© Copyright 2020 Nuria Millet Gallego
viernes, 13 de marzo de 2020
EL CARNAVAL DE LA VEGA
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sábado, 18 de agosto de 2018
TRANSIBERIANO 5. EL LAGO BAIKAL Y LA ISLA OLKHON
En la ruta del Transiberiano, desde Irkutsh fuimos al Lago Baikal, en la región de Siberia Oriental. El lago era el más antiguo y profundo del mundo, con 25 millones de años de antigüedad y 1680m de profundidad. De 636km de largo, 80km de ancho, con un área de extensión comparable a Bélgica. Contenía el 20% de agua dulce de todo el planeta. Los científicos estudiaron que si se agotaran todas las reservas de agua de la tierra, con el agua del Baikal podrían vivir 7000 millones de personas durante 40 años. Era el último reducto y Patrimonio de la Humanidad.
Lo alimentaban
386 ríos. El más caudaloso era el río Selanga, que procedía de
Mongolia. El lago desaguaba en un solo río, el Angara. La pesca era la
principal actividad de las poblaciones del lago, se había identificado 52
especies de peces. Sus aguas se usaban para tratamientos médicos, ya que eran
ricas en oxígeno y con escasa presencia de sales minerales.
El lago tenía treinta
islas dentro. Un ferry nos llevó hasta la isla Olkhon, la tercera isla
lacustre mayor del mundo. Estaba considerada uno de los lugares más
sagrados de Asia para los pobladores buriatos, y eran uno de los polos de
energía chamánica.
Al llegar seguimos por
una pista terrosa hasta el pueblo Khuzir, la “capital” de la isla, con 1200
habitantes. Nos alojamos en el Nikta’s Homestead. Lo construyó un ex campeón
ruso de tenis de mesa. Nos encantó el complejo de cabañas de madera con adornos
de carpintería, entre hiedra y flores por todas partes. Las habitaciones estaban
decoradas con petroglifos, adornos étnicos y estufas de madera. Precioso y muy
acogedor.
En la Shaman Rock
había un árbol repleto de tiras de colores, plegarias que se ofrecían a los
dioses. También había un grupo de 13 postes verticales, envueltos en tiras
de colores, los llamados “Trece señores de Olkhon”, venerados por los buriatos.
Caminamos por los senderos. La roca quedaba en un extremo del lago frente a una
playita de arena con forma de media luna. Allí nos bañamos, aunque brevemente
porque el agua estaba muy fría.
Al día siguiente contratamos una excursión con barco. El barco nos llevó al extremo norte de la isla. Fuimos costeando la isla, viendo sus acantilados rocosos. Nos seguían las gaviotas y les dimos pan, con lo que se arremolinaban alrededor del barco y se disputaban los pedazos de pan. El sol iluminó las rocas de la costa tapizadas de un verde suave, casi amarillento. Había colinas bajas, bosques de abetos y algunas playas. Comimos en el camarote del barco, ensaladas y sopa de pescado muy rica.
Pasamos por la roca
que llamaban “Tres hermanos”. Nos contaron la leyenda de una chica que se
enamoró de uno de los hermanos y se fugó. El padre envió a los hermanos a
buscarla transformados en águilas. Pero los hermanos volvieron y mintieron al
padre, diciendo que no la habían encontrado. El padre descubrió la verdad y los
transformó a los tres en rocas.
Otro punto del
trayecto en barco fue Placa Peschanoa, donde estaba la prisión en los
tiempos de la época soviética. La verdad es que era una bahía bonita con
una playa, un emplazamiento curioso para una cárcel de terrible historia.
Llegamos al punto
norte llamado Khoboy, el extremo de la isla. Y vimos el Pico del Amor. Desembarcamos
después de cuatro horas de trayecto en barco. Unas furgonetas tipo tanquetas
nos llevaron a varios miradores a los pies de los acantilados con vistas
impresionantes del lago. En uno de ellos vimos a unos niños practicando el tiro
al arco.
jueves, 17 de agosto de 2017
LAMBARÉNÉ
La pequeña población de Lambaréné en Gabón, estaba en una isla en medio del río Ougué. La formaban tres partes diferenciadas: la isla central Ile Lambaréné, la orilla izquierda (Rive Gauche) y la orilla derecha (Rive Droite). Estaban unidas por dos grandes puentes y conectadas con piraguas que hacían el trayecto. Las orillas del río Ougué tenían una vegetación selvática. Eran auténticos muros de verdor, un denso entramado de árboles con los troncos envueltos en verde hojarasca.
En la Rive Gauche estaba el Hospital Albert Schweitzer’s, dedicado a la investigación de la malaria y la tuberculosis. Fue fundado por el médico suizo en 1913, y trabajó en él hasta su fallecimiento en 1965. Era una figura querida y respetada en Gabón, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1952. El hospital era un gran recinto junto al río con numerosos pabellones de madera blanca entre jardines. Estaba diseñado como un pequeño pueblo, donde las familias de los enfermos se instalaban en aquella época, y convivían incluso meses. Algunos pagaban la estancia con trabajos de mantenimiento, cocina, ayuda a los pacientes, jardinería o cualquier tipo de colaboración,
El pabellón del Museo
mostraba fotos antiguas del doctor Schweitzer con sus enfermeras, pacientes y ayudantes
en diferentes épocas. También durante la construcción y mejoras del hospital.
Su habitación tenía un piano y estaba repleta de libros, microscopios, un
escritorio en el que había una Biblia (él era protestante), varias fundas de
gafas y objetos cotidianos. Se conservaba el antiguo hospital con la sala de
examen con camilla, de radiología, de partos, nursery con cunas, el quirófano y
la farmacia con sus botes de cristal.
Era un lugar
histórico y con encanto. Nos alojamos en las habitaciones del recinto, coquetas
y económicas, por solo 20 euros. Eran de estilo colonial con cama con dosel y
mosquitera, butacones con cojines, ventilador, suelos de madera oscura y
paredes de tablones blancos, con porche. Un tranquilo rincón en medio de la selva
que transmitía paz.
Hicimos una excursión
en piragua durante cinco horas. De vez en cuando asomaba el tejadillo de alguna
cabaña y nos cruzábamos con alguna piragua de remo o de motor, cargada con
sacos y mercancías. Fuimos a una misión protestante semi abandonada,
donde todavía vivían treinta personas. Quedaban las casas de ladrillo ocre, de
buena construcción y en buen estado. Conocimos a varias mujeres de la familia
Pasteur. La zona estaba ajardinada y era un recinto muy agradable. Lo que daba
pena era la escuela y el hospital, abandonados desde que murió el último
misionero que se ocupaba de la misión. La escuela conservaba los pupitres y las
pizarras con escritos de tiza. La Iglesia de la misión estaba en perfecto
estado, pero el hospital estaba completamente vacío, y aunque la estructura
estaba bien, algunos pájaros habían construido nidos en las habitaciones.
Tras visitar la
misión fuimos a una zona del río donde estaban los hipopótamos. Oímos
sus resoplidos y vimos como expulsaban el agua como un surtidor. Asomaban los
ojos y las orejas rosadas sobre la superficie del agua, y sacaban la cabeza en
breves momentos. Navegamos por el Lago Onagwe, donde el río se abría y
contemplamos una enorme superficie de agua. Nuestra barca era diminuta en
aquella inmensidad.
martes, 2 de mayo de 2017
LOS ACANTILADOS DE LA ISLA DE YEYU
Un Ferry nos llevó desde la población de Wando a la isla de Yeyu, en un trayecto de tres horas. Yeyu era una isla volcánica, formada a partir de un derramamiento de lava. Era conocida por sus mujeres buceadoras, sus acantilados de basalto, el volcán Seogsan Ilcheon-bong, las cuevas de lava Mangjang-gul, y el Parque Hallasan, los dos últimos Patrimonio de la Humanidad.
Los acantilados de lava basáltica tenían un nombre complicado, Jusangjeollidae. Eran formaciones espectaculares, enmarcadas por pinos y flores amarillas junto al mar. Las columnas rectangulares se formaron al enfriarse y contraerse la lava al contacto con el mar. Se extendían a lo largo de 2km de costa y tenían entre 140.000 y 250.000 años de antigüedad. Las columnas eran poligonales y tenían cinco o seis lados.
Recorrimos las pasarelas contemplando los
acantilados desde diferentes ángulos. Eran un precioso ejército de columnas
entre aguas verdes y azuladas.
Alrededor, y esparcidas por toda la isla, había
algunas “piedras de abuelo”, estatuas de piedra negra fálicas con un
carácter protector. Decían que eran primos lejanos de los moai de la isla de
Pascua, en pequeño.
Las cuevas de lava Manjang-gul eran
grandes túneles de 7,3km de longitud, aunque sólo podían recorrerse 1km. La
entrada era una gran boca y la altura variaba entre 2m y 23m en la gran Allí
vivían murciélagos, arañas y otras especies. Las rocas estaban húmedas y
formaban estalactitas y estalagmitas. Los niveles de lava se marcaban en la
pared con diferentes colores por los carbonatos de su composición, acanalando
la roca. Al final de la cueva había un gran pilar de 7,6m de altura. Leímos que
en la isla de Yeyu había 160 túneles de lava.
Otra curiosidad de la isla eran las mujeres buceadoras, que aprendieron a bucear a pulmón libre. Como el arroz no crecía en la isla y cuando los hombres desaparecían durante semanas en los barcos de pesca, las mujeres se dedicaron a pescar entre las rocas. La edad media era de 65 años, incluso algunas con 80 años, aunque cada vez quedaban menos. Una muestra de adaptación y del carácter del pueblo coreano.
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