El Fushimi-Inari Taisha era un fantástico santuario dedicado a Inari, el dios del arroz y el sake. El
conjunto estaba formado por cinco santuarios que se extendían por la ladera de
una colina boscosa. En los alrededores había docenas de zorros de piedra; el
zorro era el mensajero de Inari, los japoneses lo consideran un animal sagrado,
algo misterioso y capaz de poseer a los humanos. La llave que lleva en su boca
simboliza la protección de los graneros de arroz.
Pero lo más
impresionante era el sendero de 4 km.
ascendiendo la colina, repleto de miles de grandes Toriis, las puertas
sintoístas, pintadas de color naranja. Si la China era roja, Japón era
predominantemente naranja, uno de mis colores favoritos. Las columnas de las toriis tenían inscripciones verticales
en negro con caracteres japoneses. Las toriis
estaban agrupadas y se interrumpían por tramos que permitían contemplar el
bosque de altos árboles y musgo verde. Encontramos barrenderas con mascarillas, que mantenían limpio de hojarasca el
sendero y hasta limpiaban el musgo de los laterales. Todo se cuidaba minuciosamente en Japón.
En una tetería del templo hicimos un merecido descanso
y tomamos té con unas barritas crujientes de arroz. El arroz era un alimento
básico, como en gran parte de Asia, y con él hacían pasteles, y gran variedad
de productos, como el sake, el licor
que se obtenía de arroz fermentado y ofrecían a los dioses.
Al salir de allí miré
hacia atrás y pensé que las toriis
estaban tan próximas entre sí que formaban un túnel lleno de belleza y misterio,
un túnel que conducía a tiempos antiguos. Belleza y misterio, tradición
y modernidad, eran buenas combinaciones para definir Japón.
© Copyright 2010
Nuria Millet Gallego