Los derviches se reunían cada viernes en un cementerio de Jartum. Fuimos al atardecer. El cementerio tenía pequeñas lápidas de piedra con inscripciones árabes, algunas pintadas de verde claro. Al fondo oímos cánticos. Eran un grupo numeroso entre los que tocaban unos panderos y cantaban, los que bailaban y los espectadores. Estaban junto a dos bonitos templos verdes con cúpulas. Los hombres vestían sus largas túnicas blancas y turbantes o casquetes musulmanes. Nos unimos al grupo y contemplamos extasiados la ceremonia. Parecía festiva, pero tenía sentido religioso, sin ser solemne. Decían que cuando llevaban horas cantando y bailando era cuando entraban en trance y giraban.
Los derviches eran un grupo religioso musulmán sufí, de carácter ascético o místico, con origen en el s.XII. En Turquía habíamos tenido oportunidad de ver a los derviches giróvaros, que giraban sobre si mismos con sus faldas al vuelo.
Además de los derviches había un par de
santones con rastas y ropajes verdes, niños y un grupo de mujeres con velos de
colores. Las mujeres ululaban de vez en cuando, animando los cánticos. Los espectadores
se balanceaban al ritmo. Una mujer mayor salió al centro del corro bailando
rítmicamente y poniendo los ojos en blanco. Otros hombres bailaban sonriendo,
levantando los brazos, les ponían billetes bajo el turbante y bailaban sin que
se les cayeran. Estuvimos absortos contemplando la ceremonia, entre la
muchedumbre. Fue nuestra despedida del viaje por Sudán.
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