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sábado, 14 de abril de 2018

LA LLANURA DE LAS JARRAS

 


En octubre de 1993 viajamos por Laos durante dos semanas, el tiempo que permitía por entonces el visado, que obtuvimos en Thailandia. En aquel viaje no pudimos llegar a la Llanura de las Jarras y 25 años después, en abril de 2018, regresamos a Laos. La tranquila población de Phonsavan, al nordeste de Laos, era la base para visitar la Llanura de las Jarras en la meseta Xiangkhoang.

Eran un misterio arqueológico, una gigantescas jarras talladas en piedra, a lo largo de kilómetros. Provenían de la era de Hierro del Sudeste Asiático (500 aC-200 dC). Se conservaban unas 200 jarras y fragmentos, pese a que la zona estuvo sembrada de minas en la Guerra de Indochina. Consideradas Patrimonio de la Humanidad.






Había varias hipótesis sobre el uso de las jarras como contenedores de arroz, agua de lluvia o vino. La hipótesis con mayor aceptación era la de servir de urnas funerarias, donde se depositaban los cadáveres, ya que habían encontrado huesos humanos en el interior. Pero tampoco se sabía con certeza.

El sitio era seguro, pero mirando la hierba del terreno, no pude evitar pensar en que allí habían caído toneladas de bombas. De hecho, vimos varios cráteres profundos perfectamente circulares como recordatorio de aquella época. El gobierno estadounidense no quiso reconocer que bombardeó Laos, país que fue neutral en la Guerra de Vietnam. Lo hizo porque las tribus Hmong ayudaban al Vietcong, y habían formado un corredor de abastecimiento. 




Lo peor era que tras la guerra quedaron muchos artefactos sin explotar. Los llamaban UXO (unexploded ordinance) y en los años posteriores causaron muertos, heridos y mutilados. A veces eran agricultores los que encontraban las bombas o niños jugando. Desminar totalmente el terreno resultaba caro y requería tiempo.

Fuimos a los tres asentamientos donde se localizaban las jarras. En el Site 1 había 334 jarras y una cueva, donde los arqueólogos encontraron restos óseos.. La jarra más grande y más redondeada, llamada Hai Jeuam, pesaba 6 toneladas y medía 2,5m de altura. Alguna jarra conservaba la tapadera de piedra acanalada. En el interior crecían plantas o se acumulaba agua de lluvia entre verdín. En aquella zona había bastantes turistas laosianos y asiáticos por las fiestas de año nuevo. Un grupo de militares de Vietnam quisieron incluirnos en sus fotos. 






El Site 2 estaba en una zona boscosa, entre pinos y árboles de raíces retorcidas. Era un paisaje bonito, que visitamos totalmente solos.

Paramos a comer algo en una cabaña sombreada, en la entrada del tercer asentamiento. Para llegar cruzamos un pequeño puente de bambú y madera, y caminamos entre los arrozales. Aunque estábamos en época seca el paisaje era verde.

El Site 3 tenía más de cien jarras. Algunas estaban tumbadas y crecían florecillas en su base. Vimos otra tapadera y caminamos entre las jarras también solos.




En la Oficina de Turismo había una pequeña exposición con fotos e información. También exhibían las grandes bombas y obuses desactivados que habían quedado en la zona. Tras pasar el día recorriendo la Llanura de las Jarras volvimos emocionados y satisfechos. Laos nos reservaba más sorpresas interesantes.




viernes, 16 de abril de 2010

UNA BODA SINTOISTA




 
En la isla de Mijayima no había maternidades ni cementerios, ya que estaba prohibido dar a luz o morir allí. No pude evitar pensar que eran curiosas prohibiciones. Tampoco se podían talar árboles y los ciervos, considerados animales sagrados, paseaban a sus anchas por la isla. Lo que no estaba prohibido eran las bodas. Tuvimos la suerte de encontrar la celebración de una boda sintoísta en el Santuario de Itsukushima. El sintoísmo es la religión originaria del Japón y venera a los kami, los espíritus de la naturaleza. Está considerada la segunda religión del país, después del Budismo. Aunque en realidad los japoneses practican un sincretismo, una simultaneidad de ambas religiones. Algo difícil de comprender para los occidentales creyentes que adoptan una sola religión.





El santuario era un templo atípico: estaba junto al mar y construido alrededor de un muelle, con pabellones pintados de naranja y blanco, llenos de incensarios de piedra y bronce verde. La novia vestía un kimono blanco nacarado con una capucha rígida muy abultada, de forma circular. Su cara asomaba diminuta de las formas de la capucha, como si fuera un pétalo de una flor extraña.

Tres sacerdotes y dos mujeres jóvenes con largas trenzas en la espalda, oficiaban la ceremonia. Los sacerdotes también tenían un curioso sombrero con forma de bombín. Tocaron música de flauta, ofrecieron a los novios un cuenco de té, el símbolo de lo que compartirían en el futuro, pronunciaron unas palabras y luego se sentaron en una mesa alargada con los padres de los novios. Después se retiraron a otros aposentos más privados.

La novia se sabía observada por unos extranjeros y no pudo evitar una tímida sonrisa ante nuestra curiosidad. Era la mirada de occidente sobre el misterio oriental.

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego

domingo, 4 de abril de 2010

EL TEMPLO SINTOISTA DE LA COLINA

 

 
El Fushimi-Inari Taisha era un fantástico santuario dedicado a Inari, el dios del arroz y el sake. El conjunto estaba formado por cinco santuarios que se extendían por la ladera de una colina boscosa. En los alrededores había docenas de zorros de piedra; el zorro era el mensajero de Inari, los japoneses lo consideran un animal sagrado, algo misterioso y capaz de poseer a los humanos. La llave que lleva en su boca simboliza la protección de los graneros de arroz.
Pero lo más impresionante era el sendero de 4 km. ascendiendo la colina, repleto de miles de grandes Toriis, las puertas sintoístas, pintadas de color naranja. Si la China era roja, Japón era predominantemente naranja, uno de mis colores favoritos. Las columnas de las toriis tenían inscripciones verticales en negro con caracteres japoneses. Las toriis estaban agrupadas y se interrumpían por tramos que permitían contemplar el bosque de altos árboles y musgo verde. Encontramos barrenderas con mascarillas, que mantenían limpio de hojarasca el sendero y hasta limpiaban el musgo de los laterales. Todo se cuidaba minuciosamente en Japón.

 



En una tetería del templo hicimos un merecido descanso y tomamos té con unas barritas crujientes de arroz. El arroz era un alimento básico, como en gran parte de Asia, y con él hacían pasteles, y gran variedad de productos, como el sake, el licor que se obtenía de arroz fermentado y ofrecían a los dioses.

Al salir de allí miré hacia atrás y pensé que las toriis estaban tan próximas entre sí que formaban un túnel lleno de belleza y misterio, un túnel que conducía a tiempos antiguos. Belleza y misterio, tradición y modernidad, eran buenas combinaciones para definir Japón.

 

 

© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego



sábado, 14 de noviembre de 1998

EL MISTERIO DE LALIBELA



Imaginaros una laberíntica ciudad subterránea excavada en el s. XII para ocultarse del enemigo, los invasores árabes. Unas iglesias monolíticas, talladas de una sola pieza de roca, de arriba hacia abajo (¡). Eso es Lalibela. Un conjunto de doce iglesias y capillas, sepulcros y lugares sagrados a ambos lados del río Jordán.


La más famosa es Bet Giorgis, la que sale en todas las fotos, y la que nos había atraído hacia Etiopía al verla en una revista de viajes. La Iglesia de San Jorge. Tenía forma de cruz y estaba tallada de una sola pieza de roca, con una gran zanja alrededor. La roca era rojiza, salpicada de toques amarillos de algas. Vista desde arriba tenía tres cruces, que representaban la Santísima Trinidad.


En el camino encontrábamos niños correteando, y mujeres a la puerta de sus viviendas, colocando el grano en esteras para aventarlo. Los hombres, reunidos en pequeños grupos, bebían cerveza local, con restos de cereal flotando en el líquido turbio. Nos sentamos con ellos y compartimos la bebida. Alguno nos confundió con italianos, que  habían estado en Etiopía de 1936 a 1941, durante la I Guerra Mundial. Luego reanudamos el recorrido por la zona.


En el interior de las iglesias se guarda el Tabot, la réplica intocable de las Tablas de la Ley que Moisés guardó en el Arca de la Alianza, y que por supuesto no se puede ver. Lo que sí puede verse y enseñan en cada iglesia son las cruces procesionales de oro, plata y latón. Los sacerdotes ortodoxos las enseñan con mimo, colocándolas sobre bastones de madera, envueltas en largas estolas, y se quedan inmóviles ante el visitante.


Las iglesias de Lalibela no tienen comparación en el mundo, eran diferentes a todo, y tenían una atmósfera especial. Y los sacerdotes que había en el interior de cada iglesia tenían un aspecto imponente, con sus ropajes, sus casquetes amarillos –el color de los monjes-, sus cruces procesionales...Sobre todo recordaré sus negras y largas barbas, rostros morenos y angulosos de pómulos marcados y ojos brillantes de fe desafiante. Lalibela era misteriosa y única. Como la inolvidable Etiopía.

© Copyright 1998 Nuria Millet Gallego