Melnik
era el pueblo más pequeño de Bulgaria,
con 300 habitantes, conocido por los
vinos de la región. Además era una reserva
arquitectónica y una auténtica ciudad museo. Era un bonito pueblo con una
calle principal con casas a ambos lados del río, y unas pocas calles subiendo
las colinas. La base de las casas estaba construida con piedra arenisca dorada
y las plantas superiores estaban pintadas de blanco con balcones y marcos de
ventanas de madera oscura. Los balcones estaban sostenidos por largas vigas de
madera oblicuas, a modo de travesaños. Y los tejados eran de tejas rojas.
El entorno también era
bonito, muy verde y rodeado de unos peñascos angulosos y picudos de piedra
arenisca. Decían que esas formaciones naturales le daban un carácter daliniano.
Fuimos a visitar la Casa Kordopulov, la mansión de un mercader de vinos, construida en 1754, y
restaurada al estilo del s.XIX. Era una casa enorme de altos techos de madera
tallada, con vidrieras de colores y decorada con tejidos tradicionales búlgaros
de gran colorido. Había una gran sala con alfombras y asientos bajos con
cojines alrededor, que recordaba el estilo turco. Las fronteras de Turquía y
Grecia estaban próximas, y se notaba la influencia del periodo de
dominación turco, durante más de cuatro siglos. La casa tenía una bodega con túneles excavados a lo largo de
180 metros que recorrimos entre grandes toneles.
Después visitamos las Bodegas Mitkno, donde degustamos un
vino envejecido en tonel de cedro. Lo acompañamos de tortas con queso fresco,
olivas negras, miel y mermelada de higos. El bodeguero nos explicó que la madera de cedro y de castaño, cuyos
nombres conocía en castellano, era la mejor para criar el vino. Por la noche
cenamos en una vieja taberna a la luz de las velas y volvimos a degustar los
caldos búlgaros. Un placer más del viaje por Bulgaria.
© Copyright 2007 Nuria Millet Gallego