Este viaje empezó hace
muchos años, cuando vi por primera vez la fotografía del Palacio del Potala en
Lhasa. Desde el primer momento supe que deseaba estar allí. Que deseaba subir
aquellas escaleras y penetrar en el recinto sagrado, y respirar siglos de
tradición budista. Y llegó el momento.
Compramos el billete
por internet a través de una agencia china que nos tramitó los permisos de
entrada al Tibet. A finales de septiembre, la misma tarde que llegamos cogimos
el tren Beijing-Lhasa (lo llaman Qinghai-Tibet),
de quince vagones. Nos tocó el vagón 12 y cada vez que íbamos al vagón
restaurante teníamos que recorrer cuatro vagones. El ambiente en el tren
era digno de verse, casi ningún extranjero, muchos chinos, y en la parada de Xining subieron un montón de monjes
tibetanos con la túnica granate y mujeres con trenzas y la vestimenta típica
tibetana. Una de ellas, una anciana con sombrero y trencitas, se quedó en
nuestro compartimento. Era la madre de un monje que viajaba en tercera clase, y
de vez en cuando venía a verla y preguntarle si necesitaba algo. Se notaba que
la trataba con cariño y respeto.
Nuestro compartimento
era de seis literas y nos tocaron las de en medio, que son más prácticas si
quieres hacer una siestecita de día. El trayecto fue de más de 4000km. que tardamos 45 horas en recorrer. Los chinos se
pasaron el viaje tomando té, y comiendo pipas y noodles, los fideos chinos precocinados a los que
añadían agua hirviendo. Javier y yo leímos, escribimos y jugamos a cartas, que
por cierto provocaron la curiosidad de los chinos durante todo el viaje. Y
sobre todo miramos, hacia fuera y hacia dentro.
La línea sólo tenía
cinco años, según nos dijeron, antes no llegaba hasta Lhasa. Podría decirse que
es un Transtibetano. El paisaje era
precioso, un anticipo de lo que íbamos a ver. Atravesamos la meseta tibetana, colinas áridas, altas montañas con los
picos nevados, y a sus pies se extendían praderas verdes con lagunas y rebaños
de yaks de pelo negro. Vimos grupos de casas aisladas y algunas tiendas nómadas lejanas con banderolas
de oración de colores. La temperatura
exterior osciló entre 3º y 10º. El tren tenía tomas de oxigeno que se
disparaban de vez en cuando por la altitud. El puerto más alto que pasamos fue
a 5072m, 200m. más alto que el ferrocarril peruano de los Andes. Estábamos en el techo del mundo.
© Copyright 2010 Nuria Millet Gallego
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