Un barco nos llevó desde Dakar a la Isla de Goreé, en un corto trayecto de media hora. La isla era pequeña y se recorría a pie en poco más de una hora. No había coches ni ningún tipo de vehículo, ni bicicletas. Las casas coloniales eran de color rojo terracota, amarillas y ocres. Tenían balcones y contraventanas verdes y azules.
En la plaza central con una fuente, la gente hacía cola para recoger agua en palanganas y recipientes, pues en muchas casas no había agua corriente. Bajo la sombra de los árboles se encontraban sentados grupitos de hombres o mujeres, charlando o en actitud contemplativa, Había una escuela, pero los niños correteaban por las calles, ya que eran las vacaciones de Pascua. Un ambiente de pueblo tranquilo y apacible. La isla fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978.
La isla estaba rodeada de acantilados rocosos y solo tenía una pequeña zona de playa arenosa, junto al Puerto. Fue ocupada por holandeses, británicos y portugueses sucesivamente. Curioseamos por el antiguo Fuerte Portugués, de piedra amarilla. Tenía forma circular y estaba semiderruido. Quedaban restos de grandes cañones oxidados apuntando al mar.
Visitamos la Mansión de los Esclavos, construida por los holandeses en 1776. Era otro caserón de color rojo terracota, donde "almacenaban" a los esclavos durante meses antes de enviarlos por mar a las plantaciones de América. En los muros había frases condenando la crueldad de la esclavitud, que durante siete siglos, del s. XII al XIX condenó a generaciones de africanos a una vida de sufrimiento. La esclavitud se abolió el 4 de febrero de 1794. En una de esas frases culpaban a la esclavitud del subdesarrollo actual de África.
La casa tenía un patio central con una escalinata doble. Y una puerta se abría directamente al mar, para embarcar a los esclavos. Vimos la habitaciones donde se hacinaban los niños, y en otras separadas las mujeres. Una mazmorra donde sólo cabían hombres agachados estaba reservada como celda de castigo para los rebeldes. Hubo muchas rebeliones y llantos entre esos muros.
Nos alojamos en un viejo caserón con arcos de color crema bastante destartalado. Tenía tres habitaciones grandes que comunicaban entre sí, y camas con mosquiteras. Se notaba que había tenido otros tiempos de esplendor. Por la mañana el hijo de la familia vino a despertarnos con un "Bon Jour".
En el Puerto podían verse las embarcaciones árabes tradicionales de vela, llamadas dhowns, que también vimos en Zanzíbar. Estuvimos varios días en la isla y contemplamos su tranquilo ritmo de vida.
Contemplamos la puesta de sol junto a la Mezquita entre palmeras que se asomaba al borde de un acantilado. La silueta de los edificios de Dakar, que estaba a solo 3km, se recortaba ante nosotros, entre las hojas de palmeras.
Viaje y fotos realizados en 1995





















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