
El Mar de Vacoas era un embalse de agua de lluvia, un reservorio que abastecía de agua a toda la isla. Era bastante grande. El Lago Grand Bassin era sagrado para los hindúes, que celebraban allí sus ceremonias y un festival anual. Tenía pequeños templos con estatuas coloridas y olía a incienso. Había algunas mujeres indias vestidas con saris rojos. Colocaban las ofrendas de coco o guirnaldas de flores cerca de la orilla, para que las arrastrara la corriente, como si fuera el Ganjes. Toda una evocación de la India.
Para ver la Gran
Bahía y sus playas paradisíacas nos alojamos en el pueblo de Pereybere. La Bahía era preciosa, las playas tenían franjas de arboleda con casuarinas. El mar estaba salpicado de
barcos y tenía el color verde turquesa transparente del Océano Índico.
Otro día contratamos
una excursión en barco para ir a la Isla de los Ciervos, en la costa
este. Primero fuimos en furgoneta hasta el pueblo Trou de Agua Dulce,
donde cogimos una lancha rápida hasta unas cascadas. Luego nos dejó en la Isla
de los Ciervos, con una playa de arena blanca y agua verde esmeralda,
totalmente transparente. Allí nos dimos deliciosos baños, comimos pescado y disfrutamos el paisaje. Mauricio tenía muchos atolones coralinos con vida submarina y gran diversidad
de corales. La isla tenía muchos atractivos que ofrecer.
Viaje y fotos realizadas en el año 2000.
martes, 24 de octubre de 2000
LA ISLA SANTA MARÍA
El Ferry desde
Soanierana-Ivango hasta la isla St. Marie (o Nosy Boraha) tardó tres horas. El Océano
Índico tenía bastante oleaje. Nos dejó en Ambodifotatra, la capital.
La isla tenía mucha vegetación y estaba llena de palmeras. Nos alojamos en unos
bungalows esparcidos en una colina con jardines, en el extremo sur.
Alquilamos bicicletas para recorrer la isla. Pasamos por el puente, bastante largo, frente a la iglesia blanca de tejadillo rojo. En Ambodifotatra había un mercado y varios comercios bajo los porches pintados e color verde manzana o azul. Era una capital diminuta y no se veía mucha gente por la calle. Comimos frente a la playa, en primera línea de mar y entre palmeras. Nos regalamos gambas y calamares con salsa de coco y patatas.
Las playas eran
espectaculares, franjas de arena blanca con extensos palmerales. Nos dimos baños gloriosos. En una de las
playas junto a nuestro hotel, habían construido dentro del agua una piscina
redonda con piedras negras. Era una bañera marina preciosa, y allí mismo
había peces. Alquilamos gafas con tubo y aletas y pudimos disfrutar del snorkel.
Nos acercamos
nadando a la línea de mar donde rompían las olas. Allí se concentraban los peces
y corales, más de lo que esperábamos. Los corales eran verdes, amarillo pálido,
alguno anaranjado y marrones. Muchos corales tenían forma de cerebro
o de laberinto. Los peces más abundantes eran tipo cebra, blancos con rayas
negras, también vimos azules, blancos con una sola raya horizontal amarilla o
azul amarillos planos con los bordes blancos y negros que suelen ir en parejas,
y las morenas, muy feas y gordas, que permanecían quietas en el fondo arenoso.
Pudimos hacer algunas fotos con la cámara submarina desechable de Fotoprix.
Vimos el cementerio de los piratas y el Faro en el extremo, y cruzamos por el interior a la costa este. El camino del interior fue más montañoso, con subidas y bajadas, y sobre todo, pedregoso. Hicimos numerosas paradas, para beber agua de coco, hacer fotos y descansar a la sombre.
Pasamos por el pueblo de cabañitas San Joseph. Paramos a hidratarnos en el Hotel Mora-Mora, que nos gustó mucho porque tenía bungalows construidos sobre el agua, como palafitos. Era lo más parecido a la Polinesia que habíamos visto. La costa suroeste no nos gustó tanto porque apenas tenía playa para poder bañarse. Luego pasamos al lado oeste, regresando al camino más plano.
Dedicamos otro día
a explorar la cercana isla Nosy Nato. “Nato” significaba isla en
malgache. Descendimos por el camino del hotel, bastante selvático, hasta la
playa. Allí cogimos una piragua con Francis, el piragüero. Era una piragua con
los dos soportes laterales, para estabilizar, pintada de azul. Vimos un niño que jugaba con otra piragua pequeña que había elaborado él mismo. El mar apenas
cubría y el agua verdeazulada transparente permitía ver el fondo de rocas,
algunos corales y muchos erizos negros. En veinte minutos llegamos a la isla.
Nosy Nato tenía
mucha vegetación y la arena casi blanca, más blanca que la de la isla Santa
María. El piragüero nos dejó en el pequeño muelle hecho con neumáticos y quedó
en recogernos a las cuatro de la tarde. Las palmeras se doblaban hasta el agua,
y alguna piragua pasaba lentamente por la costa. Caminamos por la isla hasta
que las rocas nos interrumpieron el paso, y nos instalamos con el pareo en la
playa. Cuando teníamos sed pedíamos un coco. Algún chico subía a la palmera y
con el machete hacía un orificio para que bebiéramos.
Tras otro día de baños y playa, regresamos contentos a la isla de Santa María y contemplamos la puesta de sol. Por la noche escuchamos el concierto de los insectos y contemplamos las luciérnagas en la oscuridad. Pasamos allí cuatro días estupendos. Fueron días inolvidables, como todo el viaje por Madagascar.