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martes, 14 de diciembre de 2021

ALBEROBELLO Y LOS TRULLIS

 


Alberobello es una pequeña ciudad de la región italiana de Puglia, conocida por sus casas trulli, Patrimonio de la Humanidad. Los trulli, también llamados trullos, eran construcciones circulares de piedra toba blanca, con techos en forma de pináculos negros. Una arquitectura tradicional.

El origen histórico se remontaba a la época feudal, la segunda mitad de la Edad Media o principios del s. XVI, cuando los Acquaviva, condes de Conversano, eran señores de la región. Obligaron a los campesinos a limpiar los terrenos y cultivar la tierra. Pero para evitar los impuestos era necesario que Alberobello no pareciera un centro habitado, así que construyeron los trullis que podían desmontarse rápidamente al no usar mortero para unir las piedras.




Había dos barrios: Rione Monte con 1000 trullis, y Aia Piccola con 400 trullis. El conjunto era un bosque de tejadillos cónicos más oscuros y chimeneas en las blancas calles. Algunas calles tenían plantas y macetas con flores. Lo visitamos en diciembre de 2021, con cielos azul intenso, sol y temperatura de 10º. Todavía había restricciones por la pandemia y se veía poco turismo.




Callejeamos por Rione Monte hasta la Iglesia de San Antonio de paredes blancas y también con forma de trullli. Fue edificada en 1927 con cúpulas cónicas, la más alta de 21m. Bastante imponente, casi con aspecto de castillo. El interior no era tan espectacular.



En la zona Aia Piccola vimos la Iglesia de Medici Cosme y Damiano, con dos torres de piedra dorada. Por detrás de la iglesia estaba el Trulli Sovrano (Trulo Soberano). Era el más grande y el único construido a dos pisos en la época. Lo encargó la familia acomodada del sacerdote Rataldo Porta a mediados del s. XVII. Tuvo varios usos: corte, capilla, botica, monasterio, oratorio campestre o residencia. Era Monumento Nacional y Patrimonio de la Humanidad.


Visitamos el Museo del Trulli Sovrano con las diferentes habitaciones de la vivienda, con su mobiliario: cocina, horno, comedor, dormitorio y jardín. No le faltaba detalle. En la cocina, entre platos y vasijas, tenia pimientos secos, ristras de ajos y frutos secos. El dormitorio tenia quinqués, orinales, aguamaniles, camisones colgando o un cuadro con llaves antiguas. Y en otras habitaciones había cestos para cereales y grandes vasijas de vino. Era fácil imaginar la vida de las familias acomodadas con todos aquellos objetos y mobiliario. Muy interesante.




El Museo del Territorio estaba cerrado temporalmente. En la Piazza del Popolo probamos panzerotti, los buñuelos de queso, olivas y otros rellenos. Nos alojamos en el Tipico Resort in Gabellot, un bonito y espacioso trulli de dos pisos.




Algunos tejados tenían dibujados en blanco símbolos protectores, religiosos o místicos. Y estaban  coronados por adornos distintivos con formas protectoras, como bolas o triángulos.

Se respiraba paz en las calles al ser invierno. Las calles tenían guirnaldas y adornos navideños. Las tiendas de artesanía vendían cerámicas, bolitas de nieve con trullis dentro, silbatos de terracota, vinos y aceites. 






Aia Piccola era un barrio más tranquilo, sin apenas tiendas ni gente, más residencial. Y sus calles eran más planas; en Rione Monte tenían más pendiente.







Cenamos en Il Pinaculo, un coqueto y acogedor restaurante:  tagliatelli al funghi, de sabor muy intenso, y pizza cuatro quesos. Por la noche las calles tenían iluminación y decoración navideña y había un gran árbol de Navidad de luces. Alberobello era un pueblo con historia y mucho encanto.


viernes, 28 de febrero de 2020

SANTO DOMINGO

Cuando viajamos a República Dominicana en febrero de 2020 no imaginamos que una pandemia mundial iba a interrumpir la vida y los proyectos de tanta gente, ni las consecuencias que tendría. Pero eso es otra historia.

La capital Santo Domingo era una de las ciudades coloniales más antiguas y mejor conservadas del continente, fundada en el s. XVI. Era Patrimonio de la Humanidad. Callejeamos por su casco histórico. En la Plaza España visitamos el Alcázar Virreinal de Colon, el gran Palacio donde vivió Diego, el hijo de Colón. Tenía grandes arcos. Nos sorprendió porque tenía muchas estancias con mobiliario original del s. XVI y muchos objetos. Había candelabros, armarios, vasijas y calderos en la cocina, los dormitorios de don Diego y su esposa con camas con dosel, el despacho, y bonitas galerías grandes con vistas al río Ozama.



Las calles tenían encanto y los edificios albergaban pequeños museos. Visitamos el Museo del Ron y la Caña. Tenía alambiques antiguos de cobre y objetos que utilizaban para la destilación. Había fotos de los ingenios de caña de azúcar, de la que se obtenía el ron, y menciones al trabajo de los esclavos, que permitió la producción. Para elaborar el ron primero prensaban la caña, hervían la pulpa en grandes caleros para obtener la melaza y la dejaban reposar unos días.

En el Museo del Ámbar explicaban que el ámbar no era una piedra ni un mineral, sino una resina fósil acumulada de forma anormal por circunstancias climáticas. Tenía millones de años de antigüedad y en República Dominicana se había hallado mucho ámbar. El museo exhibía muestras de ámbar fósil donde se habían quedado atrapados insectos, hojas de plantas y flores. El color era precioso, translúcido, variaba del amarillo, al anaranjado y rojo oscuro, según el reflejo de la luz y la densidad de los insectos atrapados. También vimos Larimar, la piedra azul cielo, autóctona de la República Dominicana.




Luego visitamos el Museo de las Casas Reales, con sala de música, del trono y Audiencias, sala de los Juzgados. Seguimos por la calle Isabel la Católica hasta el Parque Colon, con grandes higueras de Indias, árboles nudosos que ofrecían sombra. 

En la plaza estaba la Catedral Primada, la más antigua del continente; la primera piedra la puso en el s. XVI Diego Colon. La bóveda era gótica, los arcos románicos y la ornamentación barroca. Nos gustó su piedra arenisca dorada, como la del Alcázar y las Casas Reales. Leímos que era piedra coralina, porosa con restos de fósiles, y pudimos comprobarlo in situ.






Seguimos callejeando y vimos el Fuerte y Capilla Santa Bárbara, la patrona de los militares. Era una capilla castrense con bonito interior con arcos. Como curiosidad encontramos el Sabina Bar, dedicado al cantautor Joaquín Sabina. En el exterior tenía una estatua suya, con el inconfundible bombín.




La Fortaleza Ozama del s.XVI era el edificio colonial más antiguo. Fue guarnición militar y prisión. Estaba construida con piedra coralina entre blanca y dorada, como la Catedral y otros edificios. Subimos a la Torre del Homenaje para contemplar las vistas de 360º de la ciudad, con el río Ozama, el Puerto y el mar Caribe.

El Polvorín estaba en el edificio Santa Bárbara, la patrona protectora de los militares. En la esplanada se exhibían varios cañones coloniales oxidados, que defendieron la ciudad. En la entrada de la Fortaleza estaba la estatua en bronce de Gonzalo Fernández de Oviedo, que escribió “La Historia General y Natural de las Indias”.




Otro día visitamos el Museo de la Familia Dominicana, en la Casa de Tostado, construida en el s. XVI. Reflejaba el estilo de vida de una familia bien en el s. XIX-XX, con muebles, adornos y objetos que pertenecían a diferentes generaciones. Había dormitorios, biblioteca, salón de música, comedor, sala de costura y cocina con sus utensilios y horno de carbón. Nos encantaron las galerías de los porches y los patios con jardines tropicales con plantas exuberantes. Fue una visita muy completa e interesante. Como los días que pasamos en la preciosa Santo Domingo.