El Monasterio Rumtek estaba a 24km de Gantok. Fue construido en 1960 para sustituir al monasterio Tsurphu de Tibet, destruido durante la Revolución Cultural. Enseñamos los permisos en la entrada. Tras pasar un arco había un camino empinado con banderolas y ruedas de oración a ambos lados, que giraban los peregrinos.
El recinto se
abría a un patio frente al que se encontraba la mole del monasterio y el Instituto
de Estudios Budistas. Alrededor del patio estaban las habitaciones de
los monjes, que deambulaban por allí. Llevaban túnicas granates combinadas
con camisolas amarillas o naranjas. No rehuían el contacto con los visitantes
extranjeros. Entablé conversación con alguno interesándome por el tiempo que
llevaban viviendo allí, sus rutinas y con cuantos monjes convivían. Sonreían y
se dejaban fotografiar con nosotros.
El Instituto de
Tibetología Namqyal fue muy interesante. Su Biblioteca contenía una
de las mayores colecciones del mundo de libros y manuscritos budistas. En
grandes armarios de madera acristalados se guardaban las tablillas
rectangulares envueltas en telas de colores. También se exponían estatuillas de
bronce y plata de Buda, en todas las posturas y tamaños, y thangkas, las
pinturas tibetanas sobre telas.
El monasterio
tenía elaborados murales de las paredes y techos, con pasillos de columnas
rojas. Los interiores no podían fotografiarse y estaban muy recargados con estatuillas,
colgantes de tela, tambores, asientos para los monjes, y ofrendas de lámparas
de aceite, incienso y flores.
También era la residencia oficial del Karmapa, el líder espiritual de la secta Kagyu, del “Sombrero Negro”, exiliado del Tibet. Nos chocó ver militares armados, empuñando fusiles, protegiendo el recinto. En el patio central se celebraban las danzas Cham con máscaras, en los meses de mayo-junio o febrero-marzo.
Al lado estaba la gran stupa Do-Drul Chorten, rodeada de dormitorios de monjes. Allí encontramos unos 150 monjes celebrando la puja (oración). Estaban sentados en el suelo frente a las mesas bajas donde apoyaban los libros. Los monjes más jóvenes eran niños de unos seis años, se sentaban en las últimas filas. Dos de ellos soplaban unas caracolas blancas, cuyo sonido se mezclaba con el de las largas trompetas, campanillas, tambores y las voces graves del conjunto de monjes. Impresionante. Estuvimos un buen rato escuchando el hipnótico canto de sus oraciones.
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