Cuando viajamos a República Dominicana en febrero de 2020 no imaginamos que una pandemia mundial iba a interrumpir la vida y los proyectos de tanta gente, ni las consecuencias que tendría. Pero eso es otra historia.
La capital Santo Domingo era una de las ciudades coloniales más antiguas y mejor conservadas del continente, fundada en el s. XVI. Era Patrimonio de la Humanidad. Callejeamos por su casco histórico. En la Plaza España visitamos el Alcázar Virreinal de Colon, el gran Palacio donde vivió Diego, el hijo de Colón. Tenía grandes arcos. Nos sorprendió porque tenía muchas estancias con mobiliario original del s. XVI y muchos objetos. Había candelabros, armarios, vasijas y calderos en la cocina, los dormitorios de don Diego y su esposa con camas con dosel, el despacho, y bonitas galerías grandes con vistas al río Ozama.
Las calles tenían
encanto y los edificios albergaban pequeños museos. Visitamos el Museo del
Ron y la Caña. Tenía alambiques antiguos de cobre y objetos que utilizaban
para la destilación. Había fotos de los ingenios de caña de azúcar, de la que
se obtenía el ron, y menciones al trabajo de los esclavos, que permitió la
producción. Para elaborar el ron primero prensaban la caña, hervían la pulpa en
grandes caleros para obtener la melaza y la dejaban reposar unos días.
En el Museo del Ámbar explicaban que el ámbar no era una piedra ni un mineral, sino una resina fósil acumulada de forma anormal por circunstancias climáticas. Tenía millones de años de antigüedad y en República Dominicana se había hallado mucho ámbar. El museo exhibía muestras de ámbar fósil donde se habían quedado atrapados insectos, hojas de plantas y flores. El color era precioso, translúcido, variaba del amarillo, al anaranjado y rojo oscuro, según el reflejo de la luz y la densidad de los insectos atrapados. También vimos Larimar, la piedra azul cielo, autóctona de la República Dominicana.
Luego visitamos el Museo de las Casas Reales, con sala de música, del trono y Audiencias, sala de los Juzgados. Seguimos por la calle Isabel la Católica hasta el Parque Colon, con grandes higueras de Indias, árboles nudosos que ofrecían sombra.
En la plaza estaba la Catedral Primada, la más antigua del continente; la
primera piedra la puso en el s. XVI Diego Colon. La bóveda era gótica, los
arcos románicos y la ornamentación barroca. Nos gustó su piedra arenisca dorada,
como la del Alcázar y las Casas Reales. Leímos que era piedra coralina, porosa
con restos de fósiles, y pudimos comprobarlo in situ.
Seguimos
callejeando y vimos el Fuerte y Capilla Santa Bárbara, la patrona de los
militares. Era una capilla castrense con bonito interior con arcos. Como
curiosidad encontramos el Sabina Bar, dedicado al cantautor Joaquín Sabina.
En el exterior tenía una estatua suya, con el inconfundible bombín.
La Fortaleza
Ozama del s.XVI era el edificio colonial más antiguo. Fue guarnición
militar y prisión. Estaba construida con piedra coralina entre blanca y dorada,
como la Catedral y otros edificios. Subimos a la Torre del Homenaje para
contemplar las vistas de 360º de la ciudad, con el río Ozama, el Puerto y el
mar Caribe.
El Polvorín estaba en el edificio Santa Bárbara, la patrona protectora de los militares. En la esplanada se exhibían varios cañones coloniales oxidados, que defendieron la ciudad. En la entrada de la Fortaleza estaba la estatua en bronce de Gonzalo Fernández de Oviedo, que escribió “La Historia General y Natural de las Indias”.
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