La pequeña población de Lambaréné en Gabón, estaba en una isla en medio del río Ougué. La formaban tres partes diferenciadas: la isla central Ile Lambaréné, la orilla izquierda (Rive Gauche) y la orilla derecha (Rive Droite). Estaban unidas por dos grandes puentes y conectadas con piraguas que hacían el trayecto. Las orillas del río Ougué tenían una vegetación selvática. Eran auténticos muros de verdor, un denso entramado de árboles con los troncos envueltos en verde hojarasca.
En la Rive Gauche estaba el Hospital Albert Schweitzer’s, dedicado a la investigación de la malaria y la tuberculosis. Fue fundado por el médico suizo en 1913, y trabajó en él hasta su fallecimiento en 1965. Era una figura querida y respetada en Gabón, y obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1952. El hospital era un gran recinto junto al río con numerosos pabellones de madera blanca entre jardines. Estaba diseñado como un pequeño pueblo, donde las familias de los enfermos se instalaban en aquella época, y convivían incluso meses. Algunos pagaban la estancia con trabajos de mantenimiento, cocina, ayuda a los pacientes, jardinería o cualquier tipo de colaboración,
El pabellón del Museo
mostraba fotos antiguas del doctor Schweitzer con sus enfermeras, pacientes y ayudantes
en diferentes épocas. También durante la construcción y mejoras del hospital.
Su habitación tenía un piano y estaba repleta de libros, microscopios, un
escritorio en el que había una Biblia (él era protestante), varias fundas de
gafas y objetos cotidianos. Se conservaba el antiguo hospital con la sala de
examen con camilla, de radiología, de partos, nursery con cunas, el quirófano y
la farmacia con sus botes de cristal.
Era un lugar
histórico y con encanto. Nos alojamos en las habitaciones del recinto, coquetas
y económicas, por solo 20 euros. Eran de estilo colonial con cama con dosel y
mosquitera, butacones con cojines, ventilador, suelos de madera oscura y
paredes de tablones blancos, con porche. Un tranquilo rincón en medio de la selva
que transmitía paz.
Hicimos una excursión
en piragua durante cinco horas. De vez en cuando asomaba el tejadillo de alguna
cabaña y nos cruzábamos con alguna piragua de remo o de motor, cargada con
sacos y mercancías. Fuimos a una misión protestante semi abandonada,
donde todavía vivían treinta personas. Quedaban las casas de ladrillo ocre, de
buena construcción y en buen estado. Conocimos a varias mujeres de la familia
Pasteur. La zona estaba ajardinada y era un recinto muy agradable. Lo que daba
pena era la escuela y el hospital, abandonados desde que murió el último
misionero que se ocupaba de la misión. La escuela conservaba los pupitres y las
pizarras con escritos de tiza. La Iglesia de la misión estaba en perfecto
estado, pero el hospital estaba completamente vacío, y aunque la estructura
estaba bien, algunos pájaros habían construido nidos en las habitaciones.
Tras visitar la
misión fuimos a una zona del río donde estaban los hipopótamos. Oímos
sus resoplidos y vimos como expulsaban el agua como un surtidor. Asomaban los
ojos y las orejas rosadas sobre la superficie del agua, y sacaban la cabeza en
breves momentos. Navegamos por el Lago Onagwe, donde el río se abría y
contemplamos una enorme superficie de agua. Nuestra barca era diminuta en
aquella inmensidad.
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