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miércoles, 20 de enero de 2016

LA PUERTA DEL NO RETORNO


 

Ouidah nos pareció una de las poblaciones más agradables y compactas de Benín. La Plaza Chacha tenía una gran árbol centenario que ofrecía sombra. Había sido el lugar de la subasta de esclavos en la época de Francisco Félix de Souza, uno de los comerciantes negreros de principios del s. XIX más importante de la costa beninesa. Souza llegó en 1812 a Benín con 45 barcos, desde Brasil, y se enriqueció con su actividad.

Desde la plaza partía la Ruta de los Esclavos, con estatuas simbólicas en el recorrido, bastante “naïfs”. Pasamos por el llamado “árbol del olvido”, donde los hombres debían dar nueve vueltas alrededor para olvidar su pasado (las mujeres siete vueltas), y que su espíritu no persiguiera a los comerciantes en venganza. En el camino encontramos hileras de gente y un pozo, rodeado de niñas que extraían el agua con barreños.


Leímos que el comercio de esclavos fue autorizado por el Papa Nicolás V de Roma el 8 de enero de 1854. Esa fue la fecha que marcó el pistoletazo de la fiebre esclavista en el recién descubierto Golfo de Guinea por parte de los navegantes portugueses, en palabras de Joan Riera, autor de la Guía de Benín, de la editorial Laertes.

La ruta completa eran 126km de distancia; el tramo final que hicimos eran 4km. Acababa en la Puerta del No Retorno, frente al Atlántico, donde embarcaban a los esclavos rumbo a América. Cerca había un Monumento con la forma de África recortada en un muro rojizo, que se abría al mar azul. En la playa los benineses paseaban despreocupados con sus familias, o se sentaban en la arena. Pensé que aquella puerta abierta al mar era un poético homenaje y recuerdo de todo el dolor que causó la esclavitud.




miércoles, 29 de marzo de 1995

LA ISLA DE GOREE



Un barco nos llevó desde Dakar a la Isla de Goreé, en un corto trayecto de media hora. La isla era pequeña y se recorría a pie en poco más de una hora. No había coches ni ningún tipo de vehículo, ni bicicletas. Las casas coloniales eran de color rojo terracota, amarillas y ocres. Tenían balcones y contraventanas verdes y azules.

En la plaza central con una fuente, la gente hacía cola para recoger agua en palanganas y recipientes, pues en muchas casas no había agua corriente. Bajo la sombra de los árboles se encontraban sentados grupitos de hombres o mujeres, charlando o en actitud contemplativa, Había una escuela, pero los niños correteaban por las calles, ya que eran las vacaciones de Pascua. Un ambiente de pueblo tranquilo y apacible. La isla fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1978.



La isla estaba rodeada de acantilados rocosos y solo tenía una pequeña zona de playa arenosa, junto al Puerto. Fue ocupada por holandeses, británicos y portugueses sucesivamente. Curioseamos por el antiguo Fuerte Portugués, de piedra amarilla. Tenía forma circular y estaba semiderruido. Quedaban restos de grandes cañones oxidados apuntando al mar. 



 

Visitamos la Mansión de los Esclavos, construida por los holandeses en 1776. Era otro caserón de color rojo terracota, donde "almacenaban" a los esclavos durante meses antes de enviarlos por mar a las plantaciones de América. En los muros había frases condenando la crueldad de la esclavitud, que durante siete siglos, del s. XII al XIX condenó a generaciones de africanos a una vida de sufrimiento. La esclavitud se abolió el 4 de febrero de 1794. En una de esas frases culpaban a la esclavitud del subdesarrollo actual de África. 



La casa tenía un patio central con una escalinata doble. Y una puerta se abría directamente al mar, para embarcar a los esclavos. Vimos la habitaciones donde se hacinaban los niños, y en otras separadas las mujeres. Una mazmorra donde sólo cabían hombres agachados estaba reservada como celda de castigo para los rebeldes. Hubo muchas rebeliones y llantos entre esos muros.



Nos alojamos en un viejo caserón con arcos de color crema bastante destartalado. Tenía tres habitaciones grandes que comunicaban entre sí, y camas con mosquiteras. Se notaba que había tenido otros tiempos de esplendor. Por la mañana el hijo de la familia vino a despertarnos con un "Bon Jour". 

En el Puerto podían verse las embarcaciones árabes tradicionales de vela, llamadas dhowns, que también vimos en Zanzíbar. Estuvimos varios días en la isla y contemplamos su tranquilo ritmo de vida. 








Contemplamos la puesta de sol junto a la Mezquita entre palmeras que se asomaba al borde de un acantilado. La silueta de los edificios de Dakar, que estaba a solo 3km, se recortaba ante nosotros, entre las hojas de palmeras. 




Viaje y fotos realizados en 1995