Los corales formaban una pared vertical que se hundía
en las profundidades del Mar Rojo. Allí se acumulaban peces de todos
los tipos, tamaños y colores: peces naranjas, amarillos, rojos. plateados, con
franjas negras, verdes y azulados.
Había corales ramificados
y otros con forma de laberinto o cerebro, erizos con púas rojas, valvas azules
y onduladas que se abrían como bocas hambrientas, anémonas rosadas como dedos
buscadores...
Decían que el Mar Rojo era uno de
los mejores lugares para practicar submarinismo, después de la Gran Barrera de
Coral Australiana y de otras zonas del Caribe y del Índico. Habíamos probado en
todos esos lugares y siempre era un espectáculo fascinante contemplar la
vida submarina. Nos olvidábamos del tiempo en medio de aquel silencio
y mecidos por el suave oleaje.
En Dahab, en la Península
del Sinaí, buceamos con tubo y aletas, disfrutamos del mar y en las
tumbonas de la playa, tomando zumos de limón, barracuda y calamares con tahina,
la rica pasta de sésamo. Mientras, algún camello pasaba indiferente a nuestro
lado con su paso cansino. Uno de los camellos había elegido un cartel indicador
del lugar, como un instrumento para rascarse. Se frotaba contra el palo
aliviando sus picores.
La zona llamada Blue Hole
era conocida porque habían fallecido varios submarinistas, buscando el gran
arco de coral que se abría al océano. Arriesgaban demasiado, se quedaban sin
oxígeno, y entraban en narcosis sin advertirlo. Decían que la profundidad del
agujero podía ser de 130 metros. Impresionaba encontrar en las rocas de la
playa las lápidas de recuerdo de los jóvenes submarinistas. Y lo que más
fascinaba es que fallecieron en la búsqueda de un sueño.
© Copyright 2015 Nuria Millet Gallego