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viernes, 28 de febrero de 2020

SANTO DOMINGO

Cuando viajamos a República Dominicana en febrero de 2020 no imaginamos que una pandemia mundial iba a interrumpir la vida y los proyectos de tanta gente, ni las consecuencias que tendría. Pero eso es otra historia.

La capital Santo Domingo era una de las ciudades coloniales más antiguas y mejor conservadas del continente, fundada en el s. XVI. Era Patrimonio de la Humanidad. Callejeamos por su casco histórico. En la Plaza España visitamos el Alcázar Virreinal de Colon, el gran Palacio donde vivió Diego, el hijo de Colón. Tenía grandes arcos. Nos sorprendió porque tenía muchas estancias con mobiliario original del s. XVI y muchos objetos. Había candelabros, armarios, vasijas y calderos en la cocina, los dormitorios de don Diego y su esposa con camas con dosel, el despacho, y bonitas galerías grandes con vistas al río Ozama.



Las calles tenían encanto y los edificios albergaban pequeños museos. Visitamos el Museo del Ron y la Caña. Tenía alambiques antiguos de cobre y objetos que utilizaban para la destilación. Había fotos de los ingenios de caña de azúcar, de la que se obtenía el ron, y menciones al trabajo de los esclavos, que permitió la producción. Para elaborar el ron primero prensaban la caña, hervían la pulpa en grandes caleros para obtener la melaza y la dejaban reposar unos días.

En el Museo del Ámbar explicaban que el ámbar no era una piedra ni un mineral, sino una resina fósil acumulada de forma anormal por circunstancias climáticas. Tenía millones de años de antigüedad y en República Dominicana se había hallado mucho ámbar. El museo exhibía muestras de ámbar fósil donde se habían quedado atrapados insectos, hojas de plantas y flores. El color era precioso, translúcido, variaba del amarillo, al anaranjado y rojo oscuro, según el reflejo de la luz y la densidad de los insectos atrapados. También vimos Larimar, la piedra azul cielo, autóctona de la República Dominicana.




Luego visitamos el Museo de las Casas Reales, con sala de música, del trono y Audiencias, sala de los Juzgados. Seguimos por la calle Isabel la Católica hasta el Parque Colon, con grandes higueras de Indias, árboles nudosos que ofrecían sombra. 

En la plaza estaba la Catedral Primada, la más antigua del continente; la primera piedra la puso en el s. XVI Diego Colon. La bóveda era gótica, los arcos románicos y la ornamentación barroca. Nos gustó su piedra arenisca dorada, como la del Alcázar y las Casas Reales. Leímos que era piedra coralina, porosa con restos de fósiles, y pudimos comprobarlo in situ.






Seguimos callejeando y vimos el Fuerte y Capilla Santa Bárbara, la patrona de los militares. Era una capilla castrense con bonito interior con arcos. Como curiosidad encontramos el Sabina Bar, dedicado al cantautor Joaquín Sabina. En el exterior tenía una estatua suya, con el inconfundible bombín.




La Fortaleza Ozama del s.XVI era el edificio colonial más antiguo. Fue guarnición militar y prisión. Estaba construida con piedra coralina entre blanca y dorada, como la Catedral y otros edificios. Subimos a la Torre del Homenaje para contemplar las vistas de 360º de la ciudad, con el río Ozama, el Puerto y el mar Caribe.

El Polvorín estaba en el edificio Santa Bárbara, la patrona protectora de los militares. En la esplanada se exhibían varios cañones coloniales oxidados, que defendieron la ciudad. En la entrada de la Fortaleza estaba la estatua en bronce de Gonzalo Fernández de Oviedo, que escribió “La Historia General y Natural de las Indias”.




Otro día visitamos el Museo de la Familia Dominicana, en la Casa de Tostado, construida en el s. XVI. Reflejaba el estilo de vida de una familia bien en el s. XIX-XX, con muebles, adornos y objetos que pertenecían a diferentes generaciones. Había dormitorios, biblioteca, salón de música, comedor, sala de costura y cocina con sus utensilios y horno de carbón. Nos encantaron las galerías de los porches y los patios con jardines tropicales con plantas exuberantes. Fue una visita muy completa e interesante. Como los días que pasamos en la preciosa Santo Domingo.

domingo, 10 de marzo de 2019

EL PASADO COLONIAL


Costa de Marfil fue colonia francesa entre 1904 y 1958, cuando consiguió la independencia. Los franceses dejaron huella, entre otras cosas, en la arquitectura. Pero en todo el país apenas se conservaba esa huella en Grand Bassam.

Grand Bassam estaba asentada frente al Golfo de Guinea, y dividida en dos mitades por la Laguna Ebrié. Un puente unía las dos partes de la población. Había sido declarada Patrimonio de la Humanidad.

La arquitectura colonial decadente tenía cierto encanto, pero en Grand Bassam los edificios estaban muy deteriorados y faltaba mucha restauración. Había mucho trabajo por hacer allí. Las fachadas estaban descoloridas, algunas casas estaban totalmente abandonadas y la vegetación había crecido en el interior, asomando las ramas de árboles por el hueco vacío de las ventanas, como en la Maison Ganamet.







En la calle principal Treich-Laplaine se concentraban las grandes mansiones deterioradas. Uno de ellos era el edificio de Correos y Aduana, descolorido, con persianas verdes. En el interior había una pequeña exposición de cuadros locales. 




El Palacio del Gobernador estaba mejor conservado. La fachada era de un color anaranjado, rodeada de palmeras. Tenía arcos y una escalinata formando un semicírculo en la entrada principal. En el interior estaba ubicado el Museo del Traje, con unos pocos trajes indígenas y ceremoniales. En el segundo piso exhibía algunas máscaras curiosas y fotos antiguas en blanco y negro. Alrededor del Museo había varias tiendas de artesanía, con máscaras y joyería.



Curioseamos el colorido mercado, que era muy fotogénico. Las mujeres con sus vestidos estampados y sus pañuelos a juego estaban en cada rincón, vendiendo en sus puestos, acarreando las compras en la cabeza, y deambulando por los estrechos pasillos. Se vendía jengibre, arroces, pescados, piñas, naranjas peladas, mandioca…Montones de pimientos naranjas y amarillos apilados daban una nota de color. Otra zona era la de las telas y los sastres con sus máquinas de coser Singer. Un mercado africano con ambiente. Las playas eran otro de los atractivos de Grand Bassam...




© Copyright 2019 Nuria Millet Gallego

domingo, 1 de abril de 2018

EL ENCANTO DE LUANG PRABANG


Luang Prabang era una ciudad tropical entre montañas, al norte de Laos. Fue la primera capital del país. Se extendía a orillas del río Mekong y del río Nam Khane. La corriente bajaba con fuerza, con aguas marrones, entre la vegetación verde. 

Las casas de madera con balcones y tejadillos eran bajas, de dos pisos de altura, entre templos, palmeras y plataneros. Su arquitectura era una mezcla tradicional laosiana y colonial francesa. Toda la ciudad estaba ajardinada, con muchos árboles y plantas por todas partes. Era Patrimonio de la Humanidad.




Empezamos por el complejo de templos Wat Xieng Thong. Era el Monasterio Budista del s.XVI, el más famoso de la ciudad. El templo principal tenía doble techo triangular, inclinado hacia el suelo. Los muros exteriores tenían dibujos con mosaicos vidriados. Uno de ellos era un gran mosaico del árbol de la vida. Estaba rodeado de varias stupas de piedra dorada y otras de un blanco deslumbrante que destacaba entre las palmeras. 




En el interior había grandes columnas y un Buda dorado. En la llamada Capilla Roja por el color de sus paredes había un Buda reclinado de piedra negra. Otro Pabellón Dorado albergaba una gran barca dorada con siete cabezas de serpiente en la proa. La serpiente (Naga) era un dios protector. Alrededor figuras de Budas erguida, como un pequeño séquito de la barcaza.

Por los alrededores había multitud de templos, más de 50, con murales representando escenas de la vida laosiana del s. XIX, o escenas históricas como la visita de diplomáticos chinos y guerreros llegando por el río Mekong.







Luego tomamos la curva que formaba el Mekong, atravesamos un puente de bambú y seguimos paseando por la orilla del otro río, el Nam Khan, más estrecho pero igual de bonito, de aguas verdosas entre vegetación exuberante. El Mekong estaba bordeado de casas y bonitos restaurantes. En uno de ellos comimos pescado a la brasa y calamares con arroz frito, acompañado con cerveza Lao.




En la ciudad había tuk-tuks motorizados, la mayoría pintados de azul. Fue interesante la visita al Museo TAECS, de Artes Tradicionales y Etnología. Después fuimos al Palacio Real, construido en 1904 y de estilo laosiano con influencia colonial francesa. El Palacio Principal tenía muchos dorados en el tejado y en el interior, con paredes rojas con frescos. Muy recargado. Había habitaciones con mobiliario: comedor, librería y salones. En otro recinto se exhibía la colección de coches reales: un antiguo Lincoln y modelos americanos de carrocería impresionante por su longitud. También había un Citroen “tiburón”. Paseamos por los bonitos jardines del Palacio y curioseamos el mercado callejero nocturno que se montaba y desmontaba cada tarde ante el palacio.



Subimos a la Colina Phu Si, de unos cien metros de altura, para contemplar las vistas de la ciudad y los tejadillos de sus casas. Había que ascender 329 escalones de piedra. Al inicio unas mujeres vendían ofrendas de flores (dientes de león naranjas), y unos pajarillos enjaulados para liberarlos en la cima. El paisaje era tropical, el río Mekong y la ciudad estaban envueltos en niebla, pero no le restaba belleza.